Víctimas de su propia trampa

  • Araceli Molina Diz
La sobrerrepresentación no es algo nuevo, la han venido tolerado todos los partidos a conveniencia

La descomposición del sistema de partidos en México es un proceso paulatino y complejo, que ha reconfigurado el panorama político del país. Esto se ve reflejado en la polarización que ha provocado cambios profundos en la sociedad, crisis en los partidos políticos tradicionales, y el surgimiento de nuevas fuerzas y actores políticos que están aprovechando los errores del pasado y cambiando las reglas del juego.

Durante setenta años México estuvo dominado por un sistema de partido hegemónico, con el Partido Revolucionario Institucional (PRI) como la fuerza política dominante. A partir de la década de los noventa, se produjo una apertura democrática, que llevó a la alternancia en el poder y al surgimiento de un sistema multipartidista más competitivo. En el año 2000, el PRI perdió la presidencia por primera vez, con la victoria de Vicente Fox del Partido Acción Nacional (PAN).

Con la alternancia en el poder y la creciente competencia electoral, el sistema de partidos se fragmentó, así nació el Partido de la Revolución Democrática (PRD) como una tercera fuerza de izquierda. A pesar de la alternancia, las administraciones continuaron fallando, siendo ineficientes, continuaron sin dar respuesta a los problemas sociales y económicos, la corrupción y la falta de gobernabilidad, provocaron la deslegitimación y desconfianza hacia los partidos políticos tradicionales.  El sistema de partidos desde hace más de una década se ha vuelto aún más volátil, con el surgimiento de nuevos actores y la debilitación de los partidos tradicionales.

La aparición de Morena (Movimiento de Regeneración Nacional), fundado por Andrés Manuel López Obrador, ha redefinido el panorama político.  Morena, en particular, ha absorbido la base electoral del PRD y gran parte del PRI.  

El PRI y el PAN, que fueron las principales fuerzas políticas en las décadas anteriores, en la pasada elección sufrieron una disminución significativa en su apoyo electoral, su capacidad de movilización y su influencia en el Congreso. La formación de coaliciones electorales ha cambiado dinámicas tradicionales y después de las pasadas elecciones en las que ganó Morena por amplia mayoría, se habla de una sobrerrepresentación del partido oficialista en el Congreso, pero la sobrerrepresentación no es algo nuevo, es algo que han tolerado todos los partidos a conveniencia y ahora son víctimas de sus propios fraudes constitucionales.   

La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos señala en su artículo 54 que “Ningún partido político podrá contar con más de 300 diputados por ambos principios”, además establece que un partido no puede tener una sobrerrepresentación mayor al 8 por ciento de su porcentaje de votación, conforme a las reformas de 1996, realizadas de igual manera en el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (COFIPE), la restricción se aplicaba para partidos y coaliciones. Sin embargo, a conveniencia en 2008 se volvió a reformar el COFIPE para eliminar esta vez las limitaciones a las coaliciones y permitir, por tanto, la sobrerrepresentación.

Según datos que proporciona en una nota el diario español El País:  El incumplimiento del 8 por ciento que establece la Constitución como tope de sobrerrepresentación por partido no es novedad, ha sido vulnerado por todas las agrupaciones políticas en las últimas renovaciones de la Cámara de Diputados, escudados en la figura de coalición. En 2015 PRI-PVEM alcanzaron el 40,3 por ciento de los votos y el 50 por ciento de diputados, 9,7 por ciento más del límite permitido. Para la elección de 2018, Morena, PVEM y PT, lograron el 45,9 por ciento de los sufragios efectivos, sin embargo, obtuvieron el 61,6 por ciento de las curules, una sobrerrepresentación de 15,7 por ciento, superando el límite casi al doble.

La sobrerrepresentación distorsiona el sentido de la representación popular en el Congreso de la Unión, dando más poder a un partido para que las decisiones sean tomadas de forma unilateral; esto puede afectar en su totalidad la dinámica política, la formación de coaliciones y el proceso legislativo.

Con lo cual repito, son víctimas de sus propias trampas, de sus propios fraudes constitucionales; y es que se les olvida, que en política el poder un día se termina, y lo que un día los benefició, más adelante podría ser usado en su contra. Mucho ojo con lo que andan legislando porque un día les podría salir el tiro por la culata, como dicen coloquialmente.

 

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Araceli Molina Diz
Coautora del libro “La Campaña”, Guía para Estructurar Candidaturas; creadora del podcast Política en Femenino. Consultora con experiencia en políticas, gestión y administración públicas, comunicación política y perspectiva de género.