No todo se lo ha tragado la tierra

  • Juan Martín López Calva
Al fin del ciclo escolar es más importante hacer balances que digan al corazón que siga latiendo

Para Majo. Tú sabes cuál, tú sabes por qué.

Dice la esperanza: Un día
la verás, si bien esperas.
Dice la desesperanza:
Solo la amargura es ella.
Late, corazón… No todo
se lo ha tragado la tierra
Antonio Machado. Dice la esperanza.

Según el calendario escolar oficial en México, ha concluido el ciclo escolar 2023-2024 e iniciado para los docentes de todo el país el mal llamado receso de clases, eufemismo creado cuando la sociedad y los medios, que no entienden nada del enorme desgaste qué significa el trabajo en las aulas y las escuelas, iniciaron sus reclamos acerca de que los trabajadores de la educación tenían “demasiadas vacaciones”.

De manera que el ciclo escolar se amplió, desde que fue secretario de Educación Pública, el después presidente Ernesto Zedillo, quien decidió que tuviera doscientos días efectivos y logró que tuviera doscientos días, pero no pudo hacer que fueran efectivos, puesto que las mismas autoridades educativas exigen la entrega de calificaciones y de documentación con varias semanas de anticipación a todas las escuelas, con lo cual, el último mes las instituciones escolares se vuelven una especie de mega guarderías que tienen que inventar actividades para entretener a los estudiantes que ya saben que han sido evaluados y aprobados y que todos esos días extra son de simulación.

Pero además de esa ampliación de forma, pero no de contenido en los ciclos escolares, en los últimos años se decidió que la palabra vacaciones fuera desterrada del lenguaje del sistema educativo con lo que se inventó también este término de receso de clases que indica que los profesores no merecen un descanso y una desconexión física y psicológica de su trabajo, por lo que durante las semanas en que no hay clases, tienen que estar disponibles -cualquier cosa que esto signifique- por si se les llega a requerir, cosa que es improbable pero que está sujeta a que las autoridades y los políticos que dirigen la SEP no tengan alguna ocurrencia que les haga pedir que se reúnan para perder el tiempo en alguna junta informativa.

En fin, como diría el clásico “haiga sido como haiga sido”, los docentes ya están en este limbo que procuran tomar como descanso, aunque sigan teniendo el cordón invisible del control de las autoridades enredado en su cuello. Este descanso es realmente necesario después de prácticamente un año de desgaste cotidiano en el que la mayoría de los educadores entregan lo mejor de sí mismos para buscar la formación de personas y ciudadanos con herramientas para la vida personal, laboral y ciudadana. Otros, yo pienso que la minoría, se han desgastado también mirando el reloj y el calendario con el deseo de que acabe este tormento que significa el cumplimiento -cumplo y miento- de una chamba que no les significa nada pero que les da el sustento para mantener a sus familias, lo cual también es muy cansado.

Aunque tal vez muchos maestros no quieran saber nada del ciclo que ha terminado al fin, creo que muchos otros -como deberían hacerlo todos- de manera formal o informal hacen un balance de los logros y las dificultades, los avances y retrocesos, los momentos en que lograron entusiasmar a sus educandos con algún tema o experiencia de aprendizaje y aquellos otros en los que por más que planearon estrategias didácticas que parecían muy motivantes, no pudieron hacer que su grupo se enganchara y lograra interesarse en aprender y en participar.

Los maestros con vocación seguramente hacen este balance no solamente de manera racional y cuantitativa sino involucrando también sus afectos y recordando -volviendo a pasar por el corazón- con alegría y satisfacción lo que pudieron lograr en términos de formación integral de sus educandos y con tristeza, frustración o aún enojo, las ocasiones en las que no hubo manera de conectar con ellos o en los que factores estructurales o culturales externos, incluyendo la falta de apoyo o el bloqueo por parte de colegas, directivos o padres de familia y autoridades superiores, hicieron imposible avanzar en lo que con entusiasmo se tenía proyectado.

Pero no sólo hay momentos altos o bajos, luminosos u obscuros en los ciclos escolares. Existen también etapas más largas: ciclos escolares completos, tiempos de gestión de cierto o ciertos directivos o funcionarios que generan círculos virtuosos y sinergias positivas y otros en los que bloquean, destruyen y hacen decaer cosas que se han logrado con mucho tiempo y esfuerzo. Esto también ocurre y nos ha ocurrido a todos en nuestras carreras profesionales.

En los tiempos brillantes uno renueva la vocación diariamente y se alimenta de la energía positiva de los compañeros, de los jefes, de los estudiantes y de la institución y el sistema, así como en los tiempos obscuros uno se levanta diariamente pensando en lo triste y desmotivante que resulta tener que ir a trabajar cuando sabe que ese trabajo no es valorado, no aporta valor porque se le neutraliza, no contribuye a formar mejores personas y ciudadanos ni a transformar a un país con tantas necesidades urgentes como el nuestro.

Es en esos momentos de baja energía y pesimismo cuando uno tendría que recurrir al poema de Machado y tratar de convencerse de que la esperanza dice: “un día lo verás, si bien esperas”….y seguir entonces esperando, incluso con pesimismo o depresión pero esperando, sin ganas de trabajar pero esperando, con obstáculos, problemas e injusticias pero esperando, a que llegue un día en que lo veamos o incluso en que ya no seamos nosotros, sino nuestros sucesores los que lo vean, gracias a que nosotros tuvimos la garra y la terquedad de esperar bien, de no renunciar a ser profesionales de la esperanza, que insisto no es lo mismo que profesionales optimistas ingenuos.

En esos momentos en que la desesperanza dice: solo la amargura es ella, es cuando más tenemos que nutrir nuestra esperanza. Para hacerlo necesitamos de otros que sigan también esperando, empeñados en que lo que hacemos por formar mejores seres humanos para una mejor sociedad tiene sentido, aunque hoy no lo veamos claro, aunque en este momento la amargura sea tan ella que nos nuble la vista y nos encoja el corazón.

Si este ciclo escolar ha sido parte de esas etapas obscuras y deprimentes en las que parece no haber rumbo, resulta aún más importante hacer balances que nos hagan decir al corazón que siga latiendo, que palpite para mantenernos en pie de lucha y para resistir con esperanza y esperar con resistencia que vengan tiempos mejores.

Si este ciclo que termina ha sido duro y frustrante, necesitamos alimentar nuestra convicción en el contacto con quienes hayan tenido un ciclo virtuoso, buenas experiencias, fuentes de energía renovada.

Si este ciclo escolar no vimos claro, pero seguimos siendo por convicción profesionales de la esperanza, es el momento de decir con el poeta: “Late corazón. No todo se lo ha tragado la tierra”.

 

Como en este espacio no da miedo usar la palabra vacaciones, diré que por vacaciones no habrá artículo las siguientes dos semanas. Nos volvemos a encontrar el lunes 12 de agosto.

 

           

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Juan Martín López Calva

Doctor en Educación UAT. Tuvo estancias postdoctorales en Lonergan Institute de Boston College. Miembro de SNI, Consejo de Investigación Educativa, Red de Investigadores en Educación y Valores, y ALFE. Profesor-investigador de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP).