Educar en la alta traición

  • Juan Martín López Calva
Es urgente formar ciudadanos críticos, pensantes; amantes y defensores de la patria

No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
y tres o cuatro ríos.
José Emilio Pacheco. Alta traición

Por allá en los lejanos años setenta y ochenta, yo crecía en un país en el que la Patria era un fulgor abstracto e inasible a la que había que rendirle culto en las figuras concretas del Partido Revolucionario Institucional -que usaba incluso los colores de la bandera- y del presidente en turno.

De manera que la cultura dominante en esos tiempos era la que identificaba al partido y al presidente con la nación y por ello, igualaba cualquier crítica a esas instancias sagradas como traición a la patria. Se vivía en una idealización de lo nacional que se identificaba con lo oficial, en una cultura más que patriótica, patriotera, más que nacional, nacionalista cerrada, que veía de abajo hacia arriba a ese partido y a ese hombre que cada seis años encarnaba los valores que supuestamente nos unían en un gran muégano homogéneo a todos los mexicanos -y sí, mexicanos porque en esos tiempos, las mexicanas debían estar en su casa, haciéndose cargo de las “labores propias de su sexo”-.

La educación tenía que formar a los futuros ciudadanos como refuerzos del sistema posrevolucionario dominante que había ido construyendo todo un conjunto de significados y valores a partir de los grandes muralistas, los compositores clásicos y populares que se inspiraban en la mexicanidad -entendida como folklore-, en los intelectuales orgánicos que edificaban la narrativa oficial y en imágenes como las de la portada de los libros de texto gratuito en las que se personificaba a la patria como una mujer morena, de rasgos indígenas, ondeando una bandera nacional.

En las escuelas nos contaban la historia oficial, esa historia de bronce como la llaman los profesionales de esta ciencia, en la que obviamente -como hoy en el discurso oficial- había héroes y villanos, buenos y malos sin matices, no personas de carne y hueso que lucharon por ideales distintos y en su momento debatieron sus ideas e impulsaron sus proyectos de nación con el apoyo de unos y el rechazo de otros, pero siempre en la diversidad que ha caracterizado a este mosaico de culturas y regiones que somos como país.

No sé por qué, tal vez porque tuve profesores más críticos que me enseñaron a pensar y a entender que un país no es una masa homogénea llamada pueblo sino una pluralidad de voces que a veces disuenan y otras cantan a coro desde una polifonía que enriquece y emociona a quienes la escuchan, pero al menos desde adolescente me sentí incómodo y de alguna manera me rebelé contra esa visión de patria de cartón, monolítica, abstracta, idealizada, romantizada e ideologizada para indoctrinarnos y mantenernos obedientes.

Y no, no es porque me hayan enseñado lo que los opositores a esa versión de la historia nacional consideran “la verdadera historia”, en la que los héroes oficiales son los villanos y los villanos oficiales son en realidad los héroes, porque también esa historia es acartonada, rígida y está orientada por razones ideológicas y no científicas ni humanas.

Pero de alguna manera crecí pensando que la patria debería ser algo más concreto y más complejo y con los años y el estudio, la lectura, la experiencia como ciudadano y como profesionista, docente e investigador me fueron dando argumentos para sustentar esta posición que mantengo hasta la fecha y que por ello me tiene tan frustrado, tan preocupado por el futuro de este país herido, despojado, abusado, ensangrentado en el que la impunidad y la corrupción se siguen paseando y cada vez con más poder y cinismo por todas las calles y plazas desde el norte hasta el sur.

Porque no solamente constato que nada ha cambiado, sino que veo evidencias de que hemos vuelto a ese concepto de patria que antes era tricolor y hoy tiene que ser guinda porque si no, no es la patria sino alguna versión de complot, de conspiración para destruirla.

Ya desde el 2022, el presidente “…advirtió que quienes hacen campaña en contra del proyecto de transformación podrían ser acusados hasta de traición a la patria…”.  El posicionamiento de esta narrativa siguió machaconamente cada mañana durante los seis años de este gobierno y se ha reforzado obviamente a partir del incomprensible pero explicable triunfo arrollador del partido en el poder, del posterior abuso de la sobrerrepresentación en el Congreso que acaba de ser avalado por el tribunal electoral y del ya inminente golpe al Poder Judicial que someterá todo a los sagrados designios del Ejecutivo.

El absurdo del regreso a esta visión abstracta de patria identificada con el partido y el presidente en turno puede ejemplificarse con la declaración de la Fiscalía General de la República que, a partir de declaraciones del mismo presidente, dijo que iba a analizar la posibilidad de acusar de traición a la patria al hijo de El Chapo Guzmán y a todos los que participaron en el operativo que llevó a la detención en Estados Unidos del famoso capo del narco mexicano Ismael El Mayo Zambada.

Ante esta evidente regresión, a riesgo de sonar impertinente y políticamente incorrecto, conservador o hasta “prianista” -el insulto de moda- hago un llamado, ahora que estamos en el mes de la patria y celebraremos -si hay algo que celebrar- un aniversario más del inicio de la Guerra de Independencia que nos constituyó como país, a educar traidores a la patria.

Los educadores necesitamos de una vez por todas romper con la destructiva tradición de educar en el amor abstracto a la patria ideal y peor aún, encarnada en quien ocupe la presidencia y en su grupo político y su ideología.

Es urgente formar ciudadanos críticos, pensantes, comprometidos no con el fulgor abstracto inasible del país sino amantes y defensores de la patria concreta de tierra, vegetales, animales y personas de carne y hueso.

Hoy más que nunca México necesita gente que dé la vida por algunos lugares suyos, cierta gente, puertos, bosques de pinos, fortalezas, ciudades deshechas, grises y monstruosas, varias figuras de su historia -mexicanos y mexicanas de a de veras-, montañas y tres o cuatro ríos.

 

Este artículo no se publicará las próximas dos semanas. Nos reencontramos en este espacio el lunes 23 de septiembre.

 

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Juan Martín López Calva

Doctor en Educación UAT. Tuvo estancias postdoctorales en Lonergan Institute de Boston College. Miembro de SNI, Consejo de Investigación Educativa, Red de Investigadores en Educación y Valores, y ALFE. Profesor-investigador de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP).