Trump vuelve más radical, más cruel

  • Norma Angélica Cuéllar
Lo más preocupante es convencer que la deportación es necesaria

El retorno de Donald Trump y su amenaza de deportar a millones de personas es una señal alarmante para el mundo. No solo por el reto que enfrentará la frontera mexicana con una posible avalancha de retornados, sino también por la proliferación de un discurso de odio y crueldad que amenaza con normalizarse.

En este contexto, el anuncio del todavía comisionado del Instituto Nacional de Migración (INM), Francisco Garduño, revela un panorama que pocos esperábamos: México se ha quedado con seis millones de migrantes durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador. No deja de ser inquietante que hasta ahora no se hubiera hablado de esta cifra con mayor transparencia. ¿Qué significa para México tener en su territorio una población migrante equivalente a la de algunos estados medianos? Y lo que es más importante: ¿estamos preparados para integrarlos?

Las amenazas de Trump de deportar a millones de migrantes no son solo una estrategia política; también son un eco de una política estadounidense que ha hecho de la expulsión masiva una práctica recurrente. Los números son elocuentes: Bush padre deportó a más de 2.6 millones de personas; Clinton alcanzó más de 7.6 millones en dos términos; y aunque Obama es conocido como el "deportador en jefe" por el récord de 1.8 millones de personas deportadas en un solo periodo, Trump con sus promesas de muros y deportaciones, no llegó a las cifras de sus predecesores. En cuatro años, solo alcanzó 766,055 deportaciones, menos de la mitad que Bush hijo en su primer mandato.

Pero la promesa de Trump ahora es otra: más radical, más cruel. Habla de un millón de deportaciones anuales, de usar la Guardia Nacional, de ir "tan lejos como lo permita la ley". Y aunque sus palabras resuenan como una amenaza, el verdadero problema no está solo en la cantidad, sino en el discurso que normaliza la deshumanización del migrante.

El filósofo camerunés Achille Mbembe nos recuerda que la crueldad de un sistema radica no solo en sus acciones, sino en su capacidad de convencer al mundo de que estas acciones son necesarias. Bajo esta lógica, Trump no promete solo expulsar cuerpos; busca también expulsar la empatía, la solidaridad, el reconocimiento de los derechos humanos básicos.

Mientras tanto, en México, la situación no es menos alarmante. Los migrantes que permanecen en el país enfrentan un sistema que, como denuncian mis colegas, no está diseñado para acoger, sino para contener. Los seis millones de personas que, según Garduño, ahora forman parte del tejido social mexicano, se encuentran en una tierra, que no siempre sabe cómo recibirlos. No sabemos si nada de esos seis millones, cuántos están en tránsito prolongado o cuántos ya están asentados. Lo que sí es que los albergues están desbordados, los trámites son complejos y costosos, y la sombra de las redes de tráfico humano acecha a quienes no encuentran otra salida.

La gran paradoja es que los verdaderos beneficiados de una política de deportación masiva serán los coyotes y las mafias. Cada deportado que regrese a México será un cliente potencial de estos grupos que han hecho del sufrimiento humano un negocio. La incapacidad estatal para ofrecer alternativas reales solo alimenta esta maquinaria de explotación.

Sin embargo, más allá del desastre que podría implicar un nuevo mandato de Trump, también hay una oportunidad para México. La tradición de cobijo, esa que nos hizo abrir las puertas a los exiliados españoles, sudamericanos y centroamericanos en el siglo XX, puede ser el camino para transformar este desafío en una oportunidad de integración.

Estudios demuestran que la migración puede ser un motor económico. Es un gran bono demográfico que no estamos aprovechando. Si México lograra implementar políticas efectivas de integración, no solo humanitarias, sino económicas, los seis millones de migrantes podrían ser una fuerza transformadora.

La presidenta Claudia Sheinbaum ha prometido preparar al país para posibles deportaciones masivas, pero el verdadero reto no está en fortalecer consulados o desarrollar aplicaciones móviles. Está en cambiar la narrativa. El migrante no es una amenaza; es una oportunidad.

En lugar de militarizar fronteras y dispersar caravanas, México podría liderar con el ejemplo. La integración no solo es posible, sino necesaria. Hay que pasar de una política de contención a una de hospitalidad, donde cada persona que llegue sea vista no como un problema, sino como un aporte.

Trump puede llenar su discurso de odio y amenazas, pero en lugar de tener miedo, México tiene en sus manos la posibilidad de responder con humanidad y visión. No dejemos que el miedo nos robe la oportunidad de ser el país que siempre hemos dicho ser: hospitalario, solidario y profundamente humano.

 

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Norma Angélica Cuéllar

Periodista egresada de la UNAM, especializada en política, derechos humanos, religión y migración, con artículos publicados en revistas y diversos medios nacionales. Doctora en Sociología por el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la BUAP.

 
 

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