En el vasto y complejo escenario de la política, donde el poder y la ambición son los motores principales, se perpetúa una narrativa tan antigua como la humanidad misma: la lucha por la supervivencia. Esta lucha no solo es física, sino también ideológica, moral y ética. Los políticos, aquellos que alguna vez se embarcaron en su camino con una genuina vocación de cambio, se ven rápidamente atrapados en un sistema que parece diseñado para moldear, y en muchos casos, distorsionar sus ideales originales.

Un ejemplo de esta dinámica se refleja en la trama de la película mexicana El candidato honesto. Aunque su ejecución artística deja mucho que desear, la esencia de la historia invita a una reflexión sobre la naturaleza del poder. Dos candidatos a la presidencia, ambos con inicios humildes y causas sociales legítimas, se enfrentan en una contienda donde la corrupción y la falta de ética se convierten en moneda corriente. Ambos, justificados en su ambición, creen firmemente que merecen el poder, no por sus acciones, sino por sus orígenes. Este autoengaño, alimentado por el ego —que Freud describe como la instancia psíquica que media entre los instintos y la realidad— revela una distorsión peligrosa: la creencia de que son moralmente superiores a su adversario, a pesar de haber recorrido caminos similares.

En la política, como en la teoría de la selección natural de Charles Darwin, sobreviven aquellos que mejor se adaptan. En este caso, quienes logran escalar en el poder son los más aptos para subsistir en un entorno que premia la astucia sobre la integridad, la fuerza sobre la justicia. Los que persisten son quienes han aprendido a devorar a los más débiles, aquellos que no pudieron o no quisieron comprometer sus principios para adaptarse al juego del poder.

Sin embargo, esto nos lleva a una pregunta fundamental: ¿Qué significa ser "débil" en el mundo político? A menudo, la debilidad se asocia con quienes no pudieron soportar la presión, que decidieron no sucumbir a la corrupción o que no soportaron la contradicción entre sus ideales y las realidades del poder. Estos son los políticos que, aunque comenzaron con una visión clara de justicia y cambio, se encuentran expulsados o marginados por un sistema que no perdona la integridad cuando se opone al éxito.

Hablar de "buenos" y "malos" en política se vuelve entonces una tarea complicada. Los políticos no son simplemente villanos o héroes, sino seres humanos complejos, que  en su lucha por sobrevivir, se adaptan y evolucionan en la medida que su atmósfera y ecosistema se les exige. La política, en su esencia más cruda, es un campo de batalla donde los ideales a menudo se sacrifican en nombre de la supervivencia.

Así, la selección natural en la política no solo determina quién llega al poder, sino quién es capaz de mantenerse. Es una lucha en la que, lamentablemente, la pureza de intención rara vez es suficiente para sobrevivir. Y es en esta lucha donde los políticos se ven obligados a enfrentar la realidad de un sistema que, al final, los moldea a su imagen y semejanza.

Por ello, los ciudadanos deben entender que cuando eligen a un político denostando a su opositor, es probable que los argumentos utilizados para descalificar al adversario sean los mismos que podrían aplicarse al propio. En este contexto, la ciudadanía se enfrenta a la difícil tarea de elegir entre lo disponible, guiándose preferentemente por la agenda que creen que el candidato elegido podría impulsar una vez en el poder. Porque, en política, la realidad demuestra que todos los candidatos están sujetos a las mismas reglas y presiones.

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