El veneno de los impuros
- Román Sánchez Zamora
-Primero te enseñan sobre ética, el ser íntegro, que eso te llevará al progreso y al reconocimiento.
-Cuando vi el primer millón que era para mí, lo dudé, lo vi a lo lejos, no quería abrir esa maleta, estaba en contra de todo lo que había jurado. Allí se quedó esa maleta en mi oficina por tres días.
-Un día regresé de una cena, tuve que pasar por unos documentos y allí seguía esa maleta: la tomé, la puse atrás en el carro conmigo, le dije al chofer que me llevará a casa.
-Tomé entonces los seguros de la maleta y allí estaban los billetes formados, uno a uno, y la promesa de que esta llegaría cada mes y si necesitaba más que solo avisara.
-La dejé arriba del closet, nadie revisaría, el problema fue cuando llegó la segunda y la tercera, luego la cuarta, debía hacer algo con todo ese efectivo.
-En esos años, nadie te pedía cuenta ni te cuestionaban si comprabas un rancho o una casa en efectivo.
-Mi sueldo de por sí iba íntegro a mi cuenta de ahorro, tenía comedor, carro, gasolina, casa, en sí nunca tuve la necesidad de gastar algo.
-Poco a poco tus costumbres comienzan a cambiar, lo que más te sobra es el dinero.
-Y hasta quiere uno casarse de inmediato… cosas de la juventud.
-Por recomendación, siempre mandaba regalos muy costosos a los superiores del Ministerio de Guerra y por supuesto que no se metían conmigo, me invitaban a sus fiestas, fui de los más jóvenes en ingresar al cuerpo de los generales.
-Mi general se durmió con una copa de whisky en la mano, lo lleve a su cama, se levantó muy temprano, me agradeció el detalle y se fue a la capital a una cena de su antigüedad.