Los miserables, somos nosotros
- Román Sánchez Zamora
Para muchos uno es serio, amargado, estricto y no buen ejemplo porque hasta lo miran a uno como antipático, algo malo para jóvenes y para quienes buscan de la broma sacar un provecho desde carnal hasta monetario.
Pero qué haces cuando desde tu juventud todo es juego, con grandes maestros que no les das el crédito hasta que fallecen y hay un problema, y sabes que ellos sabrían cómo sacarlo adelante o quizá ellos tomarían el problema y tu ni te darías cuenta. Mi abuelito veía algunos documentos y cerraba los ojos, así como mi padre y veo que ahora lo hago yo, nada se dice, solo un -yo lo arreglo- o un -ya veré- y listo.
Tuve un muy buen amigo en la universidad, siempre estaba la promesa de que haríamos negocios juntos y que conoceríamos a nuestras familias y si teníamos suerte uno de nuestros hijos se casaría con alguno o alguna del otro.
Sí fui a su casa una vez; tenía un hermano y vivían con su mamá, a su papá no lo habían conocido debido a que se fue para Estados Unidos y nunca más supieron de él, mi amigo pensó que se fue con otra, porque su mamá no toleraba un nombre de mujer, el cual se me olvidó, en un olvido voluntario mío, para no hacer alguna broma; para mí, los amigos se respetan en lo que les duele.
Vino al pueblo, salimos a las grutas, por una broma que quise jugarle con los murciélagos que allí vivían, resbaló y se pegó en la cabeza, una broma, unas risas y se había muerto.
Tú no sabes del dolor hasta que te toca decirle a la madre de tu mejor amigo que él ha muerto.
La broma quedó anónima; mi abuelito nunca creyó mi versión.