Estela de fuego

  • Augusta Díaz de Rivera
Estela revivía la macabra escena de su hermana muerta a manos de su esposo

Mientras buscaba desesperadamente el martillo con que ejecutaría su venganza, Estela revivía la macabra escena de su hermana muerta a manos de su esposo: las sirenas de las patrullas, la curiosidad de los vecinos, el llanto de los niños. El delgado cuerpo sin vida de Jazmín tenía la cara impávida de la paz final.

 

Siempre se sintió invisible como el aire, pero hoy quería verse como el fuego en la montaña. Los golpes que el padrastro les repartía por cualquier motivo, la apatía de su propia madre, cansada de sobrevivir, incapaz de defenderlas, le daban el oxígeno para prender la llama.  

 

Tenía decidido que hoy se haría escuchar, aunque fuera en la cárcel. Hoy sabría el mundo dónde habita la desesperación, por cuántos poros sale el sonido rancio y fuerte del dolor, de qué manera la rabia suelta su olor rojo de sangre que se agolpa en el alma.

 

Nadie escuchó a su madre en su lánguido aullido de auxilio, nadie escuchó a su hermana en su último suspiro de muerte, nadie escucha a los niños que se quedaron mirando pasmados su futuro sin esperanza, nadie la escucha a ella. No hay juez con oídos y compasión, no hay ley del tamaño de su tragedia, no hay justicia. Solo silencio.

 

Encontró no solo el martillo sino el bote de aerosol, la marcha comenzaría a las 10 de la mañana en el centro de la ciudad, había un escuadrón de hermanas que la protegerían de la policía. No quedaría vidrio ni ventana ni puerta ni monumento a su paso. Hoy hablarían por ella todas las mujeres violadas de la historia.     

 

 

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Augusta Díaz de Rivera

Licenciada en Relaciones Internacionales UDLAP. Maestra en Políticas y Administración Pública Tecnológico de Monterrey. Diplomado en Migración y Gobernanza del CIDE. Fue Diputada local y federal. Actualmente Regidora de Puebla