Razones fifí
- Augusta Díaz de Rivera
Elsa y su familia madrugaron el sábado 3 de octubre para irse a la Ciudad de México. Mientras ella hacía tortas de jamón con queso, Jaime, su marido, preparaba a los niños para el viaje: tenis, gorras, bloqueador solar, back packs con las chamarras por si enfriaba. La cita con la caravana de FRENAAA era en el monumento a los Serdán para salir todos juntos.
Mientras subían al coche armados con sus banderitas, Elsa le mandaba por whats a su grupo de alumnos de Inglés el lugar de la cita. Tenía la suerte de tener medio empleo, porque las horas clase de la escuela de idiomas donde trabajaba se habían reducido al 40% . No todos los alumnos quisieron seguir estudiando por zoom, o no tenían dinero para seguir pagando los cursos. Jaime tenía un restaurante en el centro de Puebla, que sobrevivía con las entregas a domicilio, pero ya había tenido que despedir a la mitad de su personal. Desde el año anterior las ventas ya venían a la baja tanto en el restaurante como en la escuela de idiomas.
Apenas el jueves en la noche les había hablado Martín, muy activo en el movimiento desde hacía meses, para invitarlos a la marcha. AMLO los había retado en la mañanera a juntar a 100 mil personas, con la promesa de renunciar. Saldrían a las 5 de la mañana porque la cita era a las 8 en el monumento a la Revolución para salir al zócalo caminando, además era necesario hacer cola para registrar su asistencia ante notario.
En esto de las marchas eran completamente nuevos, habían ido a una aquí en Puebla pero había sido en coche, y desde luego era la primera vez que irían a México. No sabían exactamente qué se podía lograr con su asistencia, pero esperar sentados a que el dueño del local del restaurante los corriera por no pagar la renta ya no era opción. Para ellos el activismo político era algo extraño y una cosa de chairos, hasta que no pudieron pagar las tarjetas de crédito, hasta que la “ayuda” del banco para posponer el pago de la hipoteca se terminó.
Cuando Elsa tuvo su boleto numerado 1279, por primera vez sintió que ser ciudadana no era una palabra, sino algo real. Una vez que comenzó la caminata recordó las veces que las había visto por televisión compuestas por trabajadores, por campesinos, por mujeres, y las respetó. VIVA MEXICO! gritó con los demás. Le pareció extraño no hacerlo en una fiesta de 15 de septiembre, pero se sintió bien, se sintió importante.
Agarrando de la mano a su hija mayor, pensó en la muerte por COVID del hermano de su mejor amigo, un médico dueño de una clínica en Atlixco, también pensó en los ahorros esfumados de su cuñada, para salvar la vida de su madre. Fue entonces cuando mas fuerte gritó: FUERA AMLO!
Al día siguiente la voz del presidente en la mañanera minimizando la importancia de la marcha, ignorando su promesa de renunciar, evadiendo las preguntas de la “prensa vendida” a los intereses de los conservadores no la desanimaron. Sabía que vendrían más golpes al estado de derecho como el recién propinado por jueces de la Suprema Corte de Justicia, que el autista que nos gobierna querría pagar su aeropuerto y su tren y su refinería y que su casa y su negocio y sus empleados no eran importantes, por lo visto no eran parte del pueblo bueno y sabio.
Con la certeza de que la democracia acabaría con López Obrador antes de que él acabara con el país , se apresuró a abrir la computadora para dar su clase de inglés intermedio II a las 9 de la mañana. No supo porqué, pero cuando vio a sus hijos atendiendo las clases en los celulares y a sus alumnos pendientes de la lección, se sintió un poco más fuerte, un poco más libre, y un calorcito en el pecho la hizo feliz.
Opinion para Interiores:
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Licenciada en Relaciones Internacionales UDLAP. Maestra en Políticas y Administración Pública Tecnológico de Monterrey. Diplomado en Migración y Gobernanza del CIDE. Fue Diputada local y federal. Actualmente Regidora de Puebla