La soledad del no poder

  • Augusta Díaz de Rivera
El cargo público exige tener una ética de la responsabilidad más que convicciones

Alguna vez Enrique Krauze me dijo que a los panistas no nos gustaba el poder, su disertación iba en el sentido de que los ideales humanistas que forman parte de nuestra doctrina no siempre eran compatibles con las exigencias de un cargo público, que exige tener una ética de la responsabilidad y no una ética de convicciones. Pienso que parafraseaba a Max Weber, quien dijo en su libro El Político y el Científico: “No es que la ética de la convicción tenga falta de responsabilidad, ni que la ética de la responsabilidad tenga falta de convicción, pero hay una diferencia abismal entre ambas. La ética de la convicción tiene un elemento mesiánico que permite evadir responsabilidad pero al mismo tiempo crea ilusión y marca un camino a conseguir. Quien actúa conforme a una ética de la responsabilidad, al contrario, tiene presente todos los defectos del hombre medio…Ambas éticas son complementarias y han de concurrir para crear al hombre auténtico, al hombre que puede tener vocación política."

Toda ética o doctrina, ya sea de izquierda o de derecha, forman parte de las acciones de gobierno, y es allí donde la experiencia política, el oficio de gobernar y la vocación de poder se demuestran, cuando se saben combinar. No cualquiera puede, es un arte que se aprende, que lleva tiempo, práctica, te sale o no te sale, y se nota siempre. A un buen político, o buena política, se le reconoce fuera de la estridencia, en el temple, las decisiones firmes tomadas en un contexto particular, cuya guía  no está escritas en ningún lado. La naturaleza del poder se conoce solo desde dentro.

Una de las razones por las cuales los gobiernos de la mal llamada cuarta transformación resultan inoperantes, es que sus políticos, como Claudia Rivera, privilegian la ideología sobre la responsabilidad, haciendo gala incluso de la inexperiencia como virtud, cuando se dice de ella que no hizo antesala en los círculos del poder, sin reparar en que no hay necesidad de aclararlo, se nota.

Por otro lado, en MORENA, además de los recién llegados al poder, o mejor dicho, no poder, están los que cuya experiencia previa es sobrada, y que privilegian los juegos de poder sobre la doctrina partidista, como Miguel Barbosa, cuya agenda mediática en contra de la alcaldesa parece tener la intención de ocultar los pobres resultados de su propia gestión.

Una persona que se dedica al servicio público debe ser conocida por sus acciones, no por sus dichos, sus pleitos, sus excusas de gobiernos pasados o sus promesas de futuro idealista. Una gestión de gobierno exitosa hace, no dice, ni mucho menos se excusa. Las acciones públicas a veces conllevan deciciones difíciles, muchas veces solitarias, que no autoritarias, que muchos no van a entender, que tienen costos políticos y personales y siempre costos sociales. Lo que unos ganan, otros lo pierden, y si bien no siempre se dice tan claro, el o la política responsable lo sabe y no maquilla sus deciciones con discursos ideológicos como hace todos los días el presidente López Obrador, engañando a la buena fe de la gente.

El poder debe ejercerse sin titubeos,  con responsabilidad y sin discursos huecos. De cualquier manera la soledad del poder hay que asumirla, pero siempre será preferible a la soledad del no poder, cuyo juicio público es implacable.

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Augusta Díaz de Rivera

Licenciada en Relaciones Internacionales UDLAP. Maestra en Políticas y Administración Pública Tecnológico de Monterrey. Diplomado en Migración y Gobernanza del CIDE. Fue Diputada local y federal. Actualmente Regidora de Puebla