Diálogo e inclusión. Los retos de la gobernabilidad

  • Guillermo Nares
Hoy, aunque débilmente, asoma a la luz el imperativo del diálogo.

Guillermo Nares Rodríguez

 

La política en Puebla no siempre ha sido de naturaleza estable. La turbulencia dejo su huella: de 1911 a 1999 el estado fue gobernado por cincuenta personajes. En lo que va del siglo hemos tenido una gobernadora, seis gobernadores y vamos por el octavo. En 20 años 8 gobiernos estatales. Cierto, los conflictos locales no fueron de naturaleza democrática, la oposición electoral fue insuficiente para poner en jaque el control autoritario. La inestabilidad fue provocada siempre por la falta de fórmulas locales eficaces para transitar periodos de gobierno sin mayores alteraciones. Por lo general en la recomposición política el presidente de la república influyó decisivamente.

El proceso de cambio en el país en los últimos 30 años, consolidó poderes regionales de naturaleza autoritaria, tricolor y azulina. Hacia el 2010 Puebla, junto con Tamaulipas, Oaxaca, Sinaloa y Coahuila, eran de los estados sin alternancia en el ejecutivo estatal.  Una alianza encabezada por el PAN modificó la distribución del poder  en Puebla, Sinaloa y Oaxaca. Lo que no se tradujo en democratización, por el contrario, la lastimada y lastimosa figura presidencial, de Felipe Calderón Hinojosa y de Enrique Peña Nieto después, fueron  espacio de oportunidad para empotrar localmente a una clase política que tiro la agenda democratizadora y encamino el ejercicio gubernamental a usar y abusar facciosamente las instituciones gubernamentales.

La alternancia instaló en Puebla prácticas pre modernas. Se construyó un falso consenso de base violenta, chantajista, amedrentador, carcelero, censurador, terrorífico, delincuencial y corrupto. De un plumazo se destruyeron las rutinas de resolución de conflictos del priismo que si bien no fueron del todo eficaces, mantuvieron siempre a raya las pervivencias políticas de control colonial que de vez en cuando emergen en los entornos locales como el poblano.

Dicho modelo colapso. Destruyó el tejido social provocando encono, crispación social y desprestigio institucional. Trastocó la posibilidad de acuerdos. Hay que decirlo, la resolución del Tribunal Federal Electoral, alimento  animadversión y reforzó las tentaciones para consolidar el modelo de gobierno “hacendario”.

Después de las elecciones de julio del 2018, los actores del pasado, nunca dieron señas claras de distensión política, por el contrario trascendía, fuera incluso de un elemental pragmatismo, la idea del “necesario” ajuste de cuentas. No son pocas las evidencias: nula comunicación con el congreso, el “ni los veo ni los oigo” aplicado a Morena, la campaña de desprestigio y obstaculización dirigida a debilitar los municipios ganados por la ola lopezobradorista, así como los amagos de persecución judicial contra opositores,  auguraban una recomposición aún más violenta desde el poder público.

 Si el escenario estatal era ya caótico, se agravó en los últimos días de diciembre pasado. La desmesura de ambiciosos contribuyó a enrarecer el ambiente. En dicho escenario la prioridad inmediata fue construir gobernabilidad que permitiera civilizadamente instalar un gobierno de transito con capacidad de percibirse a sí mismo en su responsabilidad para generar condiciones democráticas.

Y lo ha hecho denodadamente. Iniciada la campaña, nadie puede afirmar que en territorio poblano hay ingobernabilidad o que las instituciones son parte del juego electoral e inclinarán la balanza hacia algún actor político. En ello ha jugado un papel relevante el actual secretario de gobierno,  Fernando Manzanilla, personaje preparado, con experiencia probada en la administración pública, conocedor de los entretelones del poder y ampliamente conocido en los sectores económicos, sociales y políticos poblanos. Al contrario de la intentona que persigue, desde la mezquindad y el resentimiento, manchar el proceso electoral, este camina en un marco de civilidad gracias a los buenos oficios del encargado de la política interna.

Desde luego que la orientación de la secretaria de gobierno para mantener como una prioridad la paz, el orden y la estabilidad no ha gustado para nada a aquellos actores políticos que aprovechándose de cierta esfera de poder, han hecho de la diatriba y la calumnia espacios para sacar ventaja política.

Hay una diferencia radical en el escenario poblano, la violencia e intimidación son imágenes de la memoria. Hoy, aunque débilmente, asoma a la luz el imperativo del diálogo.

Sin duda el diálogo y la inclusión son el verdadero reto.  El ambiente dejo espacio a trepadores y advenedizos que hoy se presentan como demócratas aunque distan de serlo. Arrastran tras de sí una estela de agravios de todo tipo y su permanente cambio de estafeta seguramente le traerá problemas al próximo gobierno sin duda de talante morenista. Se debe tener muy presente que quien traiciona una vez, lo hace dos y más veces. Además, los aprovechados de siempre terminan por construir murallas que separan al gobernante de los gobernados

A pesar de ser la unidad una prioridad se puede quedar corta la propuesta. Hay grupos, asociaciones, personalidades, segmentos importantes de la sociedad que hemos insistido en acercamientos constructivos para colaborar en el proceso de instauración y definición de la agenda del cambio en Puebla, sin embargo a la fecha priva el silencio y la falta de respuesta.

La reorganización de la vida pública en claves democráticas, requiere de inventiva para escuchar las muchas voces que buscan aportar propuestas, ideas, esfuerzos. El nuevo régimen bien lo vale. No dejemos que la reconciliación quede solo como una suerte de recuperación de los desechos del pasado que no podrán contribuir y menos lo harán en la definición de los “cómos”. En ello siempre hay que escuchar y atender a la sociedad.         

gnares301@hotmail.com

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Guillermo Nares

Doctor en Derecho/Facultad de Derecho y Ciencias Sociales BUAP. Autor de diversos libros. Profesor e investigador de distintas instituciones de educación superior