El miedo al cambio en el pos neoliberalismo

  • Guillermo Nares
A pesar de ello, vivimos en una suerte de limbo

Nuestro país atraviesa por una etapa inédita en su vida pública. Ascendió al poder una nueva elite que ante el hartazgo y el malestar social tomó la bandera de cambio y combate a la corrupción como su principal oferta de gobierno.

A pesar de ello, vivimos en una suerte de limbo, ni el pasado se ha ido de la escena pública, ni los actos de gobierno dan pautas para pensar realidades diferentes.

Hay en el imaginario social una sensación de desidia, desinterés, priva la apatía por los asuntos públicos, basta recordar que apenas unas semanas atrás, en todos los estados donde se llevaron a cabo elecciones, la asistencia a las urnas fue muy baja, de ello dejaron constancia Puebla y Baja California Norte.

Las claves del momento hay que buscarlas desde luego en el comportamiento de las sociedad, pero con mayor énfasis en la actitud de la nueva clase política, tanto en la que detenta el poder público como en aquella que se encuentra instalada confortablemente en la oposición, esperando aprovechar los errores de la 4T para aprovecharlos en el futuro, pero sin desgastarse en las coyunturas provocadas por las insatisfactorias respuestas a las exigencias de los ciudadanos.

No es desmesurado afirmar que hay en la sociedad y sobre todo en las elites políticas, en sentido contrario a lo que pregonaron en la campaña del 2018, temor al cambio.

¿Qué explica dicha actitud?

Erich Fromm, es aleccionador para los tiempos actuales. Vale la pena recurrir a las reflexiones hechas en El Arte de amarEl Miedo a la libertad¿Tener o Ser? y en su ensayo Sobre la desobediencia.

En la obra del pensador alemán, el humanismo es recurrente. Afirmaba, entre otras cosa que nos alejamos cada vez más de lo que debería ser prioritario para la esencia del ser humano. Sostenía que el avance de la industrialización y el espíritu de lucro dominante nos atrapa a todos y nos vuelve esclavos de los préstamos, de sus intereses, sobreponiéndose, este comportamiento, a otros valores como la cooperación y la solidaridad. Ocurre lo anterior por que el ser humano, en la sociedad industrializada, se convirtió en objeto de cambio que participa en el mercado de personalidades. En dicho espacio las personas se transforman en producto de consumo y su éxito depende de la capacidad que tengan para imponer su personalidad, la cual se oferta en una suerte de paquete que los muestra alegres, sólidos, agresivos, confiables, ambiciosos, confiables. Nuestra sociedad no valora al individuo por sus cualidades para desempeñar sus actividades, más bien asigna valor de cambio a la manera en como vende su personalidad, como se concibe a sí mismo en tanto mercancía. Un individuo exitoso, en la sociedad del Tener, es aquel que sabe venderse como un producto más del mercado. Por el contrario, la sociedad del Ser -cuyos requisitos previos son la independencia, la libertad y la crítica- se caracteriza por la actividad interior del individuo, por el uso productivo de sus facultades, de su talento, de sus capacidades y cualidades, lo cual le permite renovarse, crecer, fluir, amar, trascender la prisión del ego aislado del Tener.

En la sociedad industrializada, prosigue Fromm, preferimos seguir instalados en el Tener antes que en el Ser. Optamos por no avanzar, por permanecer donde estamos; nos aferramos a lo que tenemos, solo así nos sentimos seguros.

Evitamos avanzar hacia lo que se nos presenta como desconocido. Por ser incierto, suponemos es peligroso, nos causa temor. Nos parece que lo viejo conocido, es seguro. Lo nuevo, deducimos, implica peligro, fracaso, “y esta es una de las razones por las que se teme a la libertad”.

Es muy sugerente lo que el Fromm afirma: en la sociedad industrializada las personas se encuentran semidespiertas y no se dan cuenta de que sus certezas, son una ilusión provocada por la influencia del mundo en el que viven y por el sistema educativo; los títulos solo sirven para ser utilizados como símbolos de autoridad. La educación en realidad prepara al estudiante para que tenga conocimientos como posesión, los cuales se evalúan por la cantidad de propiedad y prestigio que adquieran más adelante.

La sociedad del Tener es una sociedad donde domina la obediencia acrítica porque hay temor al cambio. Seguimos en la sumisión de las inercias, de los órdenes viejos por el deseo de la seguridad que nos otorga lo conocido, aun sea nefasto.

En su texto Sobre la desobediencia, afirma que ser obediente, nos hace creer que participamos del poder que reverenciamos, y por ello nos sentimos fuertes. La obediencia es el instrumento de las minorías para gobernar a las mayorías. A través de la educación se inculcó a los pueblos la idea de que la virtud pública era obedecer y se asoció la desobediencia al mal. Se impone como conclusión que la sociedad vuelva a la desobediencia, entendida como el desarrollo espiritual que hace que no a todo se diga siempre sí; que las personas sean capaces de no aceptar las mordazas del pensamiento nuevo, motor del desarrollo en la sociedad, porque no todo el mundo ha aceptado que los cambios no tienen sentido.

Es lapidario en sus conclusiones: las organizaciones de la sociedad perdieron su capacidad para desobedecer, es más, ni siquiera perciben cuando obedecen. Lamentablemente la capacidad de dudar, de criticar y desobedecer es lo que marca la diferencia entre un futuro para la humanidad y el fin de la civilización.

Diríamos que los tiempos actuales requieren cambios en la actitud benevolente, acrítica, de temor, de obediencia por inercia, de miedo a la libertad. El cambio que sugiere la 4 T puede quedarse en el anecdotario político mexicano. La tentación de las inercias dominantes de la sociedad del Tener, a las que hace referencia el pensador alemán, son fuertes en extremo. Priva en la política mexicana el afán de poseer, de lucrar con los recursos públicos, de estimular actitudes de obediencia, de no tolerar la crítica, de hacer persistente el compadrazgo, la superficialidad y banalidad, el intercambio de favores políticos. De ello, la actual clase política da cuenta de múltiples ejemplos.

Justo porque el influjo de la política neoliberal es poderoso, parafraseando a Erich Fromm, bien se puede afirmar que Morena corre el riesgo de ser heredero de la cultura de la obediencia, sin que ellos mismos sepan que están obedeciendo.

Es evidente: se requiere que la sociedad rompa las inercias del pasado, generando actitudes de mayor participación, interés, exigencia e incluso desobediencia respecto a las prácticas de la sociedad del Tener, de otra manera el escenario seguirá siendo propicio para el catastrofismo y la derrota social.

gnares301@hotmail.com

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Guillermo Nares

Doctor en Derecho/Facultad de Derecho y Ciencias Sociales BUAP. Autor de diversos libros. Profesor e investigador de distintas instituciones de educación superior