Pena ajena
- Fernando Rojas Cristerna
¡Si pone circo, le crecen los enanos!
Esta sería la proverbial cita que mejor serviría para definir los resultados de la malograda gestión de Enrique Peña Nieto al frente de la presidencia de la república, el cual desde su campaña, sea por decisión propia o por consejo extraño, ha incurrido en una serie de garrafales errores que le hará pasar a la historia como uno de los más torpes gobernantes que han "dirigido" los destinos de esta generosa nación.
Lejos de sus pifias al ser filmado con la banda presidencial a punto de caer, sus fallas al pretender hablar en otro idioma, sus tropiezos literales al subir al estrado, y otras pintorescas escenas que han quedado plasmadas en numerosos memes, se encuentran sus tremendos y penosos errores de gobierno.
Y vea usted, no acababa de terminar el penoso proceso electoral, cuando del interior de su perdedor partido surgió la protesta de sus militantes al cargarle la culpa de la dolorosa y penosa derrota por haber enviado al congreso la propuesta de la legalización del matrimonio homosexual, que según dicen algunos fue resultado del consejo de alguno de sus cercanos colaboradores que le aseguró que con este ganaría la votación de la hoy ciudad de México... ¿será verdad que le haya creído al oligofrénico asesor?
Todavía no asentaba la tormenta post-electoral cuando objeto de la tremenda presión pública, el mandatario mexicano eligió huir al hermoso país canadiense para esconderse de los reclamos de una sociedad indignada por la matanza de Nochixtlán, para ahí tener que enfrentar el penoso reclamo de sus pares, quienes le solicitan una solución pronta al conflicto magisterial y le corrigen la plana a su concepción particular del populismo debido al contenido de su mensaje cuya pretensión era el de quedar bien con los dirigentes de Canadá y Estados Unidos... ¿penoso o no?
Cómo no causar pena cuando casi al mismo tiempo de estar descendiendo de su lujoso avión, tendría que darnos la penosa noticia de que regresarían los aumentos a las tarifas de electricidad, gas y gasolinas, después de que el mismo fuese protagonista de una intensa campaña anunciando con bombo y platillo los resultados exitosos de su reforma energética... ¿qué pena o no?
Y como corolario de estas fatales semanas, sólo le faltaba pasar por la pena de demostrar su talante de firmeza en el ejercicio de la autoridad, al enviar a su secretario de gobernación a darnos el mensaje de que la paciencia gubernamental se había agotado y de que los rijosos maestros de la CNTE tendrían que regresar a las aulas y aceptar la nueva reforma educativa.
Poco tiempo pasó cuando la airada respuesta, ya no sólo de los maestros sino de un sector social aguerrido, multiplicó las protestas a lo largo de toda la república,
pero ahora con un lenguaje altamente beligerante como es el de estar dispuestos a morir y a responder en la misma forma a como fuesen tratados.
Esta sorprendente respuesta causó otra vez la pena de tener que desdecirse al ser obligado a sentarse a dialogar nuevamente... ¿será que la reforma educativa deba ser aplicada? ¿Sufrirá la pena de tenerla que corregir?
De esta manera es como triste y penosamente se va consumiendo la gestión de este personaje de fantasía, magistral creación de los diseñadores de imagen al servicio del poder, quienes lograron vender al elector más sensible el concepto de un moderno estadista, guapo, con bonita esposa y familia, impecables en su vestimenta, rayando en la figura propia de la realeza europea.
Qué pena me da, diría Carlota, la de Maximiliano, que pena me da.
¿Y pensar que todavía faltan unos pocos años más?