El placer de ser objetos

  • Carlos Vázquez Parra
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Ciertamente las cosas han cambiado mucho en los últimos tiempos, antes teníamos una clara división entre lo que eran las personas y las cosas, inclusive, no era lo mismo decir “él” que “eso”. Sin embargo, a pesar de que pensábamos haber superado la época esclavista en la que un individuo podía ser comparado con un objeto, nos encontramos hoy en día frente a una nueva tendencia que puede ser más complicada que la posesión de una persona, estamos en un periodo de cosificación voluntaria.

El fin de semana caminaba por la Ciudad de México cuando entre a un restaurante bastante particular, aunque la comida no era nada espectacular, el negocio tenía bastante clientela, lo que se me hizo muy interesante. Después de un rato de analizar el lugar me di cuenta que efectivamente no era la comida, ni la bebida, mucho menos los precios, los cuales eran bastante altos, no era la música, ni la decoración, simple y exclusivamente el éxito de dicho lugar eran sus meseras. Vestidas con ropa muy provocativa, las jóvenes que ahí atendían a los comensales manejaban un perfil bastante singular, ellas en cierta medida se cosificaban para sus clientes. Ser un objeto de deseo es una técnica que muchas personas han usado a través de los tiempos, sin embargo, es una lástima que a pesar de reconocer lo incorrecto de este comportamiento, éste continúe siendo una herramienta tan redituable.

La diferencia entre dar un buen servicio y caer en lo servil puede resultar éticamente muy controversial, pues hemos llegado a difuminar tan sutilmente nuestro lugar como personas, que en muchos trabajos los individuos llegan a confundirse con el resto de las cosas que en el negocio se encuentran, sin embargo, lo realmente conflictivo es que sean las propias personas quienes voluntariamente se coloquen en dicha situación ya sea para ganar más, o simplemente para obtener o conservar un trabajo.

Se ha explotado tanto la cultura mercantilista de la posesión, en la que no hay un solo momento en que no deseemos algo, que era cuestión de tiempo para que recayéramos en la posesión de las personas. Por ello, ya no únicamente los negocios con giros prohibidos o con denotación sexual, han buscado aprovechar esta tendencia de querer poseer a una persona, haciendo que alguien haga aquello que deseamos, simple y exclusivamente para sentir el placer de tener el control. En un mundo tan incierto en el que las cosas cambian de manera muy acelerada, podemos encontrar lugares en que las cosas se hacen como nosotros queremos que sean, en los que no hace falta nada que no se pueda pagar con dinero y en que podemos ser casi señores de nuestro micro-feudo.

Conforme avanzaba con mis alimentos, veía como las jóvenes meseras charlaban con los comensales, se tomaban fotos con ellos e inclusive, bailaban con un ula-ula. Era obvio que más que atender mesas, su trabajo era ser un atractivo visual para los hombres que ahí comían, labor que era cumplida a la perfección. Efectivamente el ser objetos deseables pero inalcanzables les resultaba una actividad muy conveniente, pues las recomendaciones que ellas daban sobre el menú, casi siempre tenían una respuesta positiva, elevando considerablemente las cuentas y mejorando claramente lo que recibían de propinas. No creo que algún mesero de un restaurante de lujo, recibiera lo que estas jóvenes reciben en uno de sus peores días, pues no solo prestan un servicio de atención al cliente, sino también de deseo, fantasía y cosificación.

Claro que éste es solo un ejemplo que me ha gustado por lo obvio que es, pues muestra una clara voluntad de ser cosificados, sin embargo, ¿Qué sucede con todos aquellos que en sus trabajos son convertidos en no más que objetos de sus empleadores? Existe cosificación en el empleado gubernamental que es humillado todos los días por su jefe a cambio de no perder su trabajo, en las empleadas domésticas que tienen que aceptar un sueldo miserable y sin ningún tipo de prestación, en los estudiantes que por sus complejos horarios tienen que trabajar a cambio de salarios reducidos o en ocasiones hasta nulos, en cualquier empleado que pasa su vida trabajando sin ver en su labor un verdadero desarrollo para él o los suyos. Estos también resultan ejemplos de cosificación, pues parece ser que aunque vivimos en la modernidad, hemos vuelto a convertirnos en siervos feudales, que como las cosas, somos útiles solamente mientras servimos.

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Carlos Vázquez Parra

Es Doctor en Estudios Humanísticos, así como Maestro en Educación y Licenciado en Psicología y Derecho. Cuenta con variados artículos académicos, así como ha participado en múltiples congresos a nivel nacional e internacional. Es autor de cinco libros originales que versan sobre temas como la elección racional, la búsqueda del amor y la modificación de las creencias. Actualmente trabaja en su sexto libro y labora como profesor investigador del área de ética del Tecnológico de Monterrey.