Nosotros los irracionales

  • Carlos Vázquez Parra
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Conforme siguen pasando los años, la cultura occidental parece seguir aferrándose a nociones que aunque se van transformando con el vaivén de la historia, se convierten en presunciones tan rígidas como alejadas de la realidad. Este es el caso del calificativo del mundo occidental como la cultura de la razón, noción que se ha forjado a partir de las aportaciones de muchos pensadores e intelectuales, quienes han planteado la necesidad de contar con un entorno específico para el desarrollo del llamado animal racional, espacio en el que el hombre pueda actuar y desenvolverse en un ámbito de objetividad y raciocinio.

Como fiel hija griega, esta característica del hombre como un ser que actúa racionalmente, ha llevado a que la filosofía sea proclamada en gran medida como la ciencia de la razón, lo cual es un señalamiento muy problemático, ya que aunque esta disciplina considere que ocuparse de la razón es un tópico medular que le compete, no ha logrado en todo su desarrollo concebir una noción precisa de lo que la razón misma es o de cómo ésta puede presentarse en la actuación humana. El manejo de conceptos tan numerosos y enfoques tan variados que se han gestado sobre el término “razón”, llevan a que los nuevos teóricos de la acción se cuestionen, de una manera más común, sobre el papel que desempeña la racionalidad dentro de la vida práctica, dejándola como un blanco al que todas las críticas se enfocan y no como la norma que tradicionalmente se le consideraba.

En la actualidad vemos al ser humano como un ente que tiene amplios y complejos procesos de racionalización pero, ¿Cuántos de esos procesos realmente gestan una acción racional?, ¿Qué tan racional podemos aseverar que es nuestro comportamiento cuando inevitablemente nos vemos motivados por emociones, deseos y circunstancias externas?, ¿Qué tanto podemos asegurar que somos autónomos o que contamos con información y evidencias óptimas que respaldan todos nuestros actos?, y por consiguiente, ¿Es realmente el hombre contemporáneo ese animal racional enunciado por los griegos?.

Es inevitable percatarnos que conforme la sociedad se va haciendo cada día más compleja y problemática, la racionalidad humana es puesta a prueba, pues así como la incertidumbre y la indeterminación se convierten en compañeras cotidianas en el caminar de las personas, la irracionalidad es un huésped que poco a poco vemos con más frecuencia en nuestra vida. A pesar de nuestros estructurados y estandarizados procesos, seguimos dejándonos llevar por las pasiones y las corazonadas al momento de tomar decisiones, siendo en gran medida seres emocionales, que piensan con la cabeza, pero que sienten y eligen con el corazón.

Por esto mismo, la irracionalidad no puede seguir siendo tratada como un calificativo negativo o caótico, pues más allá del sentido casi peyorativo que ha tenido durante siglos, ya no podemos simplemente valorarla como “el desorden”, sino más bien como “el nuevo orden”, que más que ser malo, simplemente comprende aquello que no es codificable dentro de los estrechos cánones de la razón.

Aunque el hombre sea un ser que tiende naturalmente a la razón, debe aprender a vivir con la irracionalidad, valorando aquello maravilloso que nos da la incerteza, la falta de objetividad y la inevitable presencia de la incertidumbre, pues aunque no podemos simplemente ir por la vida dejándolo todo a la suerte o al destino, tampoco podemos aferrarnos a una certeza inalcanzable y a una racionalidad plena que parece ser simplemente una más de las utopías del mundo.

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Carlos Vázquez Parra

Es Doctor en Estudios Humanísticos, así como Maestro en Educación y Licenciado en Psicología y Derecho. Cuenta con variados artículos académicos, así como ha participado en múltiples congresos a nivel nacional e internacional. Es autor de cinco libros originales que versan sobre temas como la elección racional, la búsqueda del amor y la modificación de las creencias. Actualmente trabaja en su sexto libro y labora como profesor investigador del área de ética del Tecnológico de Monterrey.