Los frentes de batalla de Putin: ¿podrá con todos?

  • Herminio Sánchez de la Barquera
Numerosos frentes de batalla abiertos por el Kremlin han puesto al descubierto sus limitaciones

Desde hace muchos años, el autor de esta columna ha manifestado que el principal enemigo de la democracia liberal occidental es Vladimir Putin y que el peor error que cualquier político pueda cometer es creer en la palabra de ese tirano criminal, mentiroso de profesión. En los últimos meses hemos visto cómo sus tropas avanzan lentamente en el frente oriental ucranio, conquistando territorios metro a metro a un costo elevadísimo de vidas humanas, particularmente rusas.

El “Institute for the Study of War” ha calculado que, de septiembre a fines de noviembre, las fuerzas armadas rusas han perdido en promedio 53 soldados por cada kilómetro cuadrado conquistado: 2 356 km² han costado, por lo tanto, alrededor de 125 800 soldados rusos. Sin embargo, en donde las tropas rusas se han encontrado con una férrea resistencia ucrania es en la región de Kursk, en donde han concentrado a cerca de 50 000 efectivos rusos y norcoreanos. Kursk es la peor pesadilla de Putin, porque con su negligencia la creó él mismo: en lugar de contener a los ucranios, ha puesto plazos a las tropas rusas para recuperar terreno y las ha orillado al fracaso. A pesar de este elevado número de efectivos, el ejército ruso ha sido incapaz de desalojar a los 8 000 soldados ucranios. A sus elevadas pérdidas de vidas en esta campaña de Kursk, hasta ahora infructuosa, los rusos tienen que agregar las de material: el promedio por cada 10 días es de 120 vehículos de combate perdidos.

Sin embargo, la invasión a Ucrania no es el único frente de batalla de las tropas de Putin: ahora mismo están desalojando sus posiciones en Siria, en donde las tropas rebeldes ya han logrado que el dictador Bashar al-Ásad huya del país. Los ejércitos de Siria y de Rusia no pudieron detener la ofensiva rebelde, que han hecho lo que los países occidentales nunca fueron capaces de obtener: derrocar al régimen criminal de Bashar al-Ásad, uno de los aliados más cercanos y brutales de Putin. El problema para las ambiciones rusas es enorme, y se puede convertir en una debacle para el dictador en el Kremlin, debido a que en la ciudad siria de Tartús se encuentra la única base naval rusa fuera de territorio ruso y en la de Hmeimim una base aérea de gran importancia. Desde el punto de vista geopolítico, esa base naval, la única que posee Moscú en el Mediterráneo, es de esencial importancia para los sueños imperialistas de Putin, ya que sirve de punto de apoyo y proyección de Rusia en el Medio Oriente, en África, en el Mediterráneo y en la región arábiga. Imposible convertirse en potencia mundial sin bases fuera del territorio propio.

Los rebeldes islamistas no sólo pusieron en la mira al nefasto Bashar al-Ásad, sino también a sus aliados del Kremlin: no olvidan que, en 2016, la fuerza aérea rusa, para proteger al dictador sirio, bombardeó la histórica ciudad de Alepo y la redujo a escombros. Una vez más, la estrategia militar rusa se ensañó con los civiles, tal como lo hizo en Chechenia y lo está haciendo en Ucrania. Ahora que el régimen dictatorial sirio ha caído, la única vía que le quedará a Putin para conservar sus bases militares en ese país será la negociación con los grupos rebeldes, a algunos de los cuales tiene catalogados como organizaciones terroristas. Creo que será muy complicado para Putin establecer negociaciones con estos rebeldes para poder conservar sus bases militares en Siria; además, hace unos días, la fuerza aérea rusa bombardeó a algunos contingentes insurrectos, en un desesperado intento por detener su marcha. Esto hace aún más complicado el camino hacia una negociación con los nuevos dueños de la situación en Siria.

La imperiosa necesidad rusa de mantener presencia militar y política en esa zona del planeta quizá pueda satisfacerse volteando a ver a Libia, pues el puerto de Bengasi está en manos de un viejo conocido: el general Jalifa Hafter, comandante Supremo del Ejército Nacional Libio. Hafter realizó parte de su formación militar en Moscú, en tiempos de la antigua Unión Soviética, y en sus manos está actualmente el puerto de Bengasi, por donde se exporta una gran cantidad de petróleo libio. El vanidoso Putin tendrá que mendigar ahora, ya sea en Siria o en Libia, para que le permitan mantener bases militares…

Los rebeldes sirios, una vez caído el régimen de Bashar al-Ásad, podrían sitiar Tartús, cortando sus vías de suministros por tierra. Por eso, al parecer desde hace unos días, ha circulado la noticia de que algunos buques de guerra rusos han abandonado ya la base naval; se trata, al parecer, de una fragata, un submarino y un buque auxiliar, que por lo pronto sólo tienen la opción de refugiarse en Kaliningrado, base naval rusa en el lejano Mar Báltico.

La pérdida de la base naval de Tartús y de la base aérea de Hmeimim sería un golpe tremendo para las ambiciones de Putin, en su deseo de hacer de Rusia una gran potencia militar y global. No hay que olvidar que la base naval de Sebastopol, en Crimea, ya no puede ser utilizada tranquilamente por los rusos debido a los ataques ucranios, que han desmantelado a la otrora orgullosa flota rusa del Mar Negro y han obligado a sus restos a mudarse a las bases navales de Novorosíisk y Feodosia, lejos del alcance de los ucranios. Perder también Tartús significaría que Rusia ya no tendría una conexión entre el Mar Negro, el Mediterráneo y las aguas más allá del Canal de Suez. Pero seamos claros: si Rusia no defendió a al-Ásad no fue porque no hubiese querido, sino simplemente porque ya no pudo: o lucha en Kursk y en el Dombás, o en Siria. Cuestión de prioridades.

Otro frente abierto que tiene Putin es Georgia -aunque este es más político que militar-, en donde la población mayoritariamente se ha declarado en contra del gobierno prorruso y ha salido a las calles en grandes multitudes para exigir que se retomen las negociaciones de acercamiento con la Unión Europea. Recordemos que Rusia ocupó hace unos años parte del territorio georgiano, pero ahora está más limitada para intervenir militarmente debido a que tiene a sus fuerzas comprometidas en Ucrania y en Kursk, a la defensiva en Siria y provocando roces con fuerzas de la OTAN, como ocurrió hace unos días en el Mar Báltico.

En Rumania ocurre un fenómeno similar al georgiano, dividiéndose la sociedad en un frente prorruso y en grandes grupos que buscan una orientación política más proclive a Europa y a la democracia liberal. Tras las acusaciones contra Rusia por tratar de interferir en las elecciones presidenciales de Rumania, el Tribunal Supremo dictaminó el viernes 6 de diciembre que las elecciones deben repetirse por completo. Los jueces basaron su decisión en revelaciones del servicio secreto rumano de que el país se había convertido en el objetivo de un “agresivo ataque híbrido ruso”, por lo que tomaron la decisión, “para garantizar la corrección y legalidad del proceso electoral”, de que el proceso debería repetirse completamente. El ganador de la primera ronda el 24 de noviembre pasado fue, sorpresivamente, el candidato prorruso Calin Georgescu, pero las evidencias de la intervención rusa y de manipulación por medio de la plataforma Tiktok han obligado al Tribunal Supremo a decretar la repetición de todo el proceso. Ya veremos que sucede aquí, pero es otro frente en donde Putin se encuentra activo, tratando de minar las aún débiles bases de la democracia rumana para colocar en el poder a un dirigente que pueda ser manipulado desde Moscú.

En resumen: tan numerosos frentes de batalla abiertos por el Kremlin han puesto al descubierto sus limitaciones: sus fuerzas armadas, si bien están logrando algunos de sus objetivos, han sufrido pérdidas verdaderamente estratosféricas, lo que significa que, aún si Rusia lograse derrotar a Ucrania o imponer condiciones de paz a su modo, necesitarían varios años (yo calculo unos 15) para rehacerse y poder llevar la guerra a otros países europeos, como Polonia o las repúblicas bálticas.

Ese lapso le daría un respiro a Occidente, que debería aprovechar para prepararse para la siguiente ofensiva rusa. Los mártires ucranios están realizando la labor de sacrificio, deteniendo a los rusos. Además, las fuerzas armadas rusas tienen mandos incompetentes, carecen de personal bien adiestrado y su equipamiento no tiene los niveles de avances tecnológicos y electrónicos del armamento occidental. Lo que los hace ganar es la masa: cantidad en lugar de calidad. A esto hay que agregar la presión personal de Putin, quien quiere a toda costa recuperar Kursk en diciembre, seguir conquistando territorios en el Dombás, mantener presencia en el Mediterráneo y en el Mar Báltico, tratando de interferir en este último escenario en la infraestructura europea de comunicaciones y de defensa. A esto hay que agregar los frentes políticos, como la misma Unión Europea, en donde sigue acercándose al impresentable Viktor Orbán, admirador suyo; sus reiterados intentos por interferir en procesos electorales y su abierta intervención política en Georgia y Rumania. Un último frente abierto es interno, pues la economía rusa está colapsando. Este tema, por importante, merece ser tratado por aparte. Prometo a mis cuatro fieles y amables lectores que lo haremos, Dios mediante, en enero próximo.

Los sorprendentes acontecimientos en Siria han metido a Rusia en serias dificultades, máxime que uno de los principales promotores de los movimientos de oposición al régimen de al-Ásad ha sido Recep Tayyip Erdoğan, presidente de Turquía y amigo y cómplice de Putin en no pocas aventuras, pero que ahora le ha dado una puñalada trapera al ayudar a derrocar al déspota sirio. Ya lo decían los romanos: Inter mularum nulla regula (Entre mulas no hay reglas”).

 

 

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Herminio Sánchez de la Barquera

Originario de Puebla de los Ángeles, estudió Ciencia Política, música, historia y musicología en Núremberg, Leipzig, Essen y Heidelberg (Alemania). Es Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Heidelberg.