Remesas y prácticas culturales a la deriva

  • Libertad Mora Martínez
El costo de fiestas, danzas, carnavales, mayordomías y rituales sólo se puede pagar con las remesas

Apenas ha pasado ni una semana desde que Donald Trump tomó el cargo como presidente de los Estados Unidos y varias de las promesas de campaña que le llevaron a la presidencia se comienzan a concretar, promesas que para algunos son amenazas. La agenda migratoria destaca a la luz de todos.

Es cierto que el gobierno de Obama, así como el de Biden también tuvieron altos índices de deportaciones, pero ¿por ello sería correcto pasar por alto las vejaciones y las formas en las que ahora Trump trata a los migrantes? Considero que mantenernos indiferentes a las políticas de la nueva administración federal norteamericana sería equivalente a fomentar las vejaciones y permitir actos de xenofobia y racismo. Desde la academia, alzar la voz es fundamental. Las políticas públicas debieran escuchar las distintas opiniones de los académicos y no sólo actuar con tintes partidistas o de camaradería. Los académicos, por otro lado, tenemos un compromiso con la sociedad, hoy más que nunca se requiere nuestra reflexión para incidir en lo que acontece en el mundo.

Esposados de pies y manos; como delincuentes son deportados los migrantes a sus países de origen: falta grave de los derechos humanos por parte de un país que se ufana al señalar el respeto de las garantías y las libertades. Aunado a ello, los conflictos en las relaciones diplomáticas entre países: el domingo 26 de enero, el presidente Lula da Silva de Brasil se pronunció contra el trato inhumano a los migrantes brasileños deportados; Gustavo Petro, el presidente de Colombia, rechazó recibir a sus connacionales deportados en las condiciones señaladas. La respuesta de Trump fue la de anunciar sanciones inmediatas contra el gobierno que encabeza Petro.

Los hispanos son una parte fundamental de la maquinaria económica estadounidense, es decir, la presencia de los connacionales en aquel país no sólo reditúa en México o en los países de origen. Diferentes sectores en los Estados Unidos resentirían la ausencia del trabajo de los hispanos. Mano de obra más barata en comparación con los salarios que solicitan los estadounidenses, además de las prestaciones y derechos laborales. Se les reconoce en la agricultura, en el sector de la construcción, como niñeras, en los negocios de comida, en el sector informal, en muchos de los empleos en los que los pies y manos migrantes también sostienen la vida cotidiana de aquel país. Muchos de ellos, incluso, tienen dos jornadas laborales extenuantes, pero con la certeza de que todo esfuerzo tendrá su recompensa. “Es como una inversión, todo se reditúa”, me refería en campo uno de mis interlocutores.

Las recompensas a las que se refieren los migrantes son los distintos usos de las remesas. Esto se puede observar en las comunidades cuyos migrantes han logrado afianzar un circuito bien establecido y de larga data migratoria. No es lo mismo con aquellos que comienzan a emigrar. En cambio, entre aquellos que llevan varias décadas migrando y para quienes sucesivas generaciones practicaron modalidades distintas de migración, las remesas han tenido y hoy tienen usos diversos: uno de ellos es como una vía o medio para la subsistencia cultural, pues con el dinero que envían se mantienen muchas de las tradiciones que caracterizan y distingue la diversidad cultural de nuestro país.

Véase por ejemplo, en el caso de Puebla, a las comunidades mixtecas, las otomíes y nahuas, ahí donde las remesas socioculturales están presentes en las fiestas, danzas, carnavales, mayordomías, rituales. Todas estas prácticas implican un costo que en algunas comunidades sólo se puede pagar con los ingresos provenientes de los paisanos, aquellos que siguen haciendo presencia a pesar de la distancia, pues participan con los gastos de la comida, costeando las indumentarias y las parafernalias, pagando a los músicos, así como la renta de los espacios, entre muchos otros.

Aunado a ello, los connacionales también practican cierta simultaneidad en los ritos que solían llevar a cabo en sus comunidades, pero lo hacen en los Estados Unidos. Otros incluso han emigrado solamente para poder costear una mayordomía y, de nueva cuenta, la idea de una inversión sigue latente. Para algunos emigrar no sólo implica una alternativa económica, se convierte en un rito de paso, en una forma de vida.

Son estos migrantes de quienes aprendimos que la idea de comunidad se debe pensar más allá de los límites espacio-territorialidad; la comunidad se extiende allá en los distintos puntos de atracción laboral; la comunidad se crea constantemente, las fronteras se vuelven porosas bajo esa perspectiva transnacional.

Muchas cosas están en juego, o más bien, a la deriva. Sin duda, no es un momento fácil para el gobierno de México; por un lado, crear un programa eficaz para los próximos deportados, sin embargo, ¿qué programa podría generar los ingresos obtenidos por las remesas? Sabemos que éstas representan uno de los pilares de la economía mexicana; no obstante, con la reducción de dichos ingresos, el monto destinado al ámbito ritual y/o festivo pasará a segundo término, hablar de fiestas implica hablar de bonanza, de estatus, de inversión, de relaciones sociales, todo ello cambiará de alguna forma.

Si algo se ha podido constatar en los estudios migratorios, es el hecho de que la migración de tipo transnacional, lejos de ausentar o fomentar una pérdida de los rasgos culturales, tiende a reforzarlos. ¿Acaso podemos estar ante un panorama que ponga la diversidad o ciertas prácticas culturales en riesgo? Ya veremos de qué forma logran resistir y responder los connacionales ante las adversidades.

Por último y no menos importante, ¿cuál será la estrategia con los migrantes centroamericanos o de otras partes del mundo que hacen escala o se quedan en México en su tránsito a los Estados Unidos?  Complicado. Ojalá que el equipo de asesores y académicos cercanos a la presidenta Claudia Sheinbaum sepan guiar y tomen las mejores decisiones. Ya veremos qué ocurre con Latinoamérica en conjunto.

Mi solidaridad y respeto con los connacionales; y en particular, con los migrantes otomíes, amigos y maestros en estas andanzas.

“Carnaval otomí transnacional”, Libertad Mora, 2010

 

 

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Libertad Mora Martínez

Es doctorante en Antropología Social por la ENAH y maestra por el CIESAS. Premio a la mejor investigación sobre grupos otopames (UNAM). Es profesora-investigadora tiempo completo en el Colegio de Etnocoreología de la Facultad de Artes (BUAP). Socia fundadora de la Asociación Civil, “Perspectivas Interdisciplinarias en Red, A.C”