México, por fin campeón del mundo (II)

  • Lorenzo Diaz Cruz
… del Campeonato Mundial de Futbol del 2070 en nuestro país, donde nuestra selección gana

La Chiquis Rubio estaba dispuesta a hacer todo lo posible para que México ganara su primer campeonato mundial, el del aniversario que se le había concedido organizar a México ese 2070. Ella era la jefa máxima del futbol nacional y puso en marcha su plan para lograrlo. Convocaron a los mejores jugadores profesionales, y para asegurar que no se hiciera tarugos, lanzaron una convocatoria alternativa dirigida al futbol llanero para armar otra selección. Cada mes jugaban entre sí. Ahí identificaron muy buenos jugadores, entre ellos a unos chamacos que eran todo un prodigio, el Willy Pinguín, el Wama Escalera, los gemelos Suk y Puk que eran los defensas más rudos de toda la Costa Chica, el Chanoc Estrada, orgullo de Zacatepec, completaban la lista de los más jugadores más virtuosos de todo el país. Todos ellos estaban hambrientos para que México ganara su primer mundial.

Programaron que los entrenamientos fueran en horas cuando los satélites de espionaje estuvieran en puntos ciegos; la alineación, el planteamiento defensivo, así como las decisiones sobre quién tiraría los penales eran casi secretos de estado. La selección hizo una gira por Europa, y aunque daban la pelea, al final perdían o a lo más lograban empatar, dando la impresión que no eran un rival de cuidado.

Las fases de grupos no estaba fácil, pero la libraron bien, sin que el equipo mostrara todo su potencial. En octavos se pasó sin ningún susto, 2-0 a Irán y esperar los cuartos de final; ahí les tocó Paraguay, un hueso siempre duro de roer. El partido estaba muy parejo, hasta que le concedieron un tiro libre a México. El tirador, Cavernario Galindez era un medio de contención duro y correoso, le pegaba durísimo a la pelota. Además, el Willy Pinguín se acordó de lo que hacía Jairzinho en la selección brasileña del siglo pasado: ponerse enfrente de la barrera y quitarse cuando salía el riflazo. Ni parpadearon los de la barrera, junto con el portero, que nomás vieron cómo se colaba el gol por el mero ángulo izquierdo. Uno a cero, cerrojo defensivo y suficiente para ganar el juego.

En semifinales tocaba jugar con Estados Unidos, que había eliminado a Argentina. Ese había sido un juego muy cerrado, rijoso, con dos expulsados por bando. Y eso ayudó un poquito a México, pues se trataba de los mejores defensas norteamericanos que ya no pudieron jugar la semifinal. La otra semifinal fue Brasil contra España, también un juegazo. Empezó ganando Brasil, pero empató Mohamed Pérez, uno de los varios jugadores de origen árabe que traía la selección española. Tuvieron que llegar a los penales y ahí ganó España gracias a que su portero tuvo inspiración para adivinar los tiros.

El juego de México contra Estados Unidos fue una obra de estrategia y mañas. Los gringos ya estaban usando inteligencia artificial y entrenamiento neuronal para mejorar el rendimiento del equipo. Mientras los jugadores miraban los videos de las mejores jugadas del siglo, tenían unos nodos conectados a su cerebro, y así su cuerpo lograba aprender de manera automática los movimientos. No estaba claro si eso estaba permitido, y según los gringos nomás lo usaban en los entrenamientos. Uno de los jugadores latinos de esa selección, Juanchy Smith, no quiso pecar y ser condenado por la virgencita de Guadalupe, cuya imagen llevaba tatuada en el pecho, así que les pasó el chisme a los mexicanos. Les dijo que estaban usando ese sistema, que recibían las señales programadas por medio del botón del escudo de su camiseta, todo controlado por satélite.

Con esa pequeña ayuda de sus e-amigos, los gringos dominaron el primer tiempo y no cayó el gol de puro milagro. Empezó el segundo tiempo y el plan de emergencia se activó. Don Tsekub Trelles, el entrenador de México, hizo una señal obscena y por ello fue amonestado. Don Lupe, controlador de luces del estadio captó la jugada que le habían insinuado el día anterior. Aventó una toalla mojada al regulador de las computadoras del estadio y provocó un apagón de varios minutos. A eso se sumó una señal pirata que llegó desde las costas de Veracruz, provocando que los botones electrónicos de los gringos se desajustaran por completo. Y ahí empezó un nuevo partido. Empezó a dominar México, jugadas de todo tipo amenazaba la portería del imperio. Una jugada del Willy Pinguín llevó el balón a los linderos del área, un regate más y mandó un centro precioso, Chanoc Estrada se lanzó de palomita y firmó el primer gol. Los gringos se fueron con todo para empatar, pero en una jugada de medio campo, el Cavernario vio adelantado al portero y desde medio campo le bombeó el balón para asegurar el triunfo 2-0.

La final quedó México contra España. Ahora sí se iba a poner bueno. Todo el país se paralizó, con un fuerte debate, hasta hubo golpes en el metro con el morenazo que llevaba su playera del Real Madrid. “Hostia, es que yo estudié allá”, se defendía con acento castellano el pobre muchacho. La mayoría del país estaba con México, como sería de esperarse, pero en los barrios pudientes de la capital, en especial en Puebla, había voces que desentonaban y los gritos llegaron a las mesas familiares. “Es que debemos honrar la memoria del tatarabuelo que llegó de Galicia, con toda su bondad para ayudar a los mexicanos dándole trabajo”. “No mames jefe, contestaba el junior, más nacionalista, si al último de la familia que le dieron la nacionalidad española fue al abuelo, a nosotros ya no nos tocó, y aunque me la dieran yo no la quiero. Y menos desde que llegó al poder esos de Vox, son unos fascistas hijos de puta”.

También en España hubo mucho debate. Los periodistas y mucha gente no le perdonaban al entrenador que hubiera llevado a tanto jugador moro, sin importarles que el goleador, mejor defensa, medio y hasta el portero, fueran morenos de origen árabe o latino que habían nacido en los arrabales de Madrid, Barcelona o Valencia. Al final el entrenador no pudo con la presión y alineó puros jugadores Sanchis, Cucurrul, Piat, etcétera, y eso ayudó a México. No hay campeón sin suerte.

La ceremonia de inicio del juego incluyó un sacrificio humano, era un voluntario muy enfermo que se prestó al espectáculo con tal de asegurar una buena lana para su familia. Eso le metió un calambre a los jugadores ibéricos. El juego fue grandioso, con ambos equipos jugando duró pero limpio, a lo mejor ayudo el rumor de que los poderes ocultos habían prometido un premio para el jugador más deportista.

México salió inspirado, y dispuesto a pasar a la historia. Un rebote desafortunado hizo que cayera el gol en contra. Una parte de la tribuna se llenó de pesimismo, pero la mayoría entendió que era ahora o nunca para apoyar a su equipo. Las porras no dejaron de animarlos. Ya se había hecho  un desmadre descomunal en el estadio, todos gozaron hasta el éxtasis. También ayudó la misteriosa distribución gratuita de drogas de todo tipo, desde hongos, peyote, mariguana, para los vegetarianos, y otras sintéticas para los todoterreno. Aunque la cerveza si estaba bien cara, se quejaron en las gradas.

El empate cayó de inmediato. Jugada por la banda del Willy con varios regates y un pase exacto que cabeceó el Chanoc. Así se fueron al segundo tiempo; empezaron como ciclón los mexicanos, que aspiraban el humo que llegaba a todos los rincones del estadio. Llegó el segundo gol en un disparo del Cavernario desde los linderos del área; siguió el tercero en un veloz contragolpe del Willy; casi al final del juego le llegó un pase a Chanoc cerca de la media luna, quien notó que el Wama venía encarrerado y se la dejó suavecito para el remate certero que cerró la cuenta. El marcador final quedó 4-1, igual que el siglo pasado cuando Brasil goleó a Italia.  Señal de que los dioses querían que ganara México.

Acabó el partido. El equipo dio la vuelta olímpica de rodillas, estaban en éxtasis completo. La fiesta siguió en las calles, por toda la ciudad había manifestaciones de júbilo y desmadre. Una turba espontánea se dirigió a la embajada gringa, lanzando una lluvia de mentadas de madre al imperio. En Reforma una mano misteriosa le encendió fuego a un vehículo que estaba estacionado, luego un voluntario lo lanzó contra la puerta principal de la embajada a la James Dean. La policía tuvo que intervenir para calmar los ánimos. Hubo muertos y heridos por ambos bandos.

Al otro día medio mundo se despertó bien crudo, algunos trataron de seguir la fiesta, pero los excesos de los días previos habían agotado las reservas de cerveza y alcoholes, hasta el Tonayán se había terminado. A lo mejor nos iba a costar uno y la mitad del otro haber ganado el mundial, pero bien había valido la pena, pensaba la mayoría.

Menos motivos quedaron para celebrar cuando la gente se enteró que desde la presidencia gringa habían dado la orden a los marines para que la quinta flota se dirigiera al Golfo de México, como cada siglo. Había llegado el momento de meter orden en ese desmadre que ocurría al sur de la frontera, pensaron los altos mando del Pentágono.

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Lorenzo Diaz Cruz

Doctor en Física (Universidad de Michigan). Premio Estatal Puebla de Ciencia y Tecnología (2009); ganador de la Medalla de la DPyC-SMF en 2023 por su trayectoria en Física de Altas Energías. Miembro del SNI, Nivel lll. Estudios en temas de educación en el Seminario CIDE-Yale de Alto Nivel (2016).