La universidad amurallada

  • Lorenzo Diaz Cruz
La universidad pública se rige por un pragmatismo que camina entre la indiferencia y el cinismo

Para muchos universitarios el sexenio 2018-2024 que está por concluir, ha resultado un tanto desconcertante en varios sentidos. Por una lado, las encuestas indican que la comunidad universitaria votó en su mayoría por AMLO, no solo en 2018 sino también en 2024. Muchas de estas personas votaron con la esperanza de que se implementaran algunos cambios en la educación superior, para dejar atrás las políticas neoliberales impuestas tanto por el PRI como por el PAN en la vida académica de nuestro país, mismas que lamentablemente se mantienen en lo que llevamos del sexenio.

Entre esos cambios deseados se encuentra la política salarial, que otorga al personal universitario un salario base relativamente bajo, que luego se complementa con diversos estímulos. Y podríamos agregar una larga lista de temas que dejará pendiente este sexenio, como son los presupuestos, la organización académica, el perfil de las carreras, todo lo cual daría no solo para un artículo, sino hasta para una serie de varios volúmenes.

No sabemos cuáles serán las razones por las cuales la 4T decidió actuar así. Es posible que hayan optado por concentrarse en lo prioritario, siendo tantos los problemas de México no es posible atender todo de una vez. Es también posible que en las altas esferas del poder se conozcan las contradicciones de la vida universitaria, y sabiendo que no es una aliada confiable, se le haya dejado a su suerte, quizás para que se aceleraran sus contradicciones y los cambios deseados vinieran de su interior.

Aunque se supone que las universidades son autónomas, en el fondo dependen del presupuesto que les autoriza el Estado. Claro que esa autonomía da manga ancha en algunos casos para todo tipo de aberraciones, desde funcionarios que hacen que la comunicación universitaria gire en torno a ellos, hasta otros que rayan en lo ridículo, como el caso del rector que debutó como jugador de primera división, aprovechando que el equipo de su universidad lo había registrado como jugador.

Por otra parte, tengo la impresión que una buena parte de la comunidad universitaria ha optado por la política de dejar hacer, dejar pasar. Los profesores vamos envejeciendo, nos llenamos de compromisos, con esto nos presionamos para terminar a tiempo el paper, la ponencia, calificar exámenes, atender la educación de los hijos, etc. Y aunque muchos hayan sido más aguerridos en su juventud, con el paso del tiempo dejamos que las capas de polvo oculten esas imágenes de nosotros mismos que ahora nos incomodan. Así, estar en buenos términos con las autoridades parece algo deseable, que nos facilita trámites, permisos, apoyos en algunos casos.

Bien nos quedaría una adaptación de cierta frase crítica dicha por los alumnos: “A mis profesores no los puedo comprender, unos ya son funcionarios, otros están en el SNI”.

Entonces, en el fondo nos da casi lo mismo quienes sean nuestros representantes. Nos es indiferente participar en procesos que en el fondo son una simulación. Y esa situación se permite porque la vida universitaria la domina un pragmatismo, que algunas veces es el mal menor, pero en otras es la manera como se impone el cinismo, para hacer y deshacer el rumbo de la universidad.

Cabe decir que los funcionarios universitarios en realidad ya no son nuestros representantes, pues como tal forman una casta por sí misma. Recuerdo la mirada de desprecio que nos dirigieron los funcionarios de una prestigiosa institución de la CDMX, cuya primera derivada es cero, mientras nos apuraban para desocupar la sala de conferencias que había sido utilizada por nuestra plebeya presencia, mientras a nosotros apenas nos alcanzó el café, esos funcionarios degustaban unos bocadillos y algo que se veía como un buen tequila.

Pareciera pues que la universidad pública en México vive una inercia, que se afana por cumplir lo mínimo, captar lo que se pueda. Claro que hay todo un mosaico de modelos y matices, desde aquellas que tienen autoridades que luchan por hacerlas crecer y mejorar, hasta otras que usan un formalismo legaloide para abusar e imponer puntos de vista. Ya sabemos que en nuestro país hasta Porfirio Díaz cumplía y hacía cumplir la ley, o como se decía de las leyes en la Colonia: “Se acatan, pero no se cumplen”.

Recuerdo el lema de mi alma mater (La UAM) que reza: “Casa abierta al tiempo”, algo muy deseable, pero que cada día se aleja más de la realidad de la vida universitaria. Parece que la universidad nacional se ha vuelto una universidad amurallada. En algunos casos se trata de una muralla conceptual, formalista, que alimenta un conservadurismo que hace que la universidad quede a deber en términos de lo que la sociedad espera y necesita. Hay otros casos en los que esa muralla mental se transforma en un muro físico que incluso hace difícil el acceso a sus instalaciones.

Cierro este artículo con una dosis de sorpresa y esperanza, aún para un profesor que vive en las postrimerías de su carrera, observando hechos recientes que se registraron en la comunidad de ciencias. Como era de esperarse, los estudiantes protestaron por la forma como se llevó a cabo la elección de autoridades. Al margen de lo que uno piense, que simpatice o no con algún candidato, me parece que la semilla de la inconformidad está ahí, presente como en todas las generaciones que pasaron antes por estas aulas. Toca a las autoridades atender las causas que motivaron las protestas, ir al fondo de lo que ocurre, aunque lo más probable es que prefieran esperar que la inconformidad pase, y que todo vuelve a su cauce.

Me quedo con ese poema de Jorge Guillén, como un reconocimiento para aquellos que siguen siendo fieles a sus ideales, que estudian y luchan.

“Con qué nobleza se revuelven
Todos juntos esos muchachos
Y claman por una justicia
Perturbando, vociferando,
Tan inocentes los carrillos,
Tan fieros el porte y los pasos,
Con la mirada en dirección
De un porvenir extraordinario …”

 

 

 

 

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Lorenzo Diaz Cruz

Doctor en Física (Universidad de Michigan). Premio Estatal Puebla de Ciencia y Tecnología (2009); ganador de la Medalla de la DPyC-SMF en 2023 por su trayectoria en Física de Altas Energías. Miembro del SNI, Nivel lll. Estudios en temas de educación en el Seminario CIDE-Yale de Alto Nivel (2016).