¿Alinear a la universidad pública?

  • Lorenzo Diaz Cruz
¿O buscar un equilibrio entre las condiciones presentes y aspiraciones a futuro?

La acción de la universidad pública en México ocurre dentro de un marco legal que incluye políticas de Estado y de gobierno. Las primeras son bienvenidas porque se inscriben en una visión de largo plazo, y se retroalimentan de las mejores aspiraciones del país, como son la búsqueda de una sociedad igualitaria, incluyente, libre de prejuicios, mientras que las segundas suelen ser de una naturaleza más coyuntural, ya que dependen del programa de quienes ocupan el gobierno.

Sería de esperarse que las primeras se inscriban también en la aspiración de alcanzar un progreso material, en armonía con el medio ambiente. No siempre es fácil identificar aquellas propuestas que se alineen con dichas aspiraciones, y al calor del debate y las presiones políticas es posible que se confundan esas políticas deseables con aquellas más de corto plazo, mismas que pueden incidir en lo cotidiano, o incluso pervertir la función misma de la universidad.

En algún momento, a principios de los años ochenta del siglo pasado, por ejemplo, se aceptó el papel del Sistema Nacional de Investigadores, el famoso SNI, como una medida que evitó la fuga de cerebros, provocada por las crisis económicas que habían pulverizado el ingreso de los profesores-investigadores de México. A la universidad no le quedó de otra que ajustar sus lineamientos internos para tener un personal académico que debía cumplir con sus obligaciones internas de docencia, pero contando con un agente externo que le dictaba la política científica.

En ciertas épocas las instancias gubernamentales mostraron una preocupación cuando había un descenso en el número de miembros del SNI, mientras que otros años se presumía con orgullo el crecimiento del mismo. Las universidades debieron aceptar también, como una medida de éxito, el crecimiento de su planta de investigadores adscrita a dicho sistema.

Ahora mismo, estamos viviendo una situación diferente, en la cual las prioridades del gobierno parecen considerar al SNI más como una carga presupuestal, que como un beneficio para la sociedad. Actualmente comienzan a cambiar los lineamientos de dicho sistema, para hacer más riguroso el ingreso al mismo, o implementar criterios, como incluir una clasificación adicional dentro de cada nivel con la advertencia de que en caso de que el presupuesto no alcance, se sacrificarían los niveles más bajos.

¿Es eso deseable? ¿Es algo inevitable? ¿Cómo debe reaccionar la universidad ante tales medidas? Algunos sectores consideran que sólo nos toca callar y obedecer, ser conscientes que somos un lujo que el país no puede pagar más.

En artículos previos hemos tratado de argumentar que la ciencia básica debe ser parte fundamental del desarrollo científico, tecnológico y educativo del país. Abandonar a la ciencia básica no puede justificarse de ningún modo, a menos que sea una política deliberada ajustar las aspiraciones del país, para que nos conformemos con vivir de manera modesta con los ingresos del petróleo, turismo y remesas de los migrantes, en cuyo caso los científicos seríamos algo prescindible.

Es posible que al contabilizar lo que se logró en el pasado se justifique una cierta impaciencia de la sociedad ante los resultados del aparato científico. Esta actitud se puede reforzar al considerar las muchas carencias de la sociedad mexicana, y la necesidad de hacer malabares con el presupuesto nacional. Los científicos prometemos y aseguramos que si se nos apoya vendrá un efecto benéfico para la sociedad, y en verdad que es así, pues la ciencia es la base de un progreso tecnológico. El problema quizás, es que ningún sector trabaja para lograr beneficios concretos, y entonces esos beneficios se colocan en un horizonte lejano que algún día alcanzaremos.

Necesitamos cambiar, por nuestra parte estar dispuestos a participar en programas específicos para apoyar una mejoría en el sistema educativo, aprovechar mejor los recursos energéticos, estudiar los efectos del cambio climático, apoyar con tecnología y recursos el campo mexicano. Muchos investigadores trabajan ya en esa dirección, pero hace falta del lado del gobierno y empresarios, convocar a esa fuerza de trabajo intelectual para acelerar el proceso. 

Aquí cabe hacer un paréntesis para recordar algunas consideraciones del Presidente como candidato, cuando afirmaba que una vez que se eliminara la corrupción, alcanzaría para todo. Si se dice que ya se acabó ese cáncer que afectaba nuestro desarrollo, ¿cómo es que ya no va a alcanzar el presupuesto para mantener el SIN? Bien lo dice la sabiduría popular con aquello de que el pez por la boca muere.

Pero no debemos caer en esas actitudes infantiles y recriminatorias ante lo que estamos viviendo, nomás para que digan que tenemos la razón. Nos toca analizar si realmente puede crecer de manera ilimitada un sistema científico que se dirige principalmente a sostener la ciencia básica, con pocas conexiones con los sectores productivos.

¿Llegó el momento de resolver de raíz las contradicciones del sistema educativo al nivel superior? En ese sentido, si realmente queremos reformar a fondo las cosas, lo primero que deberíamos discutir es cómo lograr que el salario base del personal académico sea la parte sustantiva de sus ingresos, dejando quizás una parte menor para esos bonos que premien lo verdaderamente excepcional en las labores docentes y de investigación. Aquí lo difícil será ponernos de acuerdo para aceptar lo que podría considerarse como válido y excepcional.

Ahora bien, esas reflexiones no pueden venir de una actitud acrítica, que acepta sin más lo que proponen las autoridades federales. Las universidades públicas tendrían que ser capaces de hacer observaciones y proponer alternativas.

En ocasiones me ha tocado ser testigo de las acaloradas discusiones dentro del medio universitario local, en especial cuando se presentan nuevas medidas para organizar el trabajo de investigación y docencia, como fueron en su momento los programas del Prodep, Cuerpos Académicos, clasificación de postgrados nacionales o internacionales, etc., etc.

Al principio suele haber una reacción enérgica contra lo que se considera como una imposición, y al calor de las asambleas se llega a plantear la  búsqueda de una mayor independencia, o incluso trabajar al margen de lo que dicte la SEP o el CONAHCYT. Sin embargo, esos gestos de rebeldía se van apagando cuando se comienza a hablar de los recursos financieros, los medios materiales que son necesarios para que los programas funcionen.

Pero, ¿siempre nos tocará obedecer y seguir los lineamientos que proponen las diferentes administraciones? Es posible que muchas veces esas medidas sean solamente una cuestión de organización, algo con lo que se puede estar de acuerdo con algunos ajustes menores. Algunas veces esas propuestas sirven para uniformar criterios, o el lenguaje mismo. En esos casos el debate no es tan determinante. Sin embargo, pudiera haber otras situaciones o momentos de mayor trascendencia, en los que la universidad debería jugar un rol más activo para intervenir y ofrecer un punto de vista diferente, como manifestación de su autonomía.

Me viene a la mente la situación que vivieron los creadores de la ciencia en el Renacimiento.  En esa época la sociedad y sus instituciones tenían una visión del mundo que estaba siendo cuestionada por los avances de la ciencia. Así, con Galileo se descubrió que los astros del cielo estaban en movimiento, que el cielo no era tan perfecto como afirmaban las creencias religiosas. Aunque en ese momento las instituciones se alinearon con esa visión del mundo premoderna, llegaron otros pensadores que hicieron posible una mayor reflexión sobre los fenómenos naturales y su explicación. Todo eso convergió  hasta alcanzar una separación de la Iglesia y el Estado, por mencionar un ejemplo.

Una situación similar vivieron algunos creadores de la Nueva España en el siglo XVII. En esa época las instituciones religiosas se esforzaron por callar las voces de una Sor Juana, entre otros, quien fue condenada a dejar de escribir, e incluso a destruir sus escritos. Esas voces no se alineaban del todo con el pensamiento dominante y trataron de romper con aquellos moldes que aprisionaban la creatividad de una sociedad nueva, obligada a vivir según los viejos moldes. Qué mayor gesto de independencia y originalidad, que el hecho de que Sor Juana hubiera aprendido náhuatl para poder escribir poesía en esa lengua. La derrota de ese pensamiento libertario lo pagó la sociedad con la decadencia del final de la época colonial, misma que se alargó hasta llevar a una explosión social con el movimiento de Independencia.

En los patios del hermoso Edificio Carolino de nuestra universidad se tiene un busto de otro de esos pensadores, Carlos de Sigüenza y Góngora, que fue estudiante del entonces Colegio del Espíritu Santo. Esos detalles deberían servirnos para recordar ese humanismo científico, como identidad de nuestra universidad. Los patios de ese edificio fueron testigos también de los movimientos que se dieron en el pasado contra las instituciones gubernamentales, que usaron todos los medios posibles para alinear la institución con sus valores. Esas luchas hicieron posible que se fundara una institución autónoma, que mucho ha hecho por el desarrollo del país, y que, si bien puede acompañar las acciones del Estado, debe también cuidar su autonomía de pensamiento y credibilidad, para que pueda decir con autoridad, cuando sea necesario, que el rey va desnudo.

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Lorenzo Diaz Cruz

Doctor en Física (Universidad de Michigan). Premio Estatal Puebla de Ciencia y Tecnología (2009); ganador de la Medalla de la DPyC-SMF en 2023 por su trayectoria en Física de Altas Energías. Miembro del SNI, Nivel lll. Estudios en temas de educación en el Seminario CIDE-Yale de Alto Nivel (2016).