El fracaso del humanismo capitalista
- Alejandro Ortiz Cotte
¿Cuál es el origen del ser humano? ¿En qué momento de nuestros orígenes dejamos de ser “primates” y nos volvimos sapiens? ¿Qué fue lo que nos hizo dar ese salto? Hay varias explicaciones, pero retomaremos el camino del “lenguaje” que nos parece muy sugerente.
No fue solo el desarrollo de sus capacidades cognitivas, sino esa imperiosa y profunda necesidad de comunicarse con su semejante lo que hizo que el ser humano creara el lenguaje. El lenguaje fue “construyendo” al ser humano, pero siempre con relación al otro, por ejemplo, avisar de un peligro se volvió vital para seguir vivo. Es decir, si el lenguaje evolucionó fue porque hubo necesidad de transmitir y/o comunicar ideas y emociones, cada vez más complejas. Por eso decimos que el lenguaje no se desarrolló solo como un resultado de la evolución cerebral, sino que nace este desarrollo neuronal, ante la necesidad de comunicarse con su igual, de indicarle cosas, señalarlas, nombrarlas, transmitir ideas, emociones, símbolos. Esto es importante para indicar que nos volvimos humanos cuando quisimos comunicarle al semejante algo que era importante. Nos volvimos humanos porque quisimos fortalecer la relación entre nosotros. El “otro” se volvió central en la formación de nuestra personalidad y de nuestro ser mismo. Por tanto, podemos decir que un ser humano es ser y es humano siempre en relación con otro/a.
Y esta lógica sigue hasta hoy en los pueblos sabios originarios. Su “mundo de vida” parte de la comunidad y de una vinculación mayor con la Naturaleza. Uno puede comprender porque en los pueblos originarios no puede hablarse ni pensarse al ser humano como un ser solo, aislado, sin relación. No hay vocablos para hablar de ser, ente, individuo. Al contrario, siempre son relacionales sus expresiones gramaticales. Tres ejemplos. En quechua “adiós” se dice “tupananchiskama” que significa “hasta que la vida nos vuelva encontrar”. “Te extraño” en Náhuatl de ciertas regiones se dice “Mitztemoa Noyollo” que significa “te busca mi corazón”. El saludo tzotzil “¿K’uxi elan avo’onton? significa “¿Cómo está tu corazón?”. Son palabras relacionantes, profundas, vinculantes. Es un “lenguaje sentipensante” alejado de la lógica occidental de separar lo emocional con lo racional.
La antropología de la modernidad implicó pensar al ser humano “en sí mismo”, como una unidad que es y existe sin necesidad de otro o de “otro algo”. Lo pensó sin relación básica o primordial. Creó una filosofía, basada en los griegos, sobre todo, donde generará una nueva corriente de pensamiento sobre el ser y lo humano. Libertad, voluntad, emancipación serán algunas palabras que definirá el proyecto humano. Se conseguirá hablar del ente (onto) y del individuo como conceptos fundantes y explicativos del ser humano. Aun con la Escuela Filosófica de Jerusalén con gente como Rosenzweig, Buber y sobre todo Levinas que tratarán, desde el mundo eurocéntrico, recuperar la otredad y alteridad como principio primero para comprender al mundo y al ser humano, no se podrá contra la fuerza social de la individualidad, la voluntad personal, la libertad propuestas por el pensamiento hegemónico y eurocéntrico del mundo moderno.
Esta filosofía, como todas, no se debe valorar como buena o mala, sino ubicarla en contextos históricos concretos para comprender mejor sus alcances y limitaciones. Esta filosofía será bien aprovechada por las dinámicas capitalistas industriales donde se ubicará que la construcción del ser humano es a partir del esfuerzo individual que hace una persona. A partir de entonces, los seres humanos, en un contexto de capitalismo industrial comprenderá que si quiere el “éxito” deberá esforzarse en el trabajo, someterse a la lógica del capital sin reclamar, humillarse ante los jefes o capataces y crear magia para vivir con los diminutos salarios determinados por los dueños del capital, todo para alcanzar las metas soñadas.
Esta dinámica social y cultural significó, sobre todo en los últimos setenta años en el mundo, un ser humano individualista y que piensa solo en “sí mismo” teniendo como horizonte utópico ser “exitoso” es decir, tener los mejores productos que ofrece el mercado, dibujando un estilo de vida consumista, derrochador, con una huella ecológica enorme, machista y patriarcal y sobre todo fortaleciendo el racismo, la discriminación y la exclusión hacia los diferentes. Y pasamos al otro extremo del proceso, volver al “otro” en competencia a aniquilar.
Según Eva Illouz el capitalismo, en esta lógica que venimos describiendo, provocará en el tema amoroso, relaciones congeladas, donde se cree comprar el amor, el deseo, la compañía y sobre todo jamás renunciando al proyecto personal evitando el común o el comunitario. De esta manera son pocos los que han roto esta dinámica y han hecho que el amor, es decir, la donación, la gratuidad, el ejercicio amoroso de pensar primero en el “otro”, la solidaridad, empatía triunfen en estas sociedades.
El proyecto humano capitalista ha fracasado. Su lenguaje, su cultura, su estilo de vida individual le ha roto la relación primaria y vital con sus semejantes, convirtiendo la vida urbana en soledad, depresión, aceleramiento, angustia, explotación, born out en sus trabajadores/as, en gente enojada y violentada.
El suicidio aumenta y la persona moderna aun con cientos de redes sociales no escapa de su soledad y depresión. Desde pequeños los niños son asignados a miles de tareas y funciones para entrar en la maquinaria capitalista, deben aprender mil cosas antes que otros. Están estresados y cansados, ya no juegan. El “hombre” banal que señaló Arendt es el ser humano común hoy, el que obedece al jefe, aunque cometa genocidio. La pandemia ayudó a ver esta realidad.
Es urgente retomar otras maneras de pensar y vivir al ser humano. Existen, pero viven al margen y son excluidas por el capital. Recuperemos nuestra relacionalidad primera en la construcción humana. Recordemos SOMOS NOSOTROS SIEMPRE.
(El autor es académico de la Universidad Iberoamericana Puebla).
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Doctor en Educación por la IBERO Puebla, maestro en Teología y Mundo Contemporáneo (IBERO Ciudad de México) y licenciado en Administración de Empresas por la UNAM. Sus líneas de investigación: Teología de la Liberación, análisis socio-cultural latinoamericano, procesos educativos, y mundos juveniles.