La revolución del papa Francisco

  • Alejandro Ortiz Cotte
El Papa ha propuesto un nuevo camino que ayude a la Iglesia Católica a salir de su profunda crisis

Con el Concilio Vaticano II (1962-1964), la Iglesia Católica realizó un “aggionarmento”, es decir un reacomodo a las nuevas realidades (modernas) de ese entonces, que exigían con urgencia, un diálogo profundo con ellas. Juan XXIII, el Papa Bueno, siempre quiso que fuera un concilio que no maldijera la realidad, sino que la dialogara, que la asumiera y la evangelizara; pero de un modo en especial donde “la Iglesia se presente como ella es y quiere ser: la Iglesia de todos, pero hoy más que nunca, como la Iglesia de los pobres” (Radiomensaje de Juan XXIII, 11 de septiembre de 1962).

Este concilio, sin duda alguna, ha sido el acontecimiento mayor en la Iglesia Católica en su historia moderna. A partir de este momento “todo” cambió en la iglesia: su postura ante el mundo, su propia definición de quién es ella, la manera de celebrar y de comprender la revelación, y a la vez dio una palabra sobre múltiples temas (educación, inculturación, medios de comunicación, diálogo interreligioso, etc.) abriendo puertas de diálogo a futuro.

Juan XXII no quiso llamar Reforma a este proceso. En ese tiempo sonaba todavía esta palabra mucho a lo realizado por Lutero y no era bien vista en ese ambiente eclesial muy cerrado. Sin embargo, implicó eso y más. En América Latina y el Caribe, el Concilio propició “nuevos aires” motivando a sus obispos a aplicar las líneas maestras del concilio en el continente. Así constituyeron en la Segunda Conferencia Episcopal Latinoamericana (II CELAM) realizada en Medellín, Colombia en 1968 su propio “Vaticano latinoamericano”.

Ahí la Iglesia latinoamericana se transformó en un fuerte huracán irrumpiendo con fuerza la realidad del Continente, ya que dialogó desde el Espíritu del Concilio sus propias realidades urgentes: educación, violencia, justicia, etc., impulsando las comunidades eclesiales de base, círculos bíblicos, una pastoral de conjunto, la formación de laicos y religiosos; es decir, la iglesia latinoamericana tuvo un rostro propio dando respuesta a los más importantes anhelos y clamores eclesiales y sociales.

Después, el bloque más conservador de la iglesia, el que se negó a respirar los nuevos aires que produjo el Espíritu con el Concilio Vaticano II, empezó a cerrar puertas y ventanas de diálogo con el “mundo”. Este grupo enfrentó a la iglesia latinoamericana frenando sus dinámicas pastorales con fuerza y violencia. Vendrán los tiempos del invierno eclesial con Juan Pablo II y sus obispos; situación que devino en una crisis histórica de credibilidad muy profunda contra la Iglesia. Los abusos de poder, económicos y sexuales han provocado esta fuerte crisis que persiste.

En medio de esta crisis sistémica de la iglesia, el papa Francisco fue electo. Su carisma ayudó, pero tal vez fue su discurso en ese consistorio que pesó más, al hablar de una iglesia en salida que volviera a recuperar su misión central dicha en el Vaticano II. Él ha propuesto un nuevo camino que puede ayudar a salir de esa profunda crisis. Recupera del Concilio Vaticano II la noción eclesiológica del pueblo de Dios invitando a caminar juntos (sínodo) como cualquier pueblo en una procesión. Se trata que la Iglesia camine de manera conjunta, unida, dialogando. Por eso ha venido creando un proceso sinodal de alta importancia.

Empezó hablando de “reformas estructurales y conversión de mentalidades”. Continuó con el proceso del Sínodo Panamazónico, que hoy sabemos que fue el primer ensayo de trabajo sinodal, ya que, en un proceso de escucha, todo el pueblo de Dios que vive en la Amazonia, fue escuchado. Se organizó a partir de estos clamores un documento de trabajo donde el pueblo amazónico: indígenas, laicos/as, religiosos/as, sacerdotes, obispos dialogó temas de vital importancia para la vida social y eclesial de sus comunidades; logrando un documento que el Papa ratifica y lo deja como está al señalar que la Palabra del pueblo Amazónico en su sínodo es expresión del dios de la Vida inserto en esa zona del mundo.

Ahora quiere hacer un proceso igual de mayores dimensiones. Quiere hacerlo a nivel mundial.

De esta manera en octubre de este año (2021) inauguró el sínodo de la Sinodalidad que busca generar una dinámica eclesial que promueva un cambio global en la iglesia de las dimensiones del Concilio Vaticano II. Simbólicamente fue una mujer teóloga y laica quien dio uno de los discursos inaugurales. ¿Por qué un nuevo sínodo y no un nuevo Concilio?

Algunos analistas comentan que el papa Francisco al querer cambiar las estructuras y mentalidades de la Iglesia, si hubiera promovido un Concilio Vaticano III, como querían muchos, tal vez no hubiera podido cambiar por las mismas reglas, leyes y estructuras del Concilio que no posibilitan la voz del pueblo de Dios, sino que se concentra en las voces de los obispos. Además, tal vez, si se seguía la misma metodología del Vaticano II el involucramiento de todos los actores eclesiales hubiera sido muy difícil y por tanto las aplicaciones concretas no se hubieran dado o hubiera pasado lo mismo que el anterior, donde el Concilio Vaticano II dijo cosas vitales, pero todavía son desconocidas para la mayoría del pueblo fiel por no “bajar” el Concilio al Pueblo sencillo.

Un segundo paso fue la Asamblea Eclesial que se realizó del 21 al 28 de noviembre de este año en la Ciudad de México. Después habrá un proceso de escucha local, nacional, continental y global produciendo documentos de trabajo para terminar con el sínodo de la Sinodalidad que será el último paso de este importante proceso y ocurrirá en octubre del 2023. Sin duda es una propuesta ambiciosa, fuerte, coherente y necesaria. Se requiere de la participación de todos y todas. Si funciona, Francisco será recordado al nivel de Juan XXIII, y  tendremos un nuevo Kairós (tiempo de Gracia) eclesial tan necesario hoy.

 

El autor es académico de la Universidad Iberoamericana Puebla.

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Alejandro Ortiz Cotte

Doctor en Educación por la IBERO Puebla, maestro en Teología y Mundo Contemporáneo (IBERO Ciudad de México) y licenciado en Administración de Empresas por la UNAM. Sus líneas de investigación: Teología de la Liberación, análisis socio-cultural latinoamericano, procesos educativos, y mundos juveniles.