Transiciones pos-pandémicas laborales

  • Alejandro Ortiz Cotte

Cada día que pasamos en confinamiento nos invita a pensar la pandemia, ya no como algo pasajero, ni como una situación temporal, o un “mientras tanto”, sino más bien como una realidad, todavía pequeña, pero con mucha fuerza que está desarrollándose dentro de nuestra realidad existente. Es como un bebé canguro, ya con vida dentro de la bolsa de la mamá canguro que todavía lo carga. Contrario a las voces superficiales que piensan que este es un momento de cambio para mejorar: leer lo que no has leído, plantar lo que nos has plantado o hacer cosas que nunca tuviste tiempo para realizarlas, los datos y la información que tenemos nos muestran que la pandemia no está impulsando un nuevo orden social más justo y más fraterno, sino que está haciendo transiciones a situaciones todavía más difíciles, violentas e injustas.

Es cierto que la pandemia ha desnudado la realidad injusta, violenta, desigual, que vivíamos. En ese sentido fue un apocalipsis la pandemia. Apocalipsis significa literalmente “quitar el velo” descubriendo lo que ya existía, pero estaba tapado o cubierto y por eso no se podía ver. Ha quedado claro que los sistemas sanitarios y hospitalarios, tan siquiera en América Latina, no están pensados para las mayorías sino para unos pocos que pueden pagarlo. Podemos decir, desde la lógica de Ignacio Ellacuría, que un nuevo calvario donde están los nuevos crucificados de la historia son los hospitales públicos, donde familias enteras contagiados por el virus esperan en el piso el ser atendidos lo más pronto posible. Donde los pobres, los más vulnerables, los más ancianos, ya enfermos de antes, van murieron poco a poco. Es cierto, también los ricos mueren por el virus. La diferencia social implica que los muertos con dinero mueren por el COVID 19 en una cama, los pobres mueren en el pasillo en una silla.

Aún con todo, todavía hay mucha gente que no lo cree. La pandemia, al ser un enemigo que “no se ve”, parecería más un invento que algo real. Pero no es así. Se está comprobando que lo más letal del virus es su campo de irradiación. Al 28 de junio según The Guardian a nivel mundial hay 10,014,377 casos confirmados y 498,693 muertos por lo mismo. En seis meses los muertos por el COVID 19 a nivel mundial son el doble del número de muertos en Siria tras cinco años de guerra o de los 250,000 muertos (aproximadamente) tras trece años de “guerra contra el narcotráfico” en México.

Sabiendo o no esto, la gente tiene que salir a trabajar, aunque no quiera. Si no lo hace se muere de hambre. Ellos y ellas son el resultado del fracaso del capitalismo. Recordemos brevemente: la economía capitalista dejó de tener un carácter productivo (generar riqueza entre la población) desde hace mucho tiempo. Los procesos económicos se volvieron virtuales, creando un capitalismo financiero, donde el dinero dejó de circular para poder volar a las empresas con más rendimiento. La inversión hizo que el dinero dejara de pasar de cartera a cartera, y pasara de computadora a computadora. Como era de suponerse esto terminó mal en 2008. Claro, no mal para los que lo originaron sino para la gente sencilla que perdió su dinero en inversiones infladas. Mientras el “gran” dinero se movía a otros lados, la gente sencilla al no tener donde trabajar, ya que no al haber economía productiva no hay trabajo formal, empezó a buscar nuevas formas de conseguir el “sustento”. El comercio informal creció enormemente, el trabajo se convirtió en vender lo que fuera. Pensemos, en el mundo somos un poco más 7,000 millones de personas, de las cuales 3,300 millones son trabajadores/as, de ese número 2,000 millones de personas trabajan en el sector informal. Lo que implica un trabajo poco seguro, inestable, muy vulnerable, sin condiciones mínimas dignas para el trabajador, que a veces tiene que vivir sustentando la corrupción, de pequeñas ganancias, del día a día. Ahora uno entiende porque en américa Latina hay tantos mercados o tianguis vendiendo de todo. Cosa que los empresarios chinos aprovecharon al máximo.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) en su informe Perspectivas Sociales y del Empleo en el Mundo. Tendencias 2020, comenta que más de 470 millones de personas en todo el mundo carecen de un acceso adecuado al trabajo remunerado como tal o se les niega la oportunidad de trabajar el número de horas deseado. Es decir, hay 188 millones de desempleados en todo el mundo en 2019. Otros 165 millones de personas tienen empleo, pero desean trabajar más horas pagadas. Además, alrededor de 120 millones de personas no están clasificadas como desempleadas, pero están marginalmente vinculadas al mercado de trabajo. En 2019, más de 630 millones de trabajadores en todo el mundo –es decir, casi uno de cada cinco, o el 19 por ciento de todos los empleados– no han ganado lo suficiente para salir ellos mismos y sus familias de la pobreza extrema o moderada, que se define como la situación en la que los trabajadores ganan menos de 3,20 dólares al día. El informe también alarma diciendo que hay 267 millones de jóvenes de 15 a 24 años de edad en todo el mundo (o el 22 por ciento de ese grupo de edad) no tienen empleo ni educación o formación.

La situación poco a poco antes de la pandemia ya era crítica. La economía formal se fortaleció en el sector de los servicios. Debemos decir también que, en el continente americano, el dinero real, mayoritariamente era el dinero blanqueado del crimen organizado. De ahí que el área de la construcción subió enormemente en todos los países. Había trabajo, pero con condiciones mínimas de ley. Aún los trabajadores formales se volvieron muy vulnerables socialmente. La gran mayoría en América Latina tuvo que aceptar trabajos denominados 3D por sus siglas en inglés (demeaning, dangerous, dirty) es decir, denigrantes, peligrosos y sucios o poco higiénicos. Trabajos de taxistas, meseros, vendiendo droga, sicarios, vendiendo comida en cada esquina, trabajadores de la construcción, etc. Trabajos que ganan el dinero día a día. Por eso “Quedarse en casa” no era opción para la mayoría. Además, si en la casa hay muchas personas, la casa está en malas condiciones, no tiene espacio para que los niños jueguen ni hay espacios silenciosos o amplios para descansar como se debe, la casa nunca ha sido opción.

El escenario post pandemia en cuanto a lo laboral no es positivo, es poco esperanzador y con tintes de terror. Habrá desempleo a granel, la OIT piensa que se perderán 25 millones de empleos formales. Trabajadores informales, migrantes, domésticos y de servicios estarán viviendo una situación insostenible. Tal vez ya han aceptado, para sobrevivir, lo que se ha llamado la “esclavitud moderna” o aceptado la siempre abierta oferta del crimen organizado. Sólo el milagro de la solidaridad, de la organización popular, la práctica de una economía cooperativa podrá ayudar a sobrevivir en estas transiciones pos-pandémicas laborales.

 

El autor es profesor de la Universidad Iberoamericana Puebla.

Sus comentarios son bienvenidos

Opinion para Interiores: 

Anteriores

Alejandro Ortiz Cotte

Doctor en Educación por la IBERO Puebla, maestro en Teología y Mundo Contemporáneo (IBERO Ciudad de México) y licenciado en Administración de Empresas por la UNAM. Sus líneas de investigación: Teología de la Liberación, análisis socio-cultural latinoamericano, procesos educativos, y mundos juveniles.