Un hombre con dignidad

  • Augusta Díaz de Rivera
Se arregla lo mejor que puede, sabe lo mucho que la apariencia cuenta en su carrera

Para Bety

Carlos se levanta entusiasmado, es el día en que va a exponer el resultado de las ventas en la junta de consejo de la empresa. Se ha preparado para este momento mucho tiempo, si le sale bien, seguro le dan la vacante de la dirección que Gloria Ruizánchez dejó tras su retiro. Vive solo con sus tres hijos después de su divorcio hace 5 años, cuando Claudia lo dejó por el vecino del 402, un flaco 10 años menor que él.

Se arregla lo mejor que puede, sabe lo mucho que la apariencia cuenta en su carrera. Trata de disimular su inminente calvicie, se pone el traje que le disimula una panza  que no cede ante el spinning que hace tres veces a la semana, ni ante la dieta de la alcachofa que le recomendó Ricardo el de contabilidad. La edad cobra sus cuotas.

Se va con pendiente porque es viernes de consejo técnico y los niños no tienen clases. Hace rápidas recomendaciones: Jorge debe lavar los trastes, poner la lavadora y no salir hasta que regrese papá porque tiene que cuidar a Karlita; a Rocio le toca sacar al perro a pasear y preparar tortas para comer. Se los encarga a su vecino del 104, por si acaso.

Llega antes que nadie a la sala de juntas, confirma que  instalaron el proyector, la pantalla, etc. Todo en orden. También Toño su asistente está nervioso. Antonia Méndez, la presidenta del consejo de administración, exigente y meticulosa, lleva las riendas de la empresa con mano dura desde hace diez años, cuando su madre, la fundadora del emporio,  murió de un infarto a los 76 años.

La sala comienza a llenarse. Llega Gabriela Gonzalez, la directora general, una mujer de semblante vetusto y amargado, con su joven y guapo amante y asistente, al menos eso dicen en radio pasillo, y su actitud lo confirma: tutea a su jefa y se mueve por la sala con seguridad, le da órdenes a Toño sin mirarlo a los ojos, cambia de lugar los personalizadores, regaña a Lalo el de los cafés porque no hay Splenda.

También hace su aparición Eloisa Guerrero, la dura y antipática jefa de personal, vociferando para hacerse notar, recurso de las inseguras. Carlos la ve y se le hace un nudo en la garganta, no puede olvidar el día en que Eloisa le levantó injustamente un acta administrativa por negarse a ir a cenar con ella.

Al final llegan todas las integrantes del consejo, incluso Roberto Sainz, hijo mayor de una de las socias principales, a quien recientemente incluyeron como vocal de integración familiar. No podía ser ignorado el doctorado que acababa de terminar, y además todas las empresas ya estaban incluyendo a hombres en sus consejos.

“Buenos días a todas” comienza Antonia en un pausado y ecuánime tono, y con ella se suceden los informes de todas las áreas. Llega el turno a la dirección de ventas, acéfala, por lo que el gerente de área, Carlos Romero, se levanta y comienza su exposición.

Las metas de ventas fueron superadas, el producto líder de la empresa se ha posicionado en primer lugar de ventas en el país, las utilidades estuvieron por encima de lo esperado. Abundan las felicitaciones, Carlos Romero ha hecho un excelente trabajo desde que quedó encargado de la dirección hace un año, con el mismo sueldo de gerente. El corazón se le sale del pecho ante las muestras de reconocimiento a su trabajo. Pagará las tarjetas, cambiará el coche, llevará a sus hijos a Orlando.

Último punto del orden del día: el anuncio de la persona que cubrirá la vacante de la dirección de ventas: Mónica Sánchez, recién graduada de mercadotecnia en Harvard, hallazgo cuidadoso de la talentosa jefa de personal.

Carlos, que no atina a pararse de su silla, es consolado por un par de compañeros de trabajo con una palmada en el hombro, mientras en el bullicio del final de la sesión se percata de cómo dos directoras comentan discretamente su aumento de peso y ríen con complicidad al observar el abultado pene de Lalo el de los cafés.

Al subir a su coche rompe en llanto, maneja pensando que no sabe qué le va a decir a Jorge, su hijo mayor. Antes que el coche y el viaje a Orlando estaba la vergüenza de no poder demostrar que un hombre talentoso puede abrirse paso en un mundo dominado por mujeres, llegar hasta arriba, romper el famoso techo de cristal. Entonces piensa que le queda un recurso: renunciaría al día siguiente a su cargo de gerente de ventas.

 Al llegar a su casa se baja resuelto, seca sus lágrimas - ventaja dudosa de su género- y camina resuelto con el impulso inequívoco de la dignidad.

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Augusta Díaz de Rivera

Licenciada en Relaciones Internacionales UDLAP. Maestra en Políticas y Administración Pública Tecnológico de Monterrey. Diplomado en Migración y Gobernanza del CIDE. Fue Diputada local y federal. Actualmente Regidora de Puebla