¿En qué momento perdimos la vergüenza?
- Norma Angélica Cuéllar
El trágico accidente ocurrido el pasado 18 de enero en la comunidad de Tlahualilpan, Hidalgo, que ha dejado 109 nueve víctimas mortales y decenas de lesionados con quemaduras graves, dejó al descubierto el problema de la rapiña que a diario se vive en México.
No exagero. Diario, los medios de comunicación dan cuenta de turbas que se arremolinan en torno a tráileres accidentados para robar su carga. Lo mismo alimentos, que animales vivos, que materias primas. No importa lo que sea, cuando un tráiler vuelca, de inmediato salen decenas de personas de los caseríos cercanos, o hasta los propios conductores que pasaban por ahí, para robar lo que puedan.
Yo estoy de acuerdo con el presidente Andrés Manuel López Obrador, que el pueblo es bueno y sabio, y que la pobreza que azota al país es el resultado de la aplicación de políticas económicas depredadoras que excluyen a todos esos segmentos de población que son completamente innecesarios para la reproducción del capital. Y no sólo eso, muchos de los recursos de programas sociales que iban dirigidos a comunidades pobres, fueron robados por políticos corruptos para beneficio personal o para sus campañas políticas.
De acuerdo con el Coneval, el 43.6 por ciento de la población, es decir el 53.4 millones de personas viven en pobreza y 7.6 por ciento, es decir 9.4 millones de personas viven en pobreza extrema. Sí la gente, sobre todo la que vive fuera de las grandes ciudades, no tiene dinero para satisfacer sus necesidades elementales, pero seamos honestos, todos esos actos de rapiña no siempre están asociados a la necesidad de satisfacer necesidades elementales.
Ayer mismo, vecinos y automovilistas que se encontraban cerca de la carretera Salina Cruz-Huatulco aprovecharon la volcadura de tráiler para sustraer su carga, la cual era de cemento. Dígame para qué quiere una persona un bulto de cemento, o dos o tres. ¿Qué ingreso o qué beneficio se puede obtener robando un poco de adhesivo?
No, andamos mal. Pasamos de la era análoga a la era digital sin enseñarle a las nuevas generaciones a ser agradecidos, a vernos en la grandeza, a ver la honestidad como uno de los grandes valores del ser humano.
No me quiero ver ñoña ni moralista, pero creo que el problema en México no deriva de la pobreza, sino de la falta de valores profundos, de esos que no se consiguen ni en las redes sociales ni en la televisión ni siquiera en la escuela, sino a esos valores que nos inculcan nuestros padres, nuestros abuelos y que debían ser eje formativo de la persona.
Señor o señora lectora, yo lo invito a echarle un ojo a los palacios europeos, a las edificaciones asiáticas. Países devastados a mitad del siglo pasado, se levantan hoy como las potencias económicas más poderosas del planeta. Se lo digo en pocas palabras, son países, cuyos habitantes se ven en la grandeza, cuyos habitantes levantaron esos edificios y obligaron a su descendencia a trabajar, leer a cultivarse para el futuro. El desarrollo no vino como resultado sólo de acciones de sus gobiernos.
Ya nos parece normal ver videos en redes sociales del momento en que tumultos de personas se llevan cubetas de combustible, costales de semillas, frutas, hasta animales vivos.
La tragedia de Tlahualilpan, Hidalgo, nos desnuda como sociedad. No es posible que se culpe al ejército de no haber contenido la turba para que no se acercara a robar el combustible o decir que depredaron el combustible porque en ese momento había desabasto en Hidalgo. Vaya, la mayoría de los que estaban ahí ni carro tienen.
Y ya no quiero recordar esas imágenes dantescas de hace unos días en Xalapa, Veracruz, donde se accidentó un tráiler que transportaba ganado y habitantes de la zona, a la fuerza, abrieron el contenedor y comenzaron a sacar a los animales. Incluso aprovecharon que algunos estaban malheridos para rematarlos y destazarlos.
Nos podemos pasar aquí, muchas líneas más hablando de notas que hablan de muchos otros actos de rapiña cometidos en las carreteras mexicanas, pero ya mejor la dejamos ahí.
El problema que yo veo es que en algún momento, perdimos la vergüenza y el honor. Ahora que está muy de moda sobre proteger a los hijos, llevarles el toper con comida cuando andan corriendo en los parques, darles el teléfono porque el chico resultó ser un genio de la tecnología o regañar a la maestra porque atentó contra su bendición, enseñémosle a respetar a los demás y exijámosle un poco más. No se trata de status económico. El mismo esquema se replica en los ranchitos, en los pueblitos, en las ciudades, en todas las capas de la sociedad. Nos urge una introspección profunda.
Y ahí la dejo porque ya me dieron ganas de regañar a mis hijos…
Si tiene algo qué contarme, escríbame. Me interesa mucho lo que tiene que decir norcudi@gmail.com
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Periodista egresada de la UNAM, especializada en política, derechos humanos, religión y migración, con artículos publicados en revistas y diversos medios nacionales. Doctora en Sociología por el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la BUAP.
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