Más filosofía a la huapachosa

  • Vitaliano Torrico
Comentarios al artículo de Arturo Romero. La filigrana de su artículo sobre inutilidad de filosofía

El 19-9-16 la prensa de Puebla trae un sorprendente anuncio: “Esta primera contribución servirá como presentación de una columna filosófica.”(e-consulta). No refiero su título porque la explicación exhaustiva de la filosofía que mienta su autor se halla en una especie de subtitulo y que reza: “Toda disciplina se muestra sin necesidad de justificarse, la filosofía no” (ídem).

Asombra la afirmación. Y tiene que provocar, por cierto, alguna reacción; aunque sea inefable… y hasta instintiva. Luego si se trata de la filosofía, la actitud que sigue es, creo…, decir ¿por qué?

¡La filosofía necesita justificarse! Y por más que escudriño “la columna filosófica” no hallo la correspondiente respuesta; puesto que se trata de una afirmación tajante e imperativa, ésta, lo menos que debe ofrecer es la explicación, la razón o, por lo menos, el motivo de tal necesidad.

Pero nada de esto se halla en el extenso escrito de Arturo Romero Contreras. Y ¿qué hacer con semejante necesidad? Preguntar: ¿qué significa justificarse? El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española dice lo siguiente:

1. tr. Probar algo con razones convincentes, testigos o documentos.                                                           

2. tr. Rectificar o hacer justo algo.

3. tr. Probar la inocencia de alguien en lo que se le imputa o se presume de él. U. t. prnl.

4. tr. Dicho de Dios: Hacer justo a alguien dándole la gracia.

5. tr. Impr. Igualar el largo de las líneas según la medida exacta que se ha puesto en  el  componedor.

6. tr. p. us. Ajustar, arreglar algo con exactitud.

Y cuanto más reviso en mis largos estudios de filosofía, desde hace ya tiempo, no encuentro que algo de esto se pueda hacer con ella. Y el autor de la “Columna Filosófica”, insistente, prosigue:

“Lo primero a lo que uno se siente obligado es a justificar su temática, lo que esencialmente no significa otra cosa que justificar a la filosofía misma”(Idem).

Por toda respuesta a esta obligación, el autor presenta una serie de preguntas, las cuales parecen mostrar el carácter del preguntador(¿); por ejemplo, una que dice: ¿Por qué filosofía y no sólo tele y novelas? Y finalmente con la última pregunta parece insinuar algún sentido de filosofía. Y dice así:

“¿Para qué extraviarse en lo que no tiene respuesta, en lo que nadie entiende y que finalmente no puede demostrar su conexión con, no digamos ya su utilidad en, el mundo?”(Idem).

Claramente se ve que la pregunta no es tal sino una serie de afirmaciones que, atravesando la miseria de su puntuación –vale decir su escabrosa gramática-, puestas en lógica simple, lo preguntado apunta lo siguiente:

Desde un principio la filosofía es un extravío. Preguntar por ella es algo que no tiene, en sí misma, respuesta; por tanto, no tiene pregunta porque es algo que nadie entiende. Y, finalmente, como no tiene pregunta ni respuesta, no puede demostrar su conexión con el mundo. Y menos puede demostrar su utilidad en el mundo.

 La pregunta (¿) entonces cobra sentido. Pero se revela a-filosófica; y en esta declaración el filó-sofo de la… aparece su actitud contraria a la filosofía. Y es que la pieza escrita, además, alcanza su corolario en la siguiente conclusión, que dice: “No se crea que la pregunta es ociosa.”(Idem).

Dice que esto es un lugar común. Y lo corrobora: “Es casi una mueca, que cualquier filósofo o estudiante de filosofía reconoce bien.”(Idem) Que la filosofía, a la manera del mito de Sísifo, tiene que justificar su derecho a existir una y otra vez; aunque su mera existencia prueba que siempre responde, aunque sea la única que responde de sí: tal hecho viene a constituirse en el motivo por el que vale la pena empujar la roca hasta la cima para que de nuevo le caiga encima; y así hasta el infinito. Pero bien vista la cosa el filo-sófo de la… no tendría necesidad de tal cuasi-motivo. Le bastaría con recurrir a la filosofía medieval para apoderarse de lo que enseña, esto es, de la quinta esencia, o sea, de la existencia que siendo una categoría le evitaría al filó-sofo de la… la tragedia de justificarla. Sólo que esto requiere de voluntad de hacer filosofía; según García Morente de vivirla.

Pero no es la vivencia de la filosofía la que mueve al tal sino el hecho de justificarla; y hasta le impone la tarea: “En todo el mundo se ven los signos de una cacería de filósofos, perseguidos no por “peligrosos”, sino por inútiles.”(Idem) El sistema los condena, entonces, a la inanición; es la gran invención moderna: el desempleo. Y da pábulo a esto: “hay que señalar que el filósofo no está libre de culpa. ¡El que esté libre de culpa, que lance al primer desempleado! Y no está libre porque debe aceptar la objeción que amablemente se formula como pregunta: ¿para qué sirve la filosofía?, pregunta que con todo disimula la respuesta anticipada: para nada.”(Idem) De nuevo dispara contra la filosofía. Ciertamente ya es vieja la objeción a su inutilidad. Pero también se sabe que Aristóteles –decía mi profesor de Filosofía Griega y Medieval- respondía que la Filosofía era como las señoras: hay que servirlas. En lugar de esto el filo-sofo de la… recurre a un subterfugio: “Preguntemos a cualquiera para qué sirve lo que hace. Y la gran mayoría alegará toda clase de consecuencias útiles.”(Idem) Y en buen castellano describe el mundo en el que vivimos, donde la cosa de la utilidad “marcha y marcha muy bien”. Pero su mismo exordio le produce nauseas: “… sería demasiado fácil para el filósofo acomodarse en ese cuevecilla que, por cierto, huele bastante mal”(Idem) Tal es el imperio “neoliberrimo” maloliente que “ya es tiempo de que caiga la máscara de este sistema, que no es ni productivo, ni eficiente ”(Idem); es el monumento a la inutilidad. De ahí su asombrosa conclusión:

“nadie niega ya hoy en día que haya algo así como una ‘crisis’, o un ‘peligro’ o que las cosas no ‘marchen como deberían’. Subrayo el deberían, porque pese a todo, el mundo parece marchar de lo lindo, es decir, sin desviaciones, ni titubeos, hacia su destrucción… Frente a todo esto, unos llaman a la reforma (hacer bueno al capitalismo, ponerle rostro humano, enverdecerlo) y otros a la resistencia (comprar comida biológica, donar dinero a alguna ONG o firmar alguna petición en línea). Lo que se extraña es un llamado a estudiar, sobre todo porque se cree que se sabe ya muy bien lo que pasa. Lo que nos faltan son ‘soluciones’, ‘alternativas’, ‘nuevos proyectos’, dicen. Pero no se puede solucionar nada si no se entiende lo que está pasando, ni alternativas si no se entienden las posibilidades e imposibilidades del sistema en que se vive. Y todo mundo dice que sabe. Para algunos falta liberalismo, para otros sobra, para algunos debemos salir de la modernidad, para otros hay que acabarla. Y en este blah, blah, lo que parece abundar no sólo es gente útil, sino también soluciones. Lo que verdaderamente falta es aquella divina inutilidad que venga a explicitar los problemas. Se avanza mil veces más mostrando un problema que maquilando alternativas, sobre todo porque estas giran en torno de un mismo prejuicio o punto ciego.”(Idem) Y termina con que: “[El autor es doctor en filosofía por la Universidad Libre de Berlín, Alemania. Actualmente es profesor-investigador de tiempo completo en la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP].”

La “segunda contribución”, dice de los 43: “Fue el Estado”. Y ahí va…

Tal es el motivo para justificar la filosofía. Y el filó-sofo de la… adquiere, entonces, las bondades del ser útil –entre otras opciones- para enfrentar la crisis del mundo pre-pensado. Y de ahí su propósito: evitar su destrucción. La filosofía confiere, entonces, al que la practica, esto es, al filó-sofo de la… nobleza, actitud caballeresca por entregarse a la divina inutilidad.

Ahora bien, frente a tal postura facciosa hay que volver a la filosofía misma… a Edmund Husserl que en su Fenomenología Trascendental –la que dicen “practicar” en la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP- describe –entre otras cosas- el desenvolvimiento progresivo de la lógica y la matemática en su intento por hacerlas avanzar; y dice:

“Con todo, de antemano se nos concederá que a la filosofía le corresponde ser la ciencia de los principios, aun de los principios de la ciencia en general, por lo tanto de las cuestiones lógicas acerca de los principios.”(cfr. Lógica  formal y Lógica Trascendental, p. 88)

Y también su “Crisis de las ciencias europeas y fenomenología trascendental”:

“La tarea que el filósofo se plantea, su meta vital en tanto que filósofo en una ciencia universal sobre el mundo, un saber definitivo, universal, un universo de verdades en sí acerca del mundo, del mundo en sí; ¿qué sucede con esta meta y con su posibilidad de ser alcanzada? ¿Puedo comenzar con una verdad, con una verdad definitiva? ¿Una verdad definitiva, una verdad en la que puedo enunciar algo del ente en sí, estando absolutamente seguro de su carácter definitivo? Si tuviera ya tales verdades inmediatamente evidentes, entonces quizá podría derivar mediatamente nuevas verdades. Pero ¿dónde las tengo? ¿Me es algún ente tan indudablemente cierto en si, por medio de la experiencia inmediata, como para poder enunciar verdades inmediatas en sí con conceptos descriptivos que se adapten inmediatamente a la experiencia, al contenido experiencial? Pero ¿qué sucede con todas y cada una de las experiencias acerca de lo mundano, acerca de aquello de lo que estoy seguro inmediatamente en tanto que siendo espacio-temporalmente? Esto es cierto, pero esta certeza puede modalizarse, puede tornarse dudosa, puede disolverse en apariencia en el curso de la experiencia: ninguna afirmación experiencial inmediata me da un ente como aquello que éste es en sí, sino algo mentado con certeza que tiene que acreditarse en el cambio de mi vida experimentante. Pero la mera acreditación que reside en la consonancia de la experiencia real no preserva de la posibilidad de la apariencia… La filosofía, la ciencia en todas sus configuraciones, es racional: esto es una tautología. Pero en todas estas configuraciones está en el camino hacia una racionalidad más elevada; es racionalidad que redescubriendo siempre su insuficiente relatividad, es impulsada en el esfuerzo, en el deseo de conseguir luchando la racionalidad plena y verdadera. Pero finalmente descubre que esta racionalidad es una idea que reside en lo infinito y que de facto está en el camino…”(p. 277 y 381)

vtorricop@yahoo.com.mx

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