RMV: Expectativas para la candidatura presidencial

  • Guillermo Nares
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La aspiración presidencial del gobernador poblano para alcanzar la candidatura presidencial del PAN ha sido anunciada de modo expreso, directo y sin dilación desde el 6 de junio pasado. El resultado obtenido en la elección y las declaraciones futuristas de Margarita Zavala y del dirigente nacional, incidieron para hacer pública la intención.

Para los poblanos, Moreno Valle se convirtió en presidenciable desde el 2010. Su  nombre saltó a la esfera nacional como uno de los posibles precandidatos presidenciales panistas.  No lo fue de modo inmediato, pero sus activos crecieron después del regreso del PRI al ejecutivo federal. En los años siguientes el activismo se intensificó en  elecciones federales y estatales, impulsando al interior de su partido la estrategia coalicionista. Demostró a los sectores duros que la recuperación sólo sería posible a través de una amplia política de alianzas opositoras, fuera de las cuales, las expectativas no les serían favorables. El resultado de las últimas elecciones le dio la razón.

La estrategia no fue errada. El panismo incrementó sustancialmente el número de gubernaturas y, en efecto positivo, su capacidad competitiva para el 2018.

A contrasentido del cuestionamiento aliancista –Tlaxcala es una muestra-, los resultados fueron aprovechados mediáticamente por la cúpula partidaria para intentar cerrar puertas al morenovallismo en la esfera nacional.

Son evidentes dos tendencias. Una, coalicionista, encabezada por Moreno Valle y la otra que privilegia la acción partidaria por encima de la política de alianzas, aunque bien se aprovechó de sus resultados; la ex primera dama y el presidente del Partido Acción Nacional, prestos se subieron a la ola de los triunfos coalicionistas, marginando a su principal impulsor.

¿Cuáles son las expectativas de Moreno Valle para alcanzar la candidatura presidencial?

Es paradójico, la victoria del PAN generó un contrasentido: la facción que hegemoniza el aparato electoral y financiero, afirmó expectativas de carácter inmediatista, derivadas de la noche de embriaguez electoral del  5 de junio. Como si fuera un destino manifiesto inexorable, afirmaron el regreso a la presidencia de la república. Evadiendo de la agenda el tema coalicionista. Nada más engañoso.

El 2018 no sólo es una elección presidencial. Representa escenarios de fase terminal del viejo Partido Revolucionario Institucional. Hay un acelerado proceso de descomposición de las amplias franjas representativas del autoritarismo presidencial que acabó por hacer crisis el 19 de junio pasado.

Esta percepción, ajena al optimismo de los panistas puros, es escenario de oportunidad para el gobernante poblano. La fórmula electoral aliancista permite, como ocurrió ya, atraer liderazgos y votantes priistas y de la sociedad civil.

Nunca como antes la disputa por la candidatura presidencial había estado tan marcada por el acelerado proceso de desgajamiento interno y desagregación de intereses del priismo nacional, su proceso de fragmentación anuncia el derrumbe irreversible. La organización política, fundada en 1929, se despide de la historia política mexicana; connotados priistas enfatizan retóricamente la importancia de las personalidades por encima de los individuos, de los nombres.

La pérdida a un tiempo de tantas y tan importantes gubernaturas -verdaderos santuarios electorales, Veracruz es uno de ellos, el otro, Tamaulipas- hizo visible la crisis de competitividad, preludio de su decadencia histórica.  Aunque una y otra vez sus voces se defiendan con el fútil argumento gatopardista. Lo cierto es que siete gubernaturas quedaron en manos distintas al PRI.

Los candidatos ganadores son efecto de un realineamiento político de estructuras y electores priistas. Las clases políticas locales  asociadas a facciones estatales apuntan a mantener perdurabilidad individual y/o grupal en otros partidos. El PRI ya no les garantiza el acceso al poder político ni a los incentivos del presupuesto público, que ahora seguirán manteniendo a través de gobiernos apoyados por la estructura electoral panista, los diputados federales y senadores panistas quienes aumentarán su capacidad de intercambio para la distribución de los recursos federales en el 2017.

En contrapartida, ¿que le queda al PRI si agotó sus mecanismos internos de resolución de conflictos y su sistema de incentivos dejo de ser atractivo para la estructura electoral y el voto duro? La pérdida de espacios locales de poder y la renuncia de su dirigente nacional evidenciaron el acelerado desgaste  partidario. El deterioro de ejercicio de funciones y los errores en las decisiones, que tienen al país sumido en una severa crisis de gobernabilidad, hicieron lo propio. Sus gobernadores se preparan  para salir bien librados y prestos, en la debilidad de la elite gubernamental federal, a establecer pactos con actores  relevantes en la carrera presidencial ajenos a su partido. El tricolor se decanta. Una parte migró en la pasada elección y es continuo el desprendimiento de liderazgos locales hacia Morena, en menor medida a partidos pequeños.

El panorama de cara a la elección presidencial apunta a una confrontación interna definida por la posibilidad de diputar los escombros partidarios y no la presidencia de la república.

Ese es el escenario de mayor oportunidad para Rafael Moreno Valle. Durante los cinco años previos tejió redes de amplio espectro, más allá del panismo tradicional. Es su fortaleza para vencer las inercias del conservadurismo panista que se niega, como ocurre con el viejo partido autoritario, a implementar políticas abiertas, que trasciendan las estructuras anquilosadas del modelo de partidos de cuadros.

Es relevante la campaña mediática, implementada para intensificar la presión externa al interior del PAN, para que este partido postule un candidato que pondere el encuentro con sectores que no le son afines. Anaya y Margarita Zavala no evitan la polarización. La postulación de alguno de ellos fortalece a Morena. La candidatura del gobernador Moreno Valle abre las puertas para que sean tres los candidatos, incrementando posibilidades de triunfo a los panistas.

Al contrario de lo que podría suponerse, entre más se acerca el 2018, más posibilidades tienen las elites poblanas para construir una candidatura presidencial competitiva. El peor escenario para el PAN es la imposición de un candidato o candidata  con aversión a las alianzas. Puede ocurrir. El riesgo seguirá siendo la derrota.

gnares301@hotmail.com

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Guillermo Nares

Doctor en Derecho/Facultad de Derecho y Ciencias Sociales BUAP. Autor de diversos libros. Profesor e investigador de distintas instituciones de educación superior