Con la cercanía del sentimiento patrio, muchas son las voces que dicen no hay nada que celebrar el próximo 15 de septiembre, fecha conmemorativa de la independencia de México.

Difiero de las opiniones que dicen que no hay motivos para decir ¡Viva México!.

Afortunadamente, la mexicanidad es más que un sexenio o la figura decorativa en Palacio Nacional de quien ejerce el mandato en turno.

Me parece que hay muchos motivos para celebrar una independencia trastocada sí, pero que evolucionó y tiene que terminar de consolidarse en pleno siglo XXI.

Este país, hoy mira con diferentes ojos; la enseñanza no ha sido fácil, sobre todo cuando se ha regado tanta sangre.

Estamos a unos días de recordar el primer aniversario de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa. La huella ha sido onda y permanece intacta en un país donde la justicia se viola por parte de las instituciones que la imparten.

El desplome de una “verdad histórica” defendida por los hombres del Presidente, quienes durante meses sostuvieron la teoría de la incineración de los normalistas, exhibió la fragilidad de un gobierno y de su mandato.

Me parece que el Presidente tiene miedo; sabe que Ayotzinapa es una gran deuda no sólo con 43 familias, sino con todo un país, que se horrorizó ante la barbarie y los excesos de una élite de poder que se consumió con su propia ambición.

Considero que sería un excelente ejercicio renovador e independentista que la plancha del zócalo y de los zócalos en todo el país, dejaran de llenarse con los acarreados y burócratas que son obligados a ir a gritar un Viva México para opacar las voces de protesta.

Más aún, sería un acto de respeto hacia la sociedad que se cancelara la ridícula concentración en Palacio Nacional donde  se organiza un besa manos presidencial con la presencia de políticos y actores de televisión.

Señores no estamos para seguir manteniendo las viejas y desgatadas simulaciones.

Sería excelente que como un acto histórico y no sólo propio de mi anhelo imaginativo, el Presidente Enrique Peña, abriera espacio en el balcón de Palacio Nacional, a las voces de mucha gente que tiene motivos para seguir creyendo en México, no en sus gobernantes.

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