En un estado hegemónico como el mexicano, difícilmente podríamos responder en estos momentos, que quienes gobiernan el país, son las clases políticas en el poder y el mismísimo Presidente Enrique Peña Nieto.

México enfrenta una de sus peores crisis de gobernabilidad. La simbiosis gestada a partir de la fuga del principal capo de la droga y la ausencia de una figura presidencial que amortizara los embates de esta crisis, propició el efecto Robín Hood, que orilló a una parte de la sociedad, a ignorar los efectos del escape de uno de los hombres más peligrosos del crimen organizado, y a ensalzar su figura, como héroe que se da el lujo de comprar a todo el aparato de instituciones vinculadas a la seguridad, los penales, pero sobre todo, a exhibir a los hombres en el poder.

En un país donde lo bizarro se ha vuelto parte de una realidad contundente, México se ha vuelto espectador de su propia debacle.

Quizá después de ver cómo nuestro mandatario federal evadió encarar el tema eligiendo permanecer en Francia y enviando a un desgastado y vulnerado secretario de gobernación, podemos entender del enojo nacional, más no se justifica, las muestras de apoyo hacia El Chapo Guzmán.

El espíritu nacional nos traiciona cuando se trata de mofarnos de personajes públicos, y lamentablemente, nuestro Presidente abona y mucho, para ser nuestro principal cliente. Sin embargo, el tema realmente preocupante y cuya atención merece nuestros cinco sentidos, es preguntarnos ¿y ahora qué?.

El segundo de abordo en el país, léase Miguel Ángel Osorio Chong en la intentona de salir al paso ante un problema de seguridad nacional, terminó escudándose en la retórica inexperta de la Procuradora General de República Arely Gómez.

No hubo congruencia de ningún tipo, ni siquiera para que algunos de estos “honorables” miembros del gabinete, fueran congruentes y presentaran su renuncia, por lo menos, por dignidad.

El golpe atroz, no ha sido asimilar sólo la fuga de un hombre tan poderoso en las lides del narcotráfico mundial como Joaquín Guzmán Loera “El Chapo”, sino escuchar a nuestro Presidente con una inseguridad y discurso tan pobre, que daban ganas de decirle –pide ayuda, el país se te hunde-.

En medio de una crisis de seguridad, donde la imagen de México se desplomó, exhibiendo no sólo los niveles de corrupción a los que hemos llegado, se suma el declive de un sexenio peñista que buscaba la continuidad en el poder.

La imagen presidencial hoy enfrenta más que un desgaste.

La falta de credibilidad en la palabra y acciones de Enrique Peña Nieto nos llevan a predecir momentos de mayor violencia, que seguramente exhibirán acuerdos, pactos, corruptelas y toda la escoria que lamentablemente siguen lastimando la soberanía mexicana, frente a organizaciones criminales cuyo poder crece y adquiere mayor solidez, como resultado de tener a un país…..sin gobernante.

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