Tribulaciones de un político oficioso

  • Vitaliano Torrico

De un político es propio que ejerza su profesión ciertamente; y hasta normal de quien renunciando a convicciones trabaja en el funcionamiento del sistema contra el que luchó. Esto rezuma la columna de Jorge Alcocer V.: arrogándose tal y sin tapujos sostiene que el Congreso funciona, y muy bien; tanto, dice, que en San Lázaro se forjan amistades que duran para siempre, sin distingo de partido. Sin embargo hay algo en su intrascendente escrito algo que sorprende. Desde el título, “Cambiar la mira”(Reforma 5-11-13), el columnista(sic) se ha propuesto poner al país entero en trance. De ahí que su “descripción” –si a esto llega- del postrero evento que vivió México, es verdaderamente patética. La columna del “columnista” comienza así:

“Como es sabido, los saldos de la batalla por los cambios en impuestos y la ley de ingresos 2014 dejaron heridos en todos los frentes. Fue inevitable que algunos legisladores confundieran la tribuna con el palenque, lanzando improperios a diestra y siniestra. Así es el Congreso aquí y en otros lados… Toca al PRD y al PRI cargar con la penitencia por la miscelánea fiscal, ya que los medios de comunicación a ellos atribuye el pecado. Dicho sea de paso, igualar la tasa del IVA, aumentar la progresividad de la tarifa del ISR, poner impuestos a los refrescos y productos chatarra, así como a los alimentos para mascotas, no es motivo para rasgarse las vestiduras. Lo atropellado del avance no lo hace reprobable.”(Idem)

A esta laudatoria conclusión le sigue la “descripción” de la estructura  política configurada por el neoliberalismo instaurado en México. En esta morfología el sistema de partidos, dice, funciona con relativa normalidad: el que está en el gobierno busca alianzas que les permitan alcanzar objetivos; “las oposiciones cumplen su papel: discuten, condicionan, critican, extreman argumentos, y se sientan a negociar. Saben que salirse de la foto es suicida. No hay monte a donde irse. Son más de tres décadas de avance. Dos alternancias de por medio, la pluralidad disciplina a los extremos.”(Idem) Así sentencia el soldado neoliberal.

Y el dictamen de la realidad política que impera en México: fuera de ella no hay monte a donde irse. ¡Más tendenciosa y excluyente no podía ser! En el llano de su horizonte sólo existen los que se han integrado al gobierno para hacer que el congreso funcione bien; el sistema goza así de buena salud. Por lo que esta maravillosa maquinaria tiene que ser absolutamente legítima. El columnista(sic) no lo dice; hay que hacer, entonces, el trabajo que no ha  hecho, el de extraer la conclusión debida de sus afirmaciones. Pero tal cosa no podía lograrse porque éstas no son premisas con las que trabaja el intelecto. La columna del columnista aparece, entonces, carente de la estructura argumentativa que sustente la legitimidad del congreso actual. Véase sino el fundamento(?¡) que a la manera del herrero ha forjado:

“El congreso mexicano ha cambiado la forma de su integración; sus facultades se han ampliado, y se ejercen en un mosaico plural y diverso. Sus 628 integrantes son una muestra de la sociedad, del electorado. No afirmo que sea representativa del universo mexicano; digo que son representantes electos, mediante el medio universalmente reconocido como válido: el voto libre, secreto y directo. Cuando el parámetro de representación es democrático, ellos tienen el mejor:”(Idem)

Y tal parámetro de representación es, realmente, democrático?

No hay que esforzarse en mostrar la naturaleza del mentado parámetro; sin miramiento alguno el propio columnista(sic) lo aniquila. Y esto sin advertir que lo afirmado en su columna se convierte en producto que los mass media destilan en el campo minado de la Opinión Pública. En este punto irrumpe ese “algo” que hacía sorprendente su columna, con el que, además, le dispensa al público de emitir su veredicto. Pues el propio Jorge Alcocer V. a continuación de su encomio de la democracia que ensalza y pondera, da constancia de ello:

“Por motivos dignos de estudio, la pluralidad en el congreso en sus dos cámaras no obtiene reconocimiento entre la sociedad.”(Idem)

Este hacer constar hechos que ni siquiera el político cuya profesión es encubrir o cuando menos distorsionar, es constatar la i-legitimidad del congreso. Y para explicar tal realidad no halla su causa en el que tanto se ha dicho que vino a suplantar sus funciones, el inefable Pacto por México. Más bien refiere argumentos extraños y hasta risibles; con lo cual no sólo corrobora esto sino que de ahí brotan motivaciones de índole personal. Al decir que se debe al peso de nuestra historia “o que la prensa, los reporteros y nosotros, los columnistas, ocupados en informar y opinar de los dichos, no de los hechos, seamos corresponsables”(ídem), asume ser la causa. Y el derivar la causa de tan lamentable realidad en su persona, es, pues, manifestación inconsciente de culpa cuyo peso declara sobrellevar ahora. Por lo que tal acto es l hecho constitutivo de su “otra” vida política cuyo recuerdo se activa con la manifestación social adversa al trabajo que realiza en el presente; dice bien la sabiduría popular: “de todo se puede huir menos de la conciencia.”

Pero este hecho no es el único que le empuja a “cambiar la mira”. Su oficio de columnista revela también que del espacio ganado en el servicio al poder constituido, fue intempestivamente desplazado por el partido político del que desertó. El Pacto por México ha logrado que el PRD se convierta en partido satélite del PRI; hecho, por lo demás, ratificado y reivindicado en su congreso reciente. De ahí que el “columnista”(sic) solitario y marginado de la acción política tenga que caer en el campo de la meditación. Y como su formación no le sirve para emprender grandes elucubración, lanza desafiantes sentencias, como esta: “ninguna otra institución del Estado mexicano ha tenido, durante las tres décadas anteriores, cambios más profundos que las dos Cámaras del Congreso. Pero seguimos atorados(¡?).”(Idem.) Y el constatar tal hecho no asombra sino que lo reafirma en que “vivimos la experiencia, primera para casi todos, de la alternancia; signo del tiempo mexicano, del nuestro.”(Idem)

De pronto la tribulación cambia de tono, alcanzando su punto de quiebre en la reflexión(sic). La experiencia vivida le impele a retar al universo mexicano a cuestionarse como él de la siguiente manera: “por ello la tarea es cambiar las formas de ejercer el poder; discutir el qué, el para qué y el cómo. ¿Qué necesitamos cambiar en la política; para qué y cómo?” Con el “nosotros” que menta siente recuperada la acción perdida; pues de asumir los políticos la meditación a que los insta, el columnista lograría el rol protagónico de la acción política; y si además el universo mexicano lo lleva a la práctica se arrogaría la autoría del remedio a la realidad atorada: con su tribulación meditabunda ha logrado realizarse de nuevo plenamente. De ahí el impulso con que se anticipa abiertamente a descalificar la reforma política anunciada y acordada en el Pacto por México: así “la reforma de la política es mucho más que adoptar la reelección de legisladores, que como estamos sólo serviría a los que ya lo son; tampoco es inventar una segunda vuelta, contra toda lógica. Casi nadie entiende lo del jefe de gabinete, el gobierno de coalición, y otras propuestas sacadas del archivo muerto.”(Idem)

Las tribulaciones se acabaron. El columnista(sin) levanta, entonces, el dedo flamígero para señalar un hecho que le atinge: “en este largo transitar, lo que permanece son los partidos, herederos y beneficiarios de la etapa previa. Por ahí habría que empezar la nueva reforma que los empuje a ser organizaciones de ciudadanos; quizá nunca serán cajas de cristal, pero no deben seguir siendo cajas negras. Como entidades de interés público están obligados a la transparencia y la rendición de cuentas, así lo reclama la sociedad.”(Idem)

Al estilo de la vieja usanza, con el así lo reclama la sociedad se arroga el poder de la Opinión Pública en pos de restaurar su espacio. De ahí el propósito de poner a los partidos, a esos herederos y beneficiarios actuales, en los márgenes en los que se hallaban antes de la etapa previa, en donde podrán ser manejados como entonces. Y desde ahí han de mostrar ser tales o perecer en el intento.

Por lo que la columna del columnista(sic) termina con fulminante sentencia: “No habrá democracia de calidad con partidos de baja calidad. Las autoridades electorales son perfectibles, pero a los partidos les urge reformarse. Cambiar la mira es el primer paso.”(Idem)

vtorricop@yahoo.com.mx

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