Los golpes de estado en el Medio Oriente: Egipto y Qatar
- Román López Villicaña
Es sabido que las fuerzas armadas y represivas fueron la base sobre la que se sostuvo el colonialismo anglo-francés en el Medio Oriente. En efecto, los ejércitos en la región son un producto colonial que ha perdurado hasta nuestros días, convirtiéndose en árbitros o gobernantes supremos. Cabe agregar, que en algunos casos se convirtieron en agentes del cambio, pero sin dejar el poder. Así fueron los casos de Egipto y Siria. En Egipto el coronel Gamal Abdel Nasser toma el poder en 1954, del rey Farouk, e instaura una república “socialista árabe” que trató durante su periodo, de hacer reformas básicas en el país, como la famosa reforma agraria. Luego de la muerte de Nasser, el fervor revolucionario pasa, y los llamados “oficiales libres” se vuelven conservadores, y convierten poco a poco al ejército en una institución reaccionaria, que se dedica a defender los privilegios adquiridos. Es sabido que la mitad de la economía del país gira en torno a ellos, lo que incluye una buena parte de la industria.
No debe sorprendernos el golpe de estado actual en Egipto, pues desde hace mucho tiempo, en otros artículos, hemos destacado que el nuevo gobierno “democrático” del país no controlaba sino una parte del poder, y que el ejército seguía conservándolo, pues fue el mismo ejército quien se deshizo de Hosni Mubarak, por no convenir más a sus intereses. El ejército toleró a Mohammad Mursi hasta cierto límite, y dicho límite fue mientras no intentó tocar los intereses el ejército.
Las revoluciones, al triunfar, deben derrocar completamente al régimen anterior; deben acabar con las instituciones anteriores y crear nuevas, incluido el ejército, de otra forma, están expuestas a ser derrocadas por él. Así ocurrió en el Irán de Mohammad Mossadeq en 1953 y como acaba de ocurrir en Egipto. El pecado de Mursi fue haber querido crear una milicia que poco a poco se transformara en algo semejante a una guardia presidencial, lo cual le restaría fuerza al ejército. Eso, aunado a la mala situación económica del país, ayudada por los organismos financieros internacionales, aceleraron el golpe de estado. En efecto, Egipto importa hoy más de la mitad del trigo que consume, la agitación política en la que se ha visto inmerso ha ahuyentado al turismo, una de las principales fuentes de divisas del país. El petróleo, cuya producción decrece, ya no alcanza a cubrir la factura alimenticia, y los ingresos del canal ya no son tan importantes. Todo esto, aunado a la condicionalidad del Fondo Monetario Internacional de hacer “reformas estructurales” para prestarle al país 4 800 millones de dólares que necesitaba urgentemente, llevó a una situación social explosiva, reflejada en las grandes manifestaciones contra el régimen, aprovechadas por los militares para dar el golpe de estado.
En el caso de Qatar, hace unas semanas nos enteramos con sorpresa, que súbitamente el emir Hamad bin Khalifa al-Thani transfería el poder a su hijo Tamim. Todo mundo se ha cuestionado por qué la inesperada renuncia, teniendo sólo 57 años de edad y estando en pleno uso de su poder. En efecto el Emir jugaba en las grandes ligas internacionales, dando la impresión que Qatar era una potencia regional: financió a la oposición islamista en Siria, invertía grandes sumas de dinero en los centros financieros occidentales, financió a los islamistas en Malí, haciendo que, a pesar de la crisis, Francia tuviera que mandar una parte de su ejército para poner a resguardo sus intereses. Todo parece indicar que estaba siendo derrocado, como el emir Hamad derrocó a su padre Khalifa, al que le dio un golpe de estado mientras atendía su salud en Europa. Pero no podemos saber el fondo del asunto, pues la casa real y al-Jazeera, la famosa cadena noticiosa del país, ha guardado el más estricto silencio al respecto. Sin embargo los rumores dicen, que el presidente Obama mandó a un emisario de la CIA hace unos meses a Doha, con el encargo de notificar al emir de su renuncia o la pérdida de todas las inversiones hechas en el exterior, lo que le daría muerte financiera al emirato; Hamad ha preferido abdicar a favor de su hijo. Su pecado: no haber apresado a Salim Hassan Khalifa Rachid al-Kawari, el principal financiero de al-Qaeda, que resultó ser primo del ministro de Hacienda del emirato, era pues muy difícil que Hamad no supiera lo que hacía e hizo durante tanto tiempo su ministro. Lo anterior se descubrió en los documentos rescatados luego de la muerte de Bin-Laden, pero ya se sospechaba de las transferencias de dinero a través de las instituciones qataríes, al grado de que, en Bagdad, los estadounidenses bombardearon la sede de la cadena noticiosa al-Jazeera.
En fin, habrá que estar atentos al fin de la primavera árabe; viene la contrarrevolución y hasta ahora el único éxito ha sido el cambio de régimen en Túnez. Todo lo demás permanece o sigue su destrucción como el desafortunado caso sirio.