Silencio como medio para vivir con discernimiento
- Manuel Antonio Silva de la Rosa
Las únicas palabras que merecen existir son las mejores que el silencio.
Juan Carlos Onetti
Guardar silencio es un proceso. Aprender a guardar silencio no es simplemente dejar de hablar. Va más allá de callar la palabrería inquietante, compulsiva y sedienta de reconocimiento del otro. Más bien se trata de acallar esos ruidos que invitan a vivir siempre hacia fuera. El silencio es un medio que tenemos para escucharnos internamente. Sin embargo, no es cultivar un mutismo donde me voy alejando de la realidad. No se trata de evadir la dureza de la vida diaria. Es más, el silencio no nos sirve para controlar o domesticar el mundo percibido. Guardar silencio es entrar en lo más profundo de la realidad misma. Es un viaje, sí, una aventura, un salto al interior de las cosas, de las personas, de aquello que me acontece en la vida cotidiana.
En este sentido, el silencio es un momento de dejarme empapar por los sonidos internos. Es una escucha activa. Ahora bien, esto no quiere decir que sea una escucha narcisista, egocéntrica, donde me pongo como el centro de mi propia vida. El verdadero silencio desinstala, pues hace que dialogues y enfrentes la propia vida, con tu historia y con tu propia experiencia. El silencio nos hace conscientes de que hay presencias, -ideas, deseos, juicios, rostros, historias, experiencias- dentro de nosotros que nos mueven. Estas presencias están ahí, nos guste o no, aunque no les prestemos atención.
Es de suma importancia tener conciencia de aquello que danza dentro de nosotros. Pero para esto, es necesario abrir el espacio interior para que surjan las preguntas que permitan la entrada de nosotros mismos. Es fundamental conocer qué hay en nuestro interior, distinguir aquello que potencializa mi vida y reconocer qué es aquello que opaca mi existencia. El silencio, en pocas palabras, me ayuda a aprender a vivir con discernimiento.
Del párrafo anterior, se puede desprender que, a mayor silencio interior, mayor consciencia de un mundo interno y esa consciencia hace que mire de diferente manera. Decía mi abuelo: “cada cabeza es un mundo”. Tenía razón, cada persona tiene un mundo adentro. Cuando yo estoy escuchando a alguien, no solamente escucho las palabras que me dice, además, escucho su silencio, aprendo a escuchar esos diálogos internos que se desvelan en cada gesto compartido.
En un mundo lleno de ruidos, en una sociedad cuyas manifestaciones muchas veces son estridentes, es necesario recuperar el valor del silencio.
El autor es académico de la Universidad Iberoamericana Puebla.
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Licenciado y Maestro en Filosofía y Ciencias Sociales; e Ingeniero en Electrónica. Se desempeña como Coordinador del Programa Universitario Ignaciano en la Ibero Puebla y es profesor de cursos vinculados con Filosofía. Entre sus líneas de investigación se encuentran la Filosofía contemporánea, y de la Educación.