La bajadita

  • Alejandra Fonseca
Todo un espectáculo tener la luna llena del amanecer al salir a correr con mis perros y mi gatita

El evento más maravilloso de mi vida actual es salir a correr con mis perros y mi gatita a las 4.30 de la mañana, todos los días, en el fraccionamiento cerrado en el que vivimos. ¡Es todo un espectáculo tener la luna llena del amanecer frente a nosotros, cuando la hay, o en cualquiera de sus fases!

Verlos salir corriendo como si fueran caballos desbocados al abrir la puerta de madrugada en esa soledad y silencio de las calles empedradas mustiamente iluminadas, sin más sonido que el del viento, el de nuestros pasos, de sus ladridos, del maullido y de mis llamados o chiflidos. ¡Eso no lo cambio por nada en el mundo!

Vernos disfrutar a todos de esa alegría, de esa libertad sin filtros, con el aire fresco que respiramos y choca en nuestros rostros y el viento frío que se estrella choca con nuestros cuerpos, ¡es la mejor y mayor manifestación de alegría de vivir que, cualquiera que nos ve, nos envidiaría. En el camino, como buena mamá de perri y gathijos, voy atenta para recoger sus desechos, y fijarme quien evacúa y quien no, entre otras linduras.

En esa vereda que recorremos a diario por tres veces -amanecer, atardecer y de noche-, es casi un kilómetro -sumando ida y vuelta-; y hay una bajadita, un poco inclinada, lo suficiente para revolotear, que es la devoción de mis perros: el de dos años, toma tal vuelo de bajada que puedo advertir que en cualquier momento podría despegar del suelo para volar y en lo alto convertirse en una estrella brillante cuya velocidad lo haría ser luz; su alborozo evidencia la certeza de que el paraíso existe; y al subir de regreso tiene tal mirada de éxtasis, en una explosión de adrenalina, que muestra, que por momentos, acarició la eternidad.

Por otro lado, mi perrita, una mestiza de seis años, más minuciosa y enfocada, olfatea todos los escondrijos de la calle e investiga sin distracción olores y objetos que encuentra en su camino; por momentos se pierde y si la llamo, ella está en lo suyo, ¡para obedecer y recibir órdenes, hay otras horas!, porque esos minutos son suyos y sólo suyos para conocer el mundo que se expande en las madrugadas donde tiene la exclusiva y toma datos; observo su paciencia y meticulosidad ¡que bien podría ser una escrupulosa científica! Pero cuando le da por competir en velocidad con el perro, ¡no hay flecha de arco que la alcance!

Mi gatita, ¡esa gatita que estuvo muy grave hace unos meses!, es a la que le debemos haber iniciado salir a pasear tan temprano en las madrugadas; ella descubrió que esa hora es la suya; sin coches, sin gente, sin ruidos. ¡Ha hecho suyas las madrugadas, son las raíces que le dan vida y por su silencio, su soledad, su aire, las hizo también nuestras! Es ella la que, cada día, sube sigilosamente a mi cama, y con todo cuidado y cariño, con su patita izquierda, toca mi mejilla derecha para despertarme y avisarme que ya es hora. Es la más despabilada para salir, maúlla dulcemente y avisa que nos alistemos, que la hora es nuestra y me arrea porque está lista para salir a trotar. Y sale corriendo con alegría y elegancia detrás de los perros -casi equinos desbocados-, sin importar ser la última, la de en medio o la primera porque sabe que todos somos uno, que lo de ella es correr, comer pastito, encontrar escondrijos y alistarse para huir por si hay algún ruido u objeto que no le gusta.

¡Es verdad y es cierto que no me cambio por nadie!

alefonse@hotmail.com

 

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Alejandra Fonseca
Psicóloga, filósofa y luchadora social, egresada de la UDLAP y BUAP. Colaboradora en varias administraciones en el ayuntamiento de Puebla en causas sociales. Autora del espacio Entre panes