La apuesta
- Ignacio Esquivel Valdez
En una fila se encontraba una variopinta colección de personajes que habían sido formados al azar esperando su turno para ser llamados.
Con socarrona expresión, un tipo ataviado como el rey del averno, inició una pedante charla “No es por darme importancia, pero todo mundo, en todos los tiempos, me conoce, no hay quien no haya dicho alguno de mis nombres o, al menos, sepa de mi por referencia”. Entre los reunidos, respondió un hombre vestido de uniforme, su rostro mostraba cansancio, pero al mismo tiempo determinación y serenidad: “Sí amigo, pero yo represento el valor y el sacrificio, se ha escrito mucho de la gente como yo desde los albores de la humanidad por ofrendar la vida en bien de los demás”. “Excelente respuesta, amigo”, dijo aplaudiendo un elegante sujeto que vestía jaquette, quien luego perdió la sonrisa al ver que su palmeo era secundado por un hombre visiblemente ebrio.
De pronto se hizo un incómodo silencio hasta que una mujer finamente vestida dijo con tono conciliador: “Vamos, esto no es un concurso de popularidad, mejor pensemos en hacer algo para pasar el rato, ya saben qué haremos en esta fila una y otra vez por horas”. Desde el fondo saltó un hombre de sombrero y guitarra en mano: “Señorita, yo me dedico al entretenimiento y justo sé lo que nos puede hacer más llevadero el tiempo”. “No nos diga que se va a poner a cantar”, espetó retadoramente un joven de mirada decidida que portaba un sarape en una mano. “No mi amigo”, respondió tranquilamente el hombre de la guitarra, “además de la música, que no es mala idea, la mejor manera de esperar sin esperar es…”. La deliberada pausa hizo que todos pusieran atención, incluso algunos personajes que no eran representaciones humanas, sino objetos cotidianos. “Justo es la expectativa a que algo pase, como lo acabo de demostrar”. “Pues no lo entendemos, explíquese”, replicó la mujer bien vestida. “Y me explico”, contestó al de la guitarra.
“Sabemos que el tiempo pasa rápido cuando no estamos conscientes de que estamos esperando algo o, por el contrario, cuando esperamos que algo pase y puede o no suceder, he visto cómo hasta la música cansa, pero esto que les digo, no”. “De seguro es un tipo de pecado”, apuntó el vestido de rojo con azufrado hedor: “Pues, si llega a serlo, se trata de una apuesta”. “Me agrada la idea, pero ¿sobre qué y con qué podemos apostar?”, preguntó el uniformado. “¡Ah! nada más sencillo; sabemos que en un momento dado cuando alguno de nosotros sale, la ronda termina, podemos apostar quién será el que lo haga”. “De acuerdo y ¿qué podemos apostar?”. “Allá afuera tienen fichas, el que gane se lleva las que se hayan juntado, ¿qué les parece?”.
Todos aceptaron la apuesta asintiendo con la cabeza o diciendo directa y firmemente un “sí”, solo el tipo ebrio los miraba levantando un dedo como si quisiera tomar la palabra, pero nadie le prestó atención.
“De acuerdo, está comenzando la ronda, aquí vamos”. Al momento de ir avanzando en la fila, cada uno salía siendo anunciado. Todos sabían que al menos debían pasar dieciséis de ellos para conocer al ganador, así que los primeros participaron con desgano, pero cuando inició el turno diecisiete, la expectativa fue creciendo conforme iban saliendo y el tiempo se iba volando, como había dicho el tipo de la guitarra.
Luego de angustiosos momentos, los que seguían en la fila exudaban expectativa por cualquier poro, hasta que se escuchó el anuncio del personaje en turno y el grito que lo proclamaba como ganador:
“La cobija del pobre ¡El sol!
“¡Loteríaaaaaaaa!”
Los que habían sido llamados regresaron con los demás entre risas y carcajadas. Los de adentro esperan a que el ganador mostrara su premio, pero encontraron al personaje triunfador volviendo con el ceño fruncido y al preguntar la razón, dijo con fastidio:
“Maldita sea, no estaban usando fichas, sino frijolitos”.
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Ingeniero en computación UNAM. Aficionado a la naturaleza, el campo, la observación del cielo nocturno y la música. Escribe relatos cortos de ciencia ficción, insólitos, infantiles y tradicionalistas