Melo
- Ignacio Esquivel Valdez
Como era de esperarse, la pequeña Vero recibió varios regalos por ser su cumpleaños, pero el mejor de todos lo trajo papá dentro de una caja adornada con un moño enorme. Verónica se emocionó mucho al verla y al quitar la tapa vio que dentro venía un adormilado cachorrito blanco de pelaje esponjado. La pequeña estaba muy emocionada, pues siempre había querido una mascota.
Verónica tomó al cachorrito y lo abrazó como si fuera un bebé mientras que papá bajaba del carro una camita, un plato para su comida y su primer juguete, un disco volador. De inmediato la niña le puso por nombre Melo y lo llevó a la mesa para partir un pastel, el cachorrito no sabía qué estaba pasando, pero se quedó quietecito por lo atemorizado que estaba.
En los días siguientes, Melo se adaptó muy bien con su nueva familia, esperaba a que Verónica llegara de la escuela para jugar con él, lanzando el disco volador y corriendo tras de él para tomarlo con el hocico y devolverlo con la idea de que lo volvieran a lanzar. Era una vida agradable, con comida, juegos, una cama suave donde dormir y el cariño de Verónica.
Pasaron varios meses, Melo crecía como un perrito feliz. Un día los papás de Verónica organizaron un día de campo, subieron a Melo al coche y viajaron fuera de la ciudad. Llegaron a un lugar que parecía un jardín enorme y jugaron bastante rato con el disco volador y una pelota.
Al llegar la tarde, tanto Verónica como Melo estaban muy cansados y mamá los llevó al carro para que durmieran mientras tomaban camino a casa. Papá se había encargado de subir las cosas al auto y mientras metía una canasta dejó el disco volador en el techo y lo olvidó. Al sentir movimiento, Melo se despertó y se asomó por la ventana para ver qué pasaba y en ese momento vio que el disco volador se estaba cayendo. Alarmado, se subió a la ventana para tratar de recuperarlo y el disco cayó y sin pensarlo, el perrito saltó y se fue tras de él. Se dio un fuerte golpe que lo dejó aturdido y cuando se recuperó vio que el auto de su familia se alejaba. Trató de correr para alcanzarlos, pero fue en vano, se había quedado solo.
El perrito recogió su juguete y se escondió en un arbusto, pues estaba asustado y de pronto comenzó a llover. Tenía frío, se acurrucó, pero no pudo evitar mojarse.
Al día siguiente unas voces desconocidas lo despertaron.
—Hey tú ¿De dónde saliste?
Era la voz de un perro que lo había descubierto y pronto llegaron otros perros sucios y malolientes.
—Ya lo vieron está muy enano y limpiecito, jajajaja.
—¿Quiénes son ustedes? —preguntó Melo desconcertado.
—Nosotros —dijo el perro grande —somos callejeros, es decir, no tenemos familia y veo que ya te la aplicaron amigo.
—¿Qué quieres decir?
—Que ya te abandonaron los que te pusieron ese collar.
—Eso no puede ser —replicó Melo —mi familia me quiere mucho y me han de estar buscando.
—¡Uy! A ver Canicas dile a este amigo la verdad.
Un perro salió de entre la jauría y le dijo:
—A mí me la hicieron, tenía una familia como tú y el día que me llevaron con un señor que me picó mi patita trasera, me dolió y lo mordí, luego dijo que yo era agresivo y la familia se deshizo de mí —Hizo una pausa y continuó—Me llevaron en su auto y en la carretera, abrieron la puerta y me aventaron.
—Pero yo no he mordido a nadie, me salí del carro porque se había caído mi disco.
—No pequeñín, la gente hace muchas cosas para deshacerse de nosotros —dijo el perro grande con convicción.
—Les apuesto a que no, vamos a buscar a mi familia y verán que nos recibirán a todos.
Todos los canes se echaron a reír a carcajadas.
—Les digo la verdad, si me ayudan, yo haré que los tengan a todos en la casa.
El perro grande lo pensó un poco y dijo:
—Mmmm, bueno, no tenemos otra cosa qué hacer, así que vamos a seguirle la corriente a este loco ¿Quién quiere correrse una aventura?
Y de esta forma decidieron ayudarlo. Se encaminaron a la ciudad por veredas que ellos conocían. Por la lluvia y el lodo, Melo estaba sucio y su esponjado pelo estaba escurrido, parecía otro perro, pero no había dejado su disco volador, lo llevaba todo el tiempo en el hocico. Luego de caminar unos días, llegaron a la ciudad y el perro grande vio a Melo y le dijo:
—Ese plato ¿Es para que te sirvan tu comidita? Jajajajaja,
—No es mi juguete favorito y no pienso dejarlo, pero ahora que lo dices, ¿a qué hora comemos?
—Amigo, los callejeros comemos lo que haya, lo que sea, mira vamos a esos botes de basura buscaremos algo y ahí pasaremos la noche.
Melo nunca había comido nada que no fueran croquetas y no quiso probar lo que contenían los botes y se quedó dormido junto a su disco volador. Al amanecer una carreta tirada por caballos hacía la recolección de la basura. Debajo de la carrera venían dos perros que platicaban con el perro grande.
—Enano —dijo el perro grande a Melo —estos amigos dicen que les prestes el disco para olfatearlo y saber si han percibido el aroma de tu familia, a ver, préstaselo.
Los perros del recolector de basura olieron el disco con los ojos cerrados y al cabo de unos segundos uno de ellos dijo:
—Sí, este aroma se parece mucho al de una casa de la colonia a la que iremos mañana, vengan con nosotros.
El dueño de la carreta no notó que su jauría había crecido ese día. Muy temprano salieron del basurero y caminaron largo rato hasta llegar a la colonia de la familia de Melo. El perrito estaba nervioso y contento de volver a casa y no dejaba de mover el rabito mientras caminaba con la vista al frente. Luego de varias paradas para recolectar basura, los ojos de Melo se llenaron de lágrimas al reconocer la casa de su familia. Se adelantó volteando para decirle a los demás.
—Vengan, vengan, nos meteremos al jardín a jugar.
Melo entró corriendo para buscar a Verónica y para su sorpresa fue recibido con un escobazo en la cabeza por parte de la fámula quien no lo reconoció y le gritaba furiosamente.
—¡Fuera de aquí, vago!
Desconcertado, Melo trataba de que lo reconocieran, pero solo ganaba más escobazos y el perro grande le dijo.
—¡Vámonos enano!
—Esperen, es mi familia.
El perito se rehusaba a creer que no lo reconocieran y escaló la barda para ver mejor, pero lo que vio lo dejó helado, mudo y paralizado. Tras de una ventana se veía a Verónica con otro cachorro en sus manos, al cual acariciaba y mimaba como solía hacerlo con Melo.
El perrito miró la escena ojos incrédulos y humedecidos, la jauría se dio la vuelta al comprender lo que pasaba y esperaron a la sombra de la carreta. El Canicas murmuró para sí mismo: “Al que no le pegan, no le dan de comer o lo abandonan, pero lo peor es corresponder el amor y la lealtad con olvido”.
Melo pidió un momento para despedirse de su familia mediante un mensaje que, sin palabras, que dijo todo lo que le habían hecho sentir.
En la puerta de la casa, Melo dejó su disco volador.
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Ingeniero en computación UNAM. Aficionado a la naturaleza, el campo, la observación del cielo nocturno y la música. Escribe relatos cortos de ciencia ficción, insólitos, infantiles y tradicionalistas