La música tiene alas para volar

  • Ximena Constantino
Que el viaje llamado vida no detenga nunca el vuelo de la música, y que permita compartir y escuchar

El suelo empieza a vibrar. En un ángulo de diez grados el aparato, máquina de metal y alas se empieza a acelerar hasta llegar a la velocidad necesitada para poder despegar. Me dicen que debe ser entre 250 y 330 km por hora para alcanzar el punto máximo de despegue.

Si los hermanos Wright se hubieran imaginado que las grandes empresas hubieran hecho de su invento uno de los mejores negocios de la humanidad, quizás ni siquiera lo hubieran patentado.

O quizás sí. Quizás ellos también pensaron en la cantidad de sueños que se cumplirían gracias a su invento, a poder acortar los tiempos y distancias entre naciones, gracias a poder cruzar el Atlántico una y mil veces llevando a la gente de un continente a otro. Llevando a los amantes que se añoran a estar cerca, llevando a las familias a compartir tiempo juntos, llevando a los abuelos con sus pequeños nietos. Todo, gracias a los aviones.

También los aviones han transportado artistas y músicos, para compartir en otras latitudes el arte que emana de su ser y que reflejan sus casas, sus ciudades, sus países de origen.

Gracias a los aviones he sido capaz de escuchar a grandes músicos que nunca imaginé escuchar, de Grecia a Latinoamérica, de Costa Rica a Tailandia, de Venezuela a México y de Colombia a Qatar.

Tal pareciera que a veces el mundo comparte un destello de armonía en donde todo se junta para que se lleven a cabo las cosas, como si de la Chacona de Chávez se tratase o quizás de un adagio de Barber.

Compartir, enseñar y escuchar quizás fue un beneficio colateral que los hermanos Wright brindaron a la humanidad, al sector artístico y que pocas veces me he puesto a pensar.

He sido turista dentro de mi propio país y también he sido guía en los de fuera. A veces el instrumento musical funge como pasaporte al mundo. Pienso que quizás sea porque lo que se hace de corazón no encuentra barreras migratorias, quizás lo que se ama hacer, en este caso hacer música, encuentra una forma escurridiza de llegar al alma y hasta los más remotos lugares. Porque la música, es cierto, no entiende de idiomas ni de nacionalidades, ni de egos ni de maldades. Por ello quizás, la música siempre será nuestro más anhelado pasaporte. Para comer lo más inimaginable, para ver paisajes que solo tú conocerás, para conocer gente que quizás tengas la sensación de haber conocido en otros mundos y realidades.

Veo hacia mi ventana y solo observo las nubes. Tengo la sensación de que quizás los mismos inventores del avión nunca tuvieron la vista que yo tengo ahora. Tengo la sensación de que las nubes me siguen guiando en el camino y que soy una persona realmente afortunada. Si tuviera que saldar una cuenta a la música ahora mismo, quizás necesitaría la vida para hacerlo.

Por volar, por los viajes y paisajes, por las personas increíbles que he conocido gracias a ella, sigo y seguiré en deuda, pero mientras tanto, que el viaje llamado vida no detenga nunca el vuelo de la música.

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Ximena Constantino

Saxofonista y comunicóloga. Ha ganado premios y estímulos tanto en música clásica como popular. Es gestora de eventos para promover la equidad de género. Su formación musical y su asociación con marcas reconocidas como Yamaha, Veerkamp, BGFrance y Daddario, demuestran su influencia en la escena internacional.