De inteligencia y de amores mundanos
- Román Sánchez Zamora
-Aun para los experimentados como yo, no sabemos todo, no es bueno saberlo todo.
-Mi hija me dijo que iría a un país donde había un imperio antiguo en las montañas, y visitaría un lago a miles de metros sobre el nivel del mar, esas cosas que de jóvenes despiertan curiosidad. No me preocupaba el dinero, sino su seguridad.
-Siempre los nombres en pasaportes no solo causan curiosidad, sino que, así como nosotros revisamos, los otros militares y los vinculados a grupos de terroristas y su inteligencia también lo hacen; hasta ese día supe más cosas de las que yo mismo no quería saber.
-¿Y si la secuestraron?
-Llegue ante el mismo Ministro de Guerra, que fue mi compañero hacía algún tiempo.
-Agujas negras.
-Solo eso me dijo… solo eso… mi hija estaba en el aeropuerto seis horas después.
-No sabía de su existencia.
-No sabía qué era eso.
-Solo pedí apoyo.
-Solo eso me dijo el ministro.
-Salieron en un avión con matrícula de otro país.
-La diplomacia terminó cuando dijeron que no la dejarían ir.
-Harían falta cien cirugías para reconstruir la cabeza, eso me dijeron, la cual quedó esparcida en la pared.
-Hicieron algunas llamadas por radio.
-Todo el crimen organizado buscaba, sin parar; las agujas negras iban en camino.
-Podía ser cualquiera, no eran militares comunes.
-No hubo registro ni llamadas anotadas.
-Hasta ese día pensé que sabía sobre inteligencia militar y hasta ese día supe que era un párvulo en esos temas, me sentí el militar más tonto de todos.
El general en retiro tomó su copa… la observó, vio a través de ella.
-Tomé un curso en el extranjero después de eso, tuve que ser seleccionado por el Primer Ministro y tomarlo en vacaciones, nada debía quedar registrado.
Entre más sé, veo que menos sé…