La escuela primaria de mi infancia

  • Lorenzo Diaz Cruz
Mi vocación por la ciencia comenzó en la Escuela Ignacio M. Altamirano, una primaria de la montaña

«Estás en los primeros años de tu infancia. No puedes dormir por la emoción que sientes, pues al día siguiente empiezas tu primer año de primaria. Tus primeras clases se quedan grabadas en tu mente, abres los ojos y notas que debes hacer un esfuerzo para distinguir la “e” y la “l” manuscritas. Bueno, es que se parecen tanto, sólo que una es un poquito más alargada que la otra, aunque no se te hacen tan diferentes. Casi al mismo tiempo descubres tu gusto por los números, tus amiguitos, que se portan bien contigo, son como soldaditos que obedecen tus órdenes, “uno, júntate con el dos, y sean ahora un tres”. En un abrir y cerrar de ojos aprendes a sumar, luego a restar, siguen multiplicar y dividir, paso a paso, en el camino llegan el cero y el infinito.

Cierras los ojos, los vuelves a abrir, sientes vértigo, pues de pronto te descubres más viejo, impartiendo conferencias en Oxford, Berkeley o Toyama, y como la canción de Serrat, te preguntas: “¿Dónde, a dónde fue mi niñez?”

Aunque eso que empezó hace años te ha llevado lejos, hay algo de ese asombro que sigue presente, juegas y salen las cosas. Luego te cuestionas si el tiempo tiene que ser lineal, con los eventos caminando hacia un futuro lejano, irrepetible, con una trayectoria que te aleja más y más de tu tierra, y vuelves a preguntarte si no habrá otra forma de vivir esta etapa de tu vida. Tal vez algo cíclico que te lleve de regreso al origen, una fuerza que te lleve de regreso a tus raíces. 

Esos pensamientos y recuerdos regresaron con fuerza hace unos días, después de que tuve el gusto de visitar la escuela donde estudié parte de mi primaria, la muy digna Escuela Primaria Federal Ignacio M. Altamirano, en Tlapa, Guerrero. Una visita que sin duda ha sido una de las experiencias más bonitas de mi carrera y de mi vida, como científico y como ciudadano».

Hago mío ese verso de Nicanor Parra que dice: “Nunca pensé, creédmelo, un instante/ volver a ver esta querida tierra, / pero ahora que he vuelto no comprendo / cómo pude alejarme de su puerta.”

De entrada, me emocioné al volver a pisar ese patio donde jugué y me divertí durante esos primeros años de escuela, en cuyas aulas aprendí a leer y escribir, para empezar a disfrutar de la lectura, “que abrir un libro es abrir las alas, sobre las cosas que nunca acabas de poseer”, como cantaría luego Joan Baptista. Ahí me encontré por primera vez con los números, entes que luego serían mis aliados durante mis estadios y luego como investigador en Física.

En ese patio miré asombrado una obra de teatro que hablaba de la patria, del amor a este país, un país que se niega a ser generoso con todos sus hijos. También recuerdo con agrado la impresión que me causó escuchar al grupo de música que formaron los maestros para un festival, donde cantaron: “De Colores, de colores se visten los campos en la primavera …”. 

Pues muchos años después, ahí en ese mismo patio de la IMA, me estaban esperando muy bien organizados los grupos de quinto y sexto años, para escuchar unas palabras sobre la ciencia y el conocimiento.  Una vez que me presentaron empecé a hablar de mi novela El muchacho que soñaba con el bosón de Higgs, les dije a los niños que en esa novela el personaje principal es un chico que estudió en esa primaria, que ahí empezó a soñar con la ciencia y las matemáticas. Ese chico llegó luego a estudiar la prepa a Puebla, donde definió su vocación por la Física. Al terminar mi intervención, les dije que les regalaría el libro a quienes hicieran alguna pregunta, y para mi sorpresa hubo un montón de manos levantadas, por todas partes surgían las preguntas.

Luego, le cedí la palabra al Dr. Javier Martínez, que antes de hablar de ciencia, les dijo a los niños que les daría un regalo a quien mejor describiera lo que yo les había dicho, un ejercicio muy adecuado.

Nos despedimos del personal que nos recibió con tanta amabilidad, con ganas de quedarnos más tiempo, de regresar para poner nuestro granito de arena en la divulgación de la ciencia, en difundir el conocimiento a todas las regiones del país, donde están los niños que algún día harán que la ciencia mexicana sea reconocida en todo el mundo, y que harán que superemos la desigualdad que lastima a nuestra suave patria. Vuelvo, para concluir, a los versos de Nicanor Parra para remarcar que haré lo posible por regresar muchas veces a esa tierra, la montaña de Guerrero.

“¡Buena cosa, Dios mío! nunca sabe
Uno apreciar la dicha verdadera,
Cuando la imaginamos más lejana
Es justamente cuando está más cerca.
Ay de mí, ¡ay de mí!, algo me dice
Que la vida no es más que una quimera;
Una ilusión, un sueño sin orillas,
Una pequeña nube pasajera.”

Cabe mencionar que esa visita fue posible gracias a las gestiones del diputado local de Guerrero, Masedonio Mendoza, junto con su equipo en la montaña, las licenciadas Flor y Sitlali, grandes conocedoras de la región y mexicanas de lucha. Debo agradecer también al Dr. Javier Martínez Juárez de la BUAP, quien me acompañó a la primaria, y luego para impartir conferencias en el CONALEP de Tlapa, y muy amablemente me ofreció hospedaje en Huamuxtitlán, como una escala del viaje para pernoctar antes de llegar a Tlapa. Vamos de nuevo, paisano.

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Lorenzo Diaz Cruz

Doctor en Física (Universidad de Michigan). Premio Estatal Puebla de Ciencia y Tecnología (2009); ganador de la Medalla de la DPyC-SMF en 2023 por su trayectoria en Física de Altas Energías. Miembro del SNI, Nivel lll. Estudios en temas de educación en el Seminario CIDE-Yale de Alto Nivel (2016).