El Rincón de Zalacaín: El Romero

  • Jesús Manuel Hernández
El romero usado para combatir la brujería y despertar el amor

Tres plantas de romero sembradas en uno de los balcones de la casa de Zalacaín de pronto se habían secado, quizá una plaga, el exceso de lluvia, la llegada del otoño, los caracoles, o simplemente las plantas se habían agotado.

Las varas de romero son muy útiles en la cocina. Se sembraban en los monasterios europeos en la Edad Media debido a las propiedades de la planta para varios asuntos, entre otros combatir la brujería, sí, así lo comentaba Zalacaín a la chica aquella de ojos verdes, como el romero y una sonrisa encantadora, cuyo interés en las plantas apenas empezaba.

Adorado por los cocineros al preparar carnes a la parrilla, el romero se lleva de la mano con el laurel y el tomillo.

Pero Zalacaín volvió a los orígenes y charlaba con la chiquilla de ojos color romero. Fue una planta mágica, los monjes y curanderos acostumbraban colocar varas frescas para alejar el mal de ojo y la envidia.

Claro, la envidia. Zalacaín recordaba a la gitana aquella de unas ocho décadas, vestida de negro, de la cabeza a los pies, quien se acercó al aventurero mientras tomaba un café en la Plaza de Santa Ana, en el Madrid de los Austrias, y le ofreció una ramita de romero con un listón rojo para colocarlo en la solapa de la chaqueta, la gitana le dijo: “es para que te protejas, te rodea gente con envidias”.

Desde hace siglos existe esa creencia del uso del romero como un elemento para sanar trabajos de hechicería.

En las bodas de los romanos y los griegos se usaba como símbolo de amor; en Egipto el romero se colocaba en las tumbas para “perfumar el viaje de los muertos”. En Grecia se convertía en incienso y se ofrecía a la diosa de amor, Afrodita.

El romero es originario del sur de Europa y pronto viajó al Norte de África para ponerse de moda después en los monasterios donde empezó a cultivarse.

Quinto Horacio Flaco, el famoso poeta lírico y satírico del siglo 8 antes de Cristo, conocido coloquialmente como Horacio, escribió sobre el romero: “Si quieres ganarte la estimación de los muertos, llévales coronas de romero y de mirto”.

Muy pronto el romero empezó a cobrar fama como ingrediente medicinal. Los brujos y monjes fueron responsables de eso; empezó a usarse para ayudar a la circulación, su olor, derivado de un aceite infusionado se usó para combatir el estrés y la ansiedad años después, también es expectorante, quita los dolores musculares y también los menstruales.

De adolescente Zalacaín debía visitar a unos tíos por el rumbo del barrio de San Antonio y usaba varias calles para llegar al mismo sitio, a un lado del templo. Alguna vez pasó por la privada conocida por sus antecedentes de “piezas y accesorias” para el trabajo de las “furcias” de principios del siglo XX; los tíos le reprendieron y le advirtieron de los riesgos. En la puerta de cada accesoria había una bandeja y de vez en vez se escuchaba la palabra “¡aguas!” y salía una mujer arrojando el agua con la bandeja y dejaba un olor a romero, pues las mujeres se lavaban los genitales precisamente con agua de romero.

Vaya historias de Zalacaín y la chica de los ojos color de romero, que escuchaba atenta.

Una de las tías de Zalacaín citaba a un doctor de Izúcar de Matamoros, famoso por la medicina tradicional, quien decía: “de las virtudes del romero se puede escribir un libro entero”. Y la abuela le replicaba: “quien va al monte y no coge romero, no tiene amor verdadero”.

Y la chiquilla intervino y recitó intentando darle entonación a la letra de Diego Montoto, Planta de Romero:

“Hemos plantado un romero a la puerta de casa
Lo mira todo el que pasa
Yo lo riego con esmero
Hemos sembrado nuestro amor y ha germinado esta planta
Yo la encuentro cada día más alta
Ya se nota su esplendor

Ahora que este sol le da una luz cálida
Ha adoptado una crisálida
Y alimenta un caracol
Cada vez enraiza más
Cada día brota una flor
Esta planta de romero
Eres tú en mi corazón…”

Y los dos soltaron a reír mientras ella prometía regresar con un regalo la siguiente semana, llevaría tres plantas nuevas de romero…

Zalacaín se despidió y repasó la letra de Perales interpretada por La Pantoja:

“Se me enamora el alma, se me enamora
Cada vez que te veo doblar la esquina
Perfumada de albahaca y manzanilla
Se me enciende la luna cuando me miras…”
Pero esa, esa es otra historia.

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Jesús Manuel Hernández

Periodista en activo desde 1974. Ha dirigido, conducido y colaborado en diversos medios de comunicación escritos, radiofónicos y televisivos. Actualmente dirige el portal losperiodistas.com.mx y escribe Por Soleares, espacio de análisis político. Autor del libro Orígenes de la Cocina Poblana.