La apuesta de la formación ignaciana

  • Rocío Barragán
El papel del docente es trascendente para que el proceso educativo rinda los frutos esperados

El Modelo Pedagógico Ignaciano fundamenta la apuesta educativa que San Ignacio de Loyola concibió hace casi 500 años como resultado de un profundo análisis sobre las necesidades sociales, la inequidad social, las condiciones de justicia y la capacidad humana para responder a ellas.

Fundamentado en esta idea, la formación ignaciana entiende que el papel del docente no sólo es fundamental sino trascendente para que el proceso educativo rinda los frutos esperados y ello descansa en lo que se conoce como los seis desafíos del profesor jesuita:

1. Generar conciencia. Implica posibilitar en cada estudiante la capacidad de atender lo que ocurre, no sólo en la materia, sino en el contexto en el que vive, su historicidad y su impacto futuro. Este es un proceso también conocido como darse cuenta o cobrar conciencia.
2.  Habilidad para comprender. Entender lo ha atendido o aquello de lo que uno se ha dado cuenta; de ello se desprende un proceso más profundo y generador: el diálogo interno o reflexión que posibilita ver la realidad de forma diferente, desde otra perspectiva.
El proceso de comprensión inicia cuando soy capaz de llamar a las cosas por su nombre, dar cuenta de la realidad y poner la inteligencia al servicio de ella, para entenderla y mejorarla; interviniendo de forma consciente y activa en ella con lo que tengo y soy. En la comprensión descansan procesos sumamente valiosos como la capacidad de significar y reconocer la memoria, los sentimientos, la imaginación y el entendimiento, procesos formativos transversales que le dan estructura a los saberes y conocimientos.
3. Aprender a decidir. Una de las competencias más importantes para la vida, de ella depende el presente y el futuro de la persona, la familia, el equipo, la comunidad.
Su importancia puede quedar clarificada cuando logramos elaborar cuestionamientos como los siguientes: ¿decido, desde mi libertad interior o desde los desórdenes de mi vida?, ¿quién soy yo?, ¿cuáles son mis prejuicios y mis deseos?, ¿cómo los aprendí?, ¿a dónde me llevan?, ¿cuál considero que es mi realidad?, ¿qué es lo que quiero decidir y para qué?, ¿desde dónde estoy decidiendo?, ¿Qué construye (o no) mi vida, mi historia, mi comunidad?, ¿a qué aspiro y a dónde quiero llegar?
4. Favorecer el proceso de apropiación. Cómo aquello que decido afecta a los demás, de qué manera equilibro mis habilidades, mis capacidades afectivas, espirituales y cognitivas donde se construye mi compromiso personal y social, ¿a qué estoy comprometido?
En la apropiación se fundamenta la solidez intelectual y la responsabilidad social sobre la mirada individualista y poco comprometida, también se acrisola la solidaridad y el compromiso amoroso sobre la desvinculación y la apatía. Como decía Bartolomé Bennassar: “A nuestra sociedad le afecta en la raíz de sus individuos informados pero indiferentes, inteligentes pero crueles, sin entrañas, por eso debemos recobrar la sensibilidad hacia el sufrimiento”.
5. Generar la acción. Experimentar la realidad para actuar en consecuencia. La demagogia de los proyectos se esconde en la inacción, y se resume en el conocido dicho de “A Dios rogando y con el mazo dando”; en la pedagogía ignaciana también se entiende cómo lograr la capacidad de ser “contemplativos en la acción”.
6. El proceso evaluativo. No sólo como validación, lista de cotejo o calificación de lo aprendido, sino en un proceso continuo y formativo que invita a repensar cuál es el reto que nos plantea la realidad. Con las evidencias o indicadores que obtengo, ¿de qué me doy cuenta?

La evaluación no cierra el proceso formativo sino al contrario, éste se reinicia con un nuevo desafío: una nueva probación de la realidad para aportar con fe y justicia a la mejora de las condiciones de vida y al desafío de las necesidades sociales manifiestas en nuestros horizontes más cercanos, ahí donde se puede ser capaz de incidir u solidarizarse.

Para que la evaluación resulte virtuosa debe reunir tres grandes atributos:
- Ser integral: Evaluar el todo y sus partes
- Periódica: Realizarse de forma constante
- Continua: lo que permite estar aprendiendo y reaprendiendo de lo que ocurre y de la forma en la que ocurre

Aunque parece sencillo estos seis pasos implican un gran compromiso docente, concebirse como aprendiz de vida y disponerse para testimoniar el proceso formativo de los estudiantes.

En síntesis, aceptar el amoroso compromiso de:
- Acompañar al alumno en la asimilación del método.
- Invitar al alumno a abrazar, con todo su ser, este proyecto educativo y su compromiso con la pertinencia social.
- Desarrollar ciudadanos comprometidos con la “polis” y en la construcción ciudadana.
- Comprender que, aunque el maestro es clave para lograr esta propuesta, el centro está en potenciar integralmente al estudiante para que descubra su potencial y sea capaz de comprender la realidad para ponerse al servicio de los demás.

La autora es académica de la Universidad Iberoamericana Puebla.

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Rocío Barragán

Maestra en Mercadotecnia, Licenciada en Ciencias de la Comunicación. Académica certificada por ANFECA. Diplomados en Innovación para el aprendizaje, Desarrollo integral. Coordina la Maestría en Mercadotecnia en la Ibero Puebla