Investigación educativa pertinente: la necesidad de entender y coadyuvar en la disminución de las violencias estructurales

  • Itzel López Nájera
Hacerse de las herramientas para cuestionar estos modos instaurados lleva su tiempo.

Dra. Itzel López Nájera*

 

¿Qué debe entenderse cuando hablamos de “violencias estructurales”? Aquellas acciones que se producen y reproducen de forma concomitante al sistema social donde se generan y administran. Se anclan en lógicas que van de lo institucional a lo cotidiano, de lo barrial a lo comunitario, atravesando condición social y de género; se reconfiguran en la tensa relación entre los espacios macro - micro mediante la participación de los actores implicados; y forman subjetividades que, a falta de herramientas de discernimiento y opciones de vida digna, terminan reproduciendo acríticamente comportamientos y “valores” que pueden considerarse cuestionables e incluso dañinos.

Lo más perjudicial de las violencias estructurales es su naturalización; es decir, que una vez que han llegado a diseminarse por el espacio público y sedimentarse en tiempo suficiente cruzando generaciones y subjetivando procederes, se instauran como lógicas pretendidamente “válidas”, cotidianas y normalizadas entre el grueso de la población. Hacerse de las herramientas para cuestionar estos modos instaurados lleva su tiempo, ya que las violencias estructurales tomaron tiempo también para poder instalarse. Las respuestas cortoplacistas e inmediatistas que pretenden atajarlas, se verán constantemente rebasadas por una lógica de reproducción fortalecida por el peso de la costumbre y la precariedad.

En las últimas dos décadas hemos sido testigos de la profundización de la violencia en diversos ámbitos de la vida nacional y en espacios heterogéneos que hacen pensar que este se ha convertido en un problema estructural que tomó años en diseminarse y sedimentarse, y, por ende, llevará también tiempo revertirlo. Los feminicidios, el asesinato de periodistas y defensores de derechos humanos, niños armados para formar parte de policías comunitarias, halconcitos del crimen organizado, tiroteos en escuelas, y las actitudes violentas entre adolescentes que utilizan sus dispositivos móviles para agredir a sus compañeras, son evidencia de ello. El espacio escolar no ha sido una excepción dentro de este panorama desolador: según el Informe anual 2018 del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), el 63% de los niños y niñas de entre 1 y 14 años de edad ha sufrido violencia; 8 de cada 10 agresiones contra niñas, niños y adolescentes de entre 10 y 17 años suceden en la escuela y la vía pública; 1 de cada 2 niños y niñas ha sufrido golpes, patadas y puñetazos en su escuela.

Desnaturalizar la violencia tan arraigada en los modos y comportamientos de los sujetos es una tarea compleja que requiere de ejercicios proyectados a mediano y largo plazo, en aras de reconfigurar los modelos de vida que se ofrecen desde las instituciones y la forma en la que logran interpelar a los ciudadanos hacia otros estilos y formas de vida posible. La violencia es un fenómeno multifactorial que no puede entenderse ni resolverse en función de análisis e iniciativas cortoplacistas y simplistas que señalen una sola causa (o que busquen enjuiciar a un culpable concreto), y se requiere comprenderla en términos de su complejidad anclada en contextos de experiencia in situ vivida por los sujetos mismos que la practican y padecen cotidianamente.

La investigación puede dar pistas sobre la manera en que esas lógicas se fueron anclando en las cotidianidades diversas a lo largo y ancho de nuestro país, y al ofrecerlas, puede ayudar a esclarecer los modos en los que es posible incidir para revertirlas. La investigación educativa en particular tiene un lugar en esta discusión, entendida no solo en función de los aprendizajes mediados por la malla curricular y la relación maestro-alumno, sino, principalmente, como la aproximación que coadyuvará en desentrañar las lógicas extraescolares y violencias estructurales que dejan huella en el espacio escolar y en la subjetividad de los alumnos. Así, resulta necesario conocer cómo y cuánto aprenden los alumnos en las aulas, pero resulta igualmente urgente saber ¿qué lógicas están orientando el comportamiento entre pares estudiantes? ¿cuál es la procedencia multifactorial de conductas como la burla, la exhibición en redes, la agresión física, entre otras? ¿qué anuda en específico el espacio áulico y escolar en este entramado complejo de producción y reproducción de las violencias? ¿cómo llegó a instaurarse la violencia en las escuelas y su peculiaridad actual? Y, sobre todo, ¿cómo asumir que los aprendizajes son variados y se insertan en lógicas diversas que rebasan por mucho eso a lo que se tiene acceso dentro del aula? Realizar análisis descontextualizados y deshistorizados de las dinámicas escolares, no harán sino disminuir la comprensión de todo aquello que se produce en una de las instituciones fundamentales de la modernidad y mermar las posibles incidencias que proyectemos en aras de intentar solucionar estas dinámicas.

 

*La autora es profesora de la Universidad Iberoamericana Puebla.

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Itzel López Nájera

Profesora de la Ibero Puebla. Doctora en Ciencias en investigaciones educativas, y Maestra en Ciencias, ambos por el Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del IPN y licenciada en Sociología por la UNAM