La reelección de Donald Trump

  • Guillermo Nares
Su discurso criminalizó a la población de origen hispano.

El actual periodo de gobierno presidencial de Estados Unidos se acerca, para noviembre próximo, al cierre de su tercer año y a la apertura del último tramo. En noviembre del 2020 los electores elijen a su próximo presidente.

La campaña para elecciones primarias, que define a los candidatos de los principales partidos- Demócrata y Republicano- está en marcha. La figura a vencer es, desde luego, el actual presidente Donald Trump. Desde el 20 de enero de 2017 declaró su intención de postularse para un segundo periodo y el 18 de junio de este año, anuncio en un estadio en Orlando Florida ante 20 mil personas, su campaña para un segundo periodo.

No es una desmesura afirmar que Trump se reelegirá. Los segundos mandatos presidenciales han sido la regla. Los presidentes que ha tenido el país vecino, desde la Vigesimosegunda Enmienda a la Constitución de Estado Unidos, de 1947, han repetido. La excepción: Gerald Ford -que asumió la presidencia en 1974, tras la renuncia de Richard Nixon por el escándalo Watergate- George H. W. Bush y Jimmy Carter.

Un periodo más en la Casa Blanca del actual mandatario norteamericano se vislumbra por varias razones. Una de ellas, acaso la de mayor relevancia se explica por la articulación de su propuesta para un segundo periodo asociada a sus resultados de gobierno en el rubro económico.

En las democracias consolidadas, como la norteamericana, para el elector es preponderante que la propuesta de gobierno se encuentre dirigida a satisfacer los requerimientos económicos. La política gubernamental actual ha conservado e incrementado potenciales electores para poder repetir en un segundo periodo, precisamente, atendiendo los intereses económicos de sus posibles votantes.

Trump ha favorecido a los empresarios estadounidenses que no se globalizaron o se globalizaron muy poco y que por ello se arruinaron muchos de ellos. En la primera campaña uno de los ejes articuladores fue contener la avalancha de bancarrota de las empresas locales provocada por el libre comercio.

El cierre de infinidad de fábricas en territorio estadounidense, provocadas por la globalización, provocó desempleo, disminución de la calidad de vida, problemas hipotecarios, empobrecimiento generalizado de la población blanca. Trump favoreció políticas que premiaban, vía incentivos económicos, el regreso de marcas que se instalaron en el extranjero. En igual sentido, aprovechándose del superávit comercial que tenían las naciones que exportaban a Estados Unidos, implementó una política arancelaria que en los hechos significó volver al modelo de desarrollo económico nacional, con resultados que no han sido malos para la economía norteamericana.

Aunado a lo anterior, Trump dirigió su discurso a la disparidad de los costos de la mano de obra provocada por la población ilegal, enfocando sus baterías contra este sector. Construyó un discurso para los pobres blancos de Norteamérica sustentado en la criminalización, el racismo y en la xenofobia. Sus habilidades como vulgar mercachifle le permitieron usar una retórica que personalizó las causas de la depauperización de la nación norteamericana blanca.

 Los latinos y especialmente, los mexicanos, fueron señalados como culpables de haber roto el sueño americano. El verdadero enemigo ya no fue el comunismo internacional, Al Qaeda, Cuba, Venezuela, China, Rusia, el Estado Islámico. Los adversarios mayores se encontraban en territorio, afirmaba, y son los inmigrantes ilegales.  A ellos les endilgó la falta de empleo y de empleo bien pagado, el incremento de la criminalidad, el empobrecimiento social y en general la decadencia de los valores de los fundadores de Estados Unidos.

Su discurso criminalizó a la población de origen hispano. Aunque matizaba que el problema eran los ilegales, la ambigüedad propia de la generalización provocó una asociación falsa entre comunidad hispana e ilegalidad.

Fue más allá: afirmaba y sigue afirmando que quienes llegan a su país, no son personas honorables, sino delincuentes. Lamentablemente de sus falacias ha derivado acciones inhumanas en contra de la población ilegal.

A pesar de su cruzada de odio racista, el escenario no es desfavorable para Trump. No ha dejado de estar en campaña. Solo que su discurso ahora es matizado con lo que el mismo señala son buenos números en economía y además, de presidir una nación en paz.

La campaña declarada del actual presidente para un segundo mandato es respaldada por la articulación de intereses que lo condujo a la Casa Blanca. Insiste en ser portavoz de la sociedad hastiada del sistema corrupto y amañado que llevó a la ruina a la sociedad norteamericana blanca. Conserva el discurso supremacista blanco e incluso le otorga mayor fuerza.

En su arranque para conseguir un segundo periodo, el 19 de junio de este año, sostuvo que “el sueño americano está de regreso más grande y más fuerte que nunca, nuestra economía es la envidia del mundo. Quizás la economía más grande que hemos tenido en la historia de nuestro país”. Esta parte es la más significativa, la que concentra el mayor interés para el electorado que lo llevó a la presidencia.

Los votantes que permitirán a Trump un segundo periodo toman los resultados económicos de modo significativo. Privilegian los aspectos positivos en la economía por encima del discurso supremacista blanco. El votante norteamericano es un votante racional. Le importan los beneficios materiales por encima de los valores de cuarta generación, como son los derechos de las minorías, de los migrantes, de la ecología.

Contribuye también que el partido demócrata no ha podido pronunciar una propuesta que permita coaligar mayoritariamente otros intereses. Los demócratas reprochan las posturas racistas, pero no es suficiente. Es verdad, una importante franja de electores es sumamente crítica de las políticas anti migrantes, pero su fuerza no es óptima para impedir la reelección.

Si la disputa es por el elector racional, y en ese sector Trump lleva cierta ventaja. Hay otro tipo de votante que amplía la brecha, son los fundamentalistas blancos que, si bien son minoría étnica, aportan votos por que las acciones de Trump contra la población ilegal han satisfecho su xenofobia.

Trump ganará la próxima elección no solo por su larga campaña por el segundo mandato, sino porque el votante norteamericano, educado en el pragmatismo económico liberal, observa lo que ocurre en sus bolsillos al momento de votar y percibe que debe mantener el modelo de restricción del mercado global.

gnares301@hotmail.com

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Guillermo Nares

Doctor en Derecho/Facultad de Derecho y Ciencias Sociales BUAP. Autor de diversos libros. Profesor e investigador de distintas instituciones de educación superior