Marín-conismo
- Elmer Ancona Dorantes
De pequeños solíamos jugar a castigar a los malvados; era una táctica de lucha entre buenos y malos, entre los que entendíamos lo que significaba el bien y los que persistían en dañar al ser humano. A los maleantes que atacaban a los seres indefensos de manera cobarde los llamábamos “Marín-cones”.
Esto, por supuesto, no tiene nada que ver con asuntos de género (mis respetos para quienes toman decisiones valientes en su vida, pese a la turbulencia de los cuestionamientos); más bien se relaciona con los asuntos del diablo, con el mismísimo infierno, con maldades extremas.
El “Marín-conismo” es todo aquello que se embarra con el lodazal, con lo putrefacto, con lo más podrido, con lo más jodido del ser humano, y mucho tiene que ver con la política.
Suele caracterizarse por dañar almas pequeñas, indefensas, en estado de vulnerabilidad; lastima a los más débiles (principalmente a las niñas y mujeres jóvenes).
Este fenómeno –algunos le llaman corriente perversa- es engendrado en el vientre de Doña Huesos, con la muerte, con lo más oscuro; ella es su madre y ha cobijado a cientos de ambiciosos personajes que gustan presumir lo que no ganaron con dignidad ni honra.
Los “Marín-cones” usan sus influencias para robar, para ultrajar, para amontonar fortunas ilícitas; a la justicia se la pasan por el arco del triunfo aunque, curiosamente, es la misma justicia la que delibera y ordena los prontos arrestos.
Los políticos y empresarios que gustan nadar y sumergirse en esta apestosa corriente creen tener poderes supra humanos, capaces de engatusar a los ciudadanos bien nacidos, a los jueces con principios.
Lo que no saben estos “Marín-cones” es que a los perversos siempre les llega la hora; terminan pagando con su propia mal habida fortuna, con su salud, con su libertad, con su propia alma, todo el daño que hicieron a sus víctimas.
“Marín-cones” por supuesto que los hay en todas partes: en los partidos, en las empresas, en las universidades, en los sindicatos y hasta en las propias instituciones religiosas. Ningún sector se salva.
Nacen, crecen y se desarrollan casi siempre en los partidos políticos; son seres humanos no tan agraciados; la fealdad no radica en lo que expresa su cuerpo, sino en lo que se concibe en lo más profundo de su alma, de su espíritu.
En el “Marín-conismo político” los líderes, los que mueven los hilos públicamente, se hacen de la vista gorda ante toda esa cloaca con tal de no perjudicar los “intereses supremos” del partido que representan.
Anteponen la perversidad de sus “malefactores” con tal de no dañar la imagen de sus siglas partidistas, sin darse cuenta que, tarde o temprano, terminarán pagando las consecuencias de lo que hacen sus endemoniados protectores.
Esos dirigentes políticos, en tiempos electorales, se esconden, se deslindan, niegan la cruz de su parroquia; dicen que nunca tuvieron nada qué ver con el “Marín-con supremo”, con tal de no afectar la imagen de quien pretende sentarse en la silla grande.
No asumen las consecuencias de sus actos, no reconocen que también se equivocaron al permitir que estos patanes hayan militado durante años en sus filas ¡Vaya que son Marín-cones!
Hoy, con toda seguridad, lo pagarán muy caro; lo mismo pasará con todos aquellos políticos que se dicen pulcros, intachables, inmaculados, pero que tienen la trampa ratonera pellizcando su larga cola al ser descubiertas sus transas.
Nuestra hermosa Puebla no puede quedar de nuevo en manos de tanto “Marín-con”, hoy disfrazados de héroes, de revolucionarios, de transformadores, de redentores y salvadores.
Hoy nuestro querido estado no puede ser botín ni rehén de personajes ambiciosos, llenos de mentiras, bañados de hipocresía, que lo único que quieren es amotinar, conducir revueltas, sacar ganancia de alborotadas aguas que ellos mismos agitan.
Los poblanos no pueden elegir erradamente –de nueva cuenta- a malos dirigentes, porque las consecuencias para los niños, para los jóvenes serán tremendamente costosas.
Para que a los hombres de bien no les griten por las calles ¡Eres un Marín-con!, deberán apartarse de todos aquellos bandoleros disfrazados de políticos, de esos que pretenden tener el control de las arcas, del patrimonio financiero, histórico y cultural, que únicamente pertenece a la ciudadanía.
La auténtica gente de bien, -espiritualmente hablando- deberá decidir razonadamente, y pronto, quiénes serán sus líderes, los administradores y guías de su Estado.
Padres e hijos, esposo y esposa, maestros y alumnos, rectores y catedráticos, pastores y fieles, deberán sopesar con lucidez lo que más convenga a Puebla, porque de ello dependerá el bienestar de las futuras generaciones.
Basta ya de tanto “Marín-conismo”, de gente siniestra y mente retorcida; los poblanos merecen algo mucho mejor, un Estado donde se pueda vivir en paz y tranquilidad con los seres amados.
@elmerando
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Periodista y analista político. Licenciado en Periodismo por la Carlos Septién y maestro en Gobierno y Políticas Públicas por el Instituto de Administración Pública (IAP) y maestrante en Ciencias Políticas por la UNAM. Catedrático. Ha escrito en diversos medios como Reforma, Milenio, Grupo Editorial Expansión y Radio Fórmula.