El lenguaje común en la política

  • Giovanni Sartori
Locke lo denominó lenguaje “civil”, pero quizá sea más claro hablar de lenguaje materno.

Retomemos el hilo de nuestra exposición. Nos hemos propuesto aclarar qué es el conocimiento científico a diferencia del conocimiento filosófico, haciendo referencia a ciertas modalidades en el uso del lenguaje. Pero antes de hablar de los “usos especiales” del lenguaje (como el científico o el filosófico), tendremos que ponernos de acuerdo sobre el lenguaje de base, sobre el uso común, esto es, sobre el lenguaje materno, que s el mínimo común denominador de todo lo demás.

            El lenguaje común es exactamente el lenguaje al alcance de todos, el lenguaje de la conversación corriente. Locke lo denominó lenguaje “civil”, pero quizá sea más claro hablar de lenguaje materno, ya que es el lenguaje que aprendemos en la infancia. Una vez que llega a manejar el discurso, el hombre comunica con la misma naturalidad con que respira; y ninguno de nosotros presta atención al hecho de que respira (hasta que no está amenazado de asfixia). De aquí se desprende que el lenguaje común es el lenguaje falto por completo de conciencia de sí mismo, que usamos de una manera totalmente instintiva e irreflexiva. Lo que apareja graves inconvenientes.

            El primer inconveniente es que no nos preocupamos de definir las palabras que empleamos; de ese modo, todo discurso resulta vago, genérico, y si escapa a los límites de una comunicación elemental, corre el riesgo de generar importantes malentendidos. Todos dan por sentado que cada palabra posee para el otro el mismo significado que para ellos; pero lo más probable es que no sea realmente así, pues el significado que a cada quien le parece el significado, el único significado, es en general el fruto de una experiencia personal extremadamente parcial y circunscrita.

            El segundo inconveniente consiste en que la conversación corriente no presta atención al procedimiento demostrativo con el que debe construirse todo discurso (si quiere alcanzar valor demostrativo). En la conversación corriente, la lógica y la sintaxis lógica brillan por su ausencia. En efecto, en las discusiones cada uno de los contendientes cambia de continuo su método de argumentación; utiliza uno hasta que le es útil, pero en cuanto advierte que lo incomoda, cambia las carteas sobre la mesa y recurre a otro. Lo que pasa es que el aprendizaje del lenguaje se realiza a golpes; a golpes de frases. Lo que significa que no aprendemos a hablar aprendiendo a construir el discurso. El niño repite frases. Suele ocurrir que algunas frases se unen en argumentos “conclusos”, que contienen y desembocan en una conclusión. Pero luego no volvemos a comprobar esas conclusiones; nos limitamos a defenderlas encarnizadamente.

            Recapitulemos. El lenguaje corriente, materno, es el lenguaje natural básico que vincula a todos los que hablan una misma lengua, y por lo tanto la plataforma en torno a la cual se debe construir y mover cualquier otro lenguaje especial (a menos que no se convierta en lengua “artificial”). Todos pasamos por ese lenguaje; pero algunos se establecen en él. Es en todo caso el lenguaje que se nos hace connatural, el que nos resulta espontáneo. ¿Cuáles son sus virtudes, cuáles sus defectos? La ventaja reside en que el lenguaje común: 1) es lenguaje más simple, el que alcanza la máxima concisión; 2) es el lenguaje más vivo, el que expresa nuestra experiencia autobiográfica, personal.

            Los defectos del lenguaje corriente se pueden recapitular de este modo: 1)  el vocabulario al que recurre es extremadamente reducido e insuficiente; 2) las palabras quedan indefinidas, y con frecuencia llegan a ser indefinibles (al menos con la debida precisión); 3) las uniones entre las frases suelen establecerse de una manera arbitraria y hasta cierto punto desordenada, al tiempo que las conclusiones de las argumentaciones se instauran con anterioridad al iter demostrativo que debería sustentarlas.

            Todo esto se puede resumir observando que el lenguaje común, materno, es un lenguaje acrítico; acrítico porque adoptamos un instrumento que no conocemos efectivamente. Y esto fija los límites del lenguaje ordinario: no es un lenguaje cognoscitivo. Para verlo más claro, comencemos por entender cuál es el ámbito de competencia de la conversación corriente. En la conversación ordinaria comunicamos por lo general noticias, y noticias autobiográficas del tipo: ayer me sucedió tal osa, me dijeron, tuve tal experiencia, me divertí, vi, etc. Vale decir que se efectúa un intercambio de mensajes bastante breves, y separados uno del otro, vinculados por la transmisión de informaciones de interés recíproco a propósito de sucesos más o menos habituales. Dentro de estos límites, el lenguaje corriente funciona muy adecuadamente; esto es, funciona muy adecuadamente para las comunicaciones que hemos llamado de índole autobiográfica. Pero precisamente porque satisface finalidades de relaciones interpersonales, no se presta para otros usos, y en particular para desarrollos heurísticos. Cuando se trata de examinar problemas, de descubrir, de comprender, en suma de ampliar la empresa cognoscitiva del hombre sobre la realidad, el lenguaje corriente ya no sirve.

            Comunicar es una cosa, conocer otra. No bien la conversación común se aventura en el terreno de los problemas heurísticos –lo que incluye el terreno explorado por el conocimiento-, el diálogo se vuelve infructuoso. Los interlocutores discuten, se acaloran, llegan con frecuencia a litigar entre sí, pero cada uno se queda con su parecer -y el parecer que lo contradice es una estupidez. De aquí proviene el notorio y prestigioso dicho de que “discutir no sirve para nada”, salvo para hacerse mala sangre, lo que es una gran verdad; pero lo es porque se discute sin saber discutir. Discutir es inútil cuando los interlocutores no se entienden porque no tienen cuidado de definir las palabras que utilizan; cuando no poseen un vocabulario suficiente para examinar los problemas en detalle, con adecuada precisión; y en fin, cuando cada uno argumenta las propias tesis sin unidad de método lógico y cambiando varias veces el criterio demostrativo.

            En conclusión, el lenguaje corriente nos permite recibir y emitir mensajes autobiográficos (que son, por supuesto, importantes; incluso importantísimos). Pero si mediante el lenguaje materno se logra comunicar noticias con toda eficacia, no se puede en cambio resolver problemas. Cuando se nos plantea “un problema”, nos trasladamos de inmediato a una esfera en la cual ya no basta un lenguaje acrítico e impreciso para sacarnos del apuro.

[Fragmento de: Sartori, Giovanni (2002) La política. Lógica y método en las ciencias sociales, trad. Marcos Lara, Fondo de Cultura Económica (Política y derecho), México, 3ra. edición, pp. 19-21].

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Giovanni Sartori

Giovanni Sartori nació en la ciudad de Florencia en 1924 y se dedicó al estudio de las ciencias sociales y políticas.

Es autor de los libros Homo Videns, La democracia después del comunismo y La democracia en 20 lecciones.

Fue profesor de las universidades de FlorenciaStanford y Columbia y fue columnista en el diario Corriere della Sera.

Giovanni Sartori obtuvo en 2005 el Premio Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales.

Murió el 4 de abril de 2017 en su natal Florencia.