Ana y María

  • Ignacio Esquivel Valdez
Ana y sus lágrimas. María y sus reclamos. Las oportunidades de la vida. La decisión. La cena.

Era de noche y las luces de la casa de dos pisos, habían sido encendidas. En la planta baja se escuchaban ruidos de trastes que acompañaban al aroma de comida recalentada. En la planta alta, una habitación con muros en rosa claro, cama de estirada colcha tejida y un tocador con las cremas y lociones en perfecto orden.

Sentada en el taburete estaba Ana con la usual mirada llena de timidez. Soltó lentamente su pelo con la intención de cepillarlo, aunque la parsimonia era más de alguien que quiere retrasar algo que del cuidado con que normalmente lo hacía. María la observaba de frente. A pesar que a diario se veían, este era el momento en que debían encararse.

Ana presentía la repetida escena en que ella era la receptora del reclamo que no osaba contradecir, no por falta de valor, sino porque tal vez María tenía razón. El único sonido perceptible en la habitación era el de las cerdas rozando los mechones de pelo.

─Bueno, ¿qué tienes que decir? ─inició María.

─Pues, tal vez no sea el momento, quizás debiera esperar a…

─¿Nuevamente dudando?

─No, no.

─Pues no te veo muy convencida ─dijo María con severidad y, acercándose a Ana, continuó ─ date cuenta que esta es una de esas oportunidades que se presentan pocas veces en la vida, tienes que aceptar.

─Pero no me siento preparada.

─Nadie está preparado para la vida, pero no es razón para dejar de tener aspiraciones, sólo es tu indecisión nuevamente, esa, la que te hizo perder la beca en el extranjero, la que te motivó a rechazar a Luis, que sí te quería, o la que te aconsejó para desaprovechar el viaje con la tía Carmela.

El movimiento del cepillo cesó, Ana volteó hacia el techo, sus ojos, que mostraban ansiedad, se vidriaron y finalmente enjugaron angustia. Respondió:

─¡Ya no me digas eso, por favor!

En ese preciso instante el semblante de María se suavizó con un aire maternal. Había decidido modificar la manera de dirigirse a Ana, con tal de que en esa ocasión entendiera. Rompió la pequeña pausa diciendo:

─¡Vamos!  Tranquilízate, siempre que te hago ver las cosas resulta contraproducente.

El cepillo cayó a la alfombra. Ana cubrió sus ojos con las manos y después de unos instantes se limpió las lágrimas. Volteó la mirada para encontrar un rostro indulgente.  María continuó:

─Eres muy buena en tu trabajo, esta propuesta de promoción es el reconocimiento a lo inteligente y amable que eres y no tienes que dejar de serlo, simplemente debes crecer tus habilidades, tú misma le has dicho a tu jefa cómo prevenir problemas o solucionarlos,  seguramente ahora tienes dudas, es natural, pero un gran paso no se da si no se tiene el valor.

Hubo otra breve pausa. Ana no pudo evitar más lágrimas, a pesar de que ya estaba convencida. Se quitó nuevamente la humedad de las mejillas y al voltear a ver a María vio que también estaba llorando y ambas inclinaron la cabeza hasta que sus frentes se tocaron. Ana se serenó, tomó el cepillo caído para retomar su  acicalamiento y dijo:

─¡Sí! Lo voy a hacer, mañana mismo aceptaré y me enfrentaré a lo que venga, tienes razón, ya lo merezco y no dejaré que mi actitud vuelva a arruinarme la vida, he sido una tonta ¡Ya no lo seré!

Ambas sonrieron. La estrategia de María había funcionado, no solamente le había hecho entender, sino que por primera vez iba a dar una vuelta de tuerca a su vida.  Súbitamente una duda le asaltó y preguntó:

─¿Seguirás aconsejándome?

Con una amable sonrisa, María contestó:

─Siempre he estado y estaré frente a ti, mirándote a los ojos para hacerte ver las cosas, aunque presiento que a partir de hoy será distinto, cuenta conmigo para platicar o, mejor dicho, para escucharte, ya me había cansado de ser la que siempre habla y tú la que siempre llora.

Se miraron y al mismo tiempo ambas soltaron una leve carcajada.

En la planta baja, una mujer salía de la cocina con una humeante cacerola que contenía el guisado del día, la colocó sobre una tabla de madera encima de la mesa y se acercó a las escaleras para gritar:

─¡Ana María! Ya está la cena, baja ahora mismo y deja tu manía de hablar sola frente al espejo.

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Ignacio Esquivel Valdez

Ingeniero en computación UNAM. Aficionado a la naturaleza, el campo, la observación del cielo nocturno y la música. Escribe relatos cortos de ciencia ficción, insólitos, infantiles y tradicionalistas