Peña, Videgaray y Trump: fin de ciclo

  • Guillermo Nares
Estamos en la fase final del periodo de dominación del PRI. La visita de Trump lo confirma

La visita, anticlimática, del candidato republicano a la Casa Blanca, es un síntoma más del fin de ciclo mexicano. Lo que analíticamente se aventuraba en la esfera pública, se confirma: nos encontramos ante la fase final del periodo de dominación del Partido Revolucionario Institucional.

La visita de Donald Trump, el recibimiento de jefe de Estado, el talante de las conversaciones, la rueda de prensa al final de la jornada y el contenido de la entrevista del abanderado republicano en suelo americano, sólo puede ocurrir gracias a la extrema debilidad que presenta el régimen mexicano.

Los ciclos sexenales en el país, durante todo el siglo XX y lo que ocurre del XXI, anuncian, que el declive del poder presidencial inicia después del tercer año de gobierno. Tal circunstancia no le provocó mayores problemas a los gobierno priistas ni al Partido Acción Nacional. Sin embargo el regreso del PRI ha representado verdaderos dolores de cabeza. El actual gobierno federal hizo a un lado los dispositivos para enfrentar situaciones complejas. Sustituyó el viejo oficio político por el manejo mediático de la política. 

El PRI fue separado del proceso de toma de decisiones gubernamentales reduciéndolo a maquinaria legislativa. Le quitaron su carácter de instancia de intermediación entre gobierno y sociedad auto socavando su propia legitimidad. Si bien dicha estrategia le dio agilidad a las decisiones del ejecutivo federal, operó las reformas estructurales, en el extremo opuesto haber quitado una instancia de negociación de intereses de las clases medias, estamentos marginales de la sociedad  y grupos de presión, socavó la figura presidencial poniendo en vilo una y otra vez la estabilidad política.

Educados en los manuales arcaicos del conservadurismo económico, el segmento fanático –¿Priista? ¿Burócrata? ¿Tecnócrata? del WASP (Blanco, Anglosajón y Protestante, por sus siglas en inglés)- tradujo sus filias mostrando conductas en extremo adoradoras del libre mercado. En sus afanes lunáticos, la elite política perdió toda dimensión de realismo económico, político, ideológico y hasta cultural. El abandono de las banderas del nacionalismo, la orfandad-ausencia de un proyecto nacional hizo mella en la legitimidad del régimen. Perdieron toda dimensión. El déficit en la hacienda pública, aunado a los duros efectos  del aumento de las tarifas de luz, gas y gasolina hicieron lo suyo.

Se refugiaron en las reformas estructurales. Sólo fue un sueño. Ya insostenible. El proyecto económico de los neoliberales está despedazado y ha puesto al país al borde del colapso económico y social.

Justo este sueño se convirtió en artífice de la provocadora y humillante visita del candidato norteamericano a suelo mexicano. A la elite política mexicana le pareció lo más natural del mundo involucrarse en el proceso electoral estadounidense. Abundaron las declaraciones anti Trump desde nuestro país e incluso en foros del país vecino. El coqueteo con la candidata Hilary fue la constante. La clase política cayó en la tentación de convertirse en el fie de la balanza sabedores del potencial que tiene el voto hispano. Sólo que se equivocaron, dicho voto no se mueve en razón de mensajes de instituciones mexicanas. Se obnubilaron tanto que perdieron toda dimensión de la respuesta de los republicanos. El golpe fue demoledor.

¿Fue el gobierno federal quien decidió invitar al candidato presidencial? Hasta hoy las versiones son afirmativas. En avalancha mediática se afirma que el evento fue iniciativa del ex secretario de Hacienda. Desde luego que no. Nadie antes en el gabinete presidencial había hecho pública la intención de invitar a candidato alguno. Fue una decisión unilateral, impuesta, exigida y realizada conforme a la agenda, modos y contenidos del republicano.

La visita del candidato estadounidense  fue derivado del pobre, deshilvanado, patético y ridículo ingerencismo de ciertas elites preocupadas por mantener reflectores mediáticos a costa del populismo de derecha y del discurso antinmigrante de los republicanos. Dichas elites viven, además en el sueño de que el mundo se dirige hacia la supresión de las fronteras para dar paso a la libre circulación de mercancías y personas. Creyeron equivocadamente que tomar partido por un candidato y atacar a otro es “natural en los procesos de globalización”.   La respuesta fue demoledora. El Partido Republicano doblegó, vilipendió, humilló, despedazó a las elites políticas mexicanas. Que Videgaray tenga sus filias, nadie lo duda. Que sea el artífice de dicha visita eso sí es desde luego dudoso.

La visita fue intempestiva, calculada para humillar, definida unilateralmente de todo a todo. Nadie en el gobierno mexicano ganaba nada con la invitación, menos a un día del informe presidencial. Si el exsecretario renunció fue para minimizar el control de daños, para evitar filtraciones incomodas que acabaran con las ruinas del viejo presidencialismo que quisieron empoderar, desde el alucine, en la figura de Peña Nieto.

El problema para la clase política mexicana no es quién gane la presidencia de Estados Unidos. No hay evidencia que al país le vaya mejor con los republicanos o con los demócratas. El dolor de cabeza es el craso error de seguir pensando en términos idílicos los dilemas del desarrollo del país. Sus dificultades se derivan de seguir manteniendo la quimera de que la economía mexicana está globalizada y avanza a esos ritmos, a esos tiempos.

El magnate estadounidense vino a decirles que el mundo avanza con economías protegidas, bajo el cálculo de la defensa de sus mercados nacionales, con poderosas medidas proteccionistas de carácter nacional, que no hay mercados de competencia perfecta y en dichos contextos se impone la defensa de sus productores y consumidores nacionales.

El muro fronterizo que asegura seguirá construyendo en realidad representa la evidencia de la derrota de las elites económicas y políticas mexicanas. Dicho proyecto es un monumento a la incapacidad y estupidez de una elite que hace mucho abandonó  la idea de un Estado nacional, de  patria mexicana.

Fueron absorbidos, desde el encanto del presupuesto público, por el sueño de un modelo de globalización depredadora. Ese fue su único proyecto para el país. De esa veta son las reformas estructurales. Ahora que la fantasía integracionista se fue, no por la salida de un secretario de Estado, sino por la agresiva visita del estadounidense ¿A que recurrirán para justificar el fracaso de las políticas gubernamentales actuales? Es una incógnita.

Gnares301@hotmail.com

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Guillermo Nares

Doctor en Derecho/Facultad de Derecho y Ciencias Sociales BUAP. Autor de diversos libros. Profesor e investigador de distintas instituciones de educación superior