¿Dónde se tiene puesto el corazón?

  • Rocío Barragán
Razón, corazón y vida son la trilogía de la formación universitaria para el servicio. Pero hay que e

“Todo cuanto se aprende debe bajar de la cabeza al corazón y darle vida a todo nuestro ser”, Así lo expresó el doctor Fernando Fernández Font, rector de la Universidad Iberoamericana Puebla, al referirse a la tarea más íntima de la educación: Formar personas.

La clave de una formación integral está en animar nuestros más profundos dones: la verdad, la autenticidad, la libertad y la profundidad de pensamiento; mismos que hacen posible ir más allá de nosotros mismos y, entonces, vernos y (re)conocernos en y para el otro.

La verdad como valor se relaciona con la capacidad de aprender a identificar la coherencia entre los hechos y las palabras; por ello comúnmente se vincula a la honestidad entre lo que se dice y lo que se actúa. En este contexto la autenticidad se refiere a la congruencia entre lo que se piensa, se dice y se hace y que se pone de manifiesto en nuestras intenciones, discursos y acciones. Con este mismo ánimo la libertad se concibe - más allá de la falsa concepción de “hacer lo que se quiere” -, como un don que implica asumir la responsabilidad de elegir y las consecuencias que de ello deriven, esta facultad es reconocida también como “libre albedrío”. Para habilitar la profundidad de pensamiento es necesario partir del hecho de que no poseemos ni todo el conocimiento, ni toda la verdad y que justo en nuestra imperfección podemos encontrar oportunidades para (re)constituirnos en lo que somos y queremos ser; aprender a relacionarnos de manera más sana y asertiva, gestionando el (auto) aprendizaje profesional y personal en una dimensión integral e inacabada.

Nuestro desarrollo como personas dura toda la vida y para potenciarnos no basta con ser buenos, se necesita hacer un esfuerzo mayor ¿cómo podemos identificar si estamos dispuestos a salir de nosotros mismos y ser para los demás?, ¿cómo darnos cuenta de lo que verdaderamente importa si vivimos en un mundo que privilegia el egoísmo, la vanidad, el consumismo, el hedonismo y la materialidad de las cosas? Para reconocerlo debemos iniciar por darnos cuenta en dónde tenemos puesto el corazón, hacia dónde se conducen nuestras acciones y con qué sentido.

El ritmo vertiginoso de la vida y la intensidad de este mundo sobre informado de hechos, pero falto de una verdadera comunicación, suele hacernos privilegiar lo que tenemos y/o aparentamos sobre los que somos, esto, sumado a los usos y costumbres propios de nuestra cultura occidental avalan y privilegian la adquisición de bienes, el consumismo y el poder; sin importar la manera en que éstos se obtengan.

Entonces ¿por qué es importante comprender dónde se tiene puesto el corazón?, por que donde está el corazón está nuestra riqueza (esa que anima la personalidad y la esencia de nuestro ser) y, de ella, dan cuenta nuestras palabras y nuestras acciones, pero ¿estamos listos para eso? Podríamos pensarlo a partir de la siguiente reflexión: Si deseo alcanzar la cima de una montaña ¿estoy dispuesto a prepararme y escalar con todo lo que implica o me quedo abajo pensando indefinidamente en que algún día podría subir y conquistarla?, ¿qué estoy dispuesto a hacer, o dejar de hacer, para alcanzar esa meta?, ¿para qué la quiero alcanzar?, ¿cuál es el sentido de hacerlo?, ¿Si supiésemos que mañana moriremos responderíamos las preguntas anteriores del mismo modo?, ¿de qué nos estaríamos arrepintiendo?; eso que está resonando ahora en tu cabeza, es de lo que está lleno tu corazón.

Solemos quejarnos de lo que nos hace falta o de nuestra situación, y al hacerlo perdemos de vista que la vida implica una constante tensión que no podemos evitar, pero si aprendemos a lidiar con ella; estaremos tomando el control de nuestras emociones y decidiendo qué hacemos con lo que sentimos y no que el sentimiento nos controle.

El paso por la Universidad es propicio para descubrirnos y aprender a salir de sí mismo, identificar el sentido de nuestra vida y que eso valga la pena; aprender a pausar la vida y entonces, desde ahí actuar comprometidamente, es entonces cuando la tarea formativa de la Universidad cobra sentido y, como expresara el Padre Fernández Font, “Entramos para aprender y salimos para servir”.

[La autora es profesora de la Universidad Iberoamericana Puebla.

Este texto se encuentra en: http://circulodeescritores.blogspot.com

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Rocío Barragán

Maestra en Mercadotecnia, Licenciada en Ciencias de la Comunicación. Académica certificada por ANFECA. Diplomados en Innovación para el aprendizaje, Desarrollo integral. Coordina la Maestría en Mercadotecnia en la Ibero Puebla