La vitrina social del olimpismo mexicano

  • Guillermo Nares
La participación del equipo mexicano en las pasadas olimpiadas es un buen pretexto para escudriñar l

La participación del equipo mexicano en las pasadas olimpiadas es un buen pretexto para escudriñar lo que ocurre en el país con una actividad sustancial para las sociedades contemporáneas y que, en el caso nuestro, no es sino evidencia reiterada de la ineptitud y negligencia de las actuales autoridades. Por decir lo menos.

En un sentido más extenso, los mediocres resultados obtenidos, cinco medallas en total, dos de plata y tres de cobre, son evidencia del quiebre de un modelo de política gubernamental vigente durante buena parte del siglo pasado y que hoy, por comodidad, displicencia o irresponsabilidad las instituciones gubernamentales no se niegan a dejar.

El asunto va más allá de los esfuerzos del equipo que representó al país en Rio de Janeiro. Simple y sencillamente en las elites políticas y económicas, el deporte es el equivalente metafórico de lo que significa tener un traste en desuso y no saber qué hacer con él.  La solución es acomodarlo en el patio trasero.

Las políticas gubernamentales en el país son una especie de traste viejo  que hay que acomodar en algún lugar. El deporte en México, específicamente su estructura burocrática,  es el desperdicio que se pone en el traspatio de la casa.

Las diferentes culturas en todos los tiempos han visto al deporte como sustancial a la condición social de la humanidad. El valor que tiene en la historia de las civilizaciones es estratégico en la guerra, en la paz y en la democracia. Ni siquiera la confrontación entre occidente y los países del  ex bloque socialista fue capaz de suprimir su importancia. Por el contrario, el aislamiento entre oriente y occidente encontró en las justas deportivas, razones para mejorar sus sistemas deportivos, educativos y de derechos sociales, que en última instancia han sido el soporte de sus equipos deportivos e individualidades destacadas; verdaderos monstruos de las justas olímpicas y competencias mundiales. No es una desmesura afirmar que la bipolaridad mundial empezó a romperse en sus perspectivas aislacionistas a través de las justas deportivas.

Si el deporte ha jugado un extraordinario papel para la humanidad, ¿por qué para el estado mexicano tiene un lugar menos que marginal?

Es bastante claro que los deportistas no son el lastre, el problema es el modelo institucional que impulsa (detiene, obstruye diríamos) al sistema deportivo. El subdesarrollo, en todo caso, es responsabilidad estatal.

Si bien el esfuerzo y las cualidades individuales extraordinarias son significativos, en todos los países, los modelos de alto rendimiento se encuentran soportados por una estructura social, y especialmente educativa. La excepcionalidad individual se instala sobre la regla de colaboración, el trabajo de equipo de largo plazo, derivado de prácticas masivas de disciplinas deportivas diversas alentadas, auspiciadas, protegidas, reguladas por el estado. El deporte es inversión social. La infraestructura deportiva, instalaciones, entrenadores, fisioterapeutas, psicólogos, cultura deportiva son de naturaleza societal expansiva y cohesionadora de horizontes estatales, individuales y colectivos.

Deporte y educación son formula complementaria en las sociedades contemporánea. El criterio de meritocracia deportiva es uno de los pilares clave en la educación contemporánea, por el papel que juega  en el imaginario de la sociedad. En dicha fórmula participa la iniciativa privada de modo comprometido, serio. Todo sobre una amplia participación social. El deporte es movilizador masivo en las sociedades desarrolladas, lo es en las sociedades emergentes y en aquellos países que tienen un ingreso por habitante menor que el nuestro. Sus resultados son mejores en las justas olímpicas.

En México el cuadro pintado por la acción gubernamental fue ridículo, de pena ajena. Seleccionado acudiendo a la caridad pública, otro participando en condiciones deplorables, responsables gubernamentales en el escándalo. También, ahora pidiendo perdón.

El asunto es mayor al escándalo de un funcionario gubernamental, a la precariedad económica de los atletas para competir, a la pesada e ineficiente burocracia del deporte, al eterno conflicto de las federaciones del deporte por los recursos públicos de miseria, pocos, mal empleados y mejor aprovechados por los grupos de interés que pululan en el deporte mexicano de alto rendimiento. El problema trasciende, es de horizonte.

Mejor dicho: las elites políticas y económicas actuales no tienen perspectiva de horizonte. Si en general no tienen idea de que futuro conseguir para México, menos les ocupan las medallas olímpicas o el futuro del olimpismo mexicano.

En pocas palabras: el alto rendimiento deportivo en México se encuentra sobre un modelo de identificación de individualidades con cualidades excepcionales. No es exagerado afirmar que el estado mexicano utilizaba los eventos deportivos internacionales de modo calculado. Los deportistas destacados, permitían a las instituciones públicas sacar brillo político, imagen buscadora de prestigio. Con las individualidades montó eventos de parafernalia mediática interesada. Son varios los medallistas olímpicos que terminaron de funcionarios gubernamentales, fortaleciendo los rituales simbólicos del nacionalismo autoritario.

Las derrotas, bastas, variadas e incluso ampliamente publicitadas, jugaron también una función legitimadora para el sistema político. Los usos de las derrotas fueron (son todavía) de naturaleza perversa. Alentaron una suerte de esencialismo mexicano que dio origen al mito de la mediocridad por naturaleza. Frases como “ya merito”, “a la próxima”, “ya casi”, provienen del torcido recurso mediático, repetido hasta la saciedad, de endilgar las derrotas siempre a la sociedad, a esa supuesta condición “natural”, “histórica”, “esencial”, de medianía del mexicano y no a los responsables institucionales, quienes  sobre este modelo de desprecio hacia toda la sociedad, afirmaron incluso, en y desde el deporte, los mecanismos de control político no democrático de la sociedad.

Por ello el deporte, su sentido humano, social,  aparece  en el patio trasero, como un mueble de desperdicio, una basura acumulada esperando para deshacerse de ella. Esa es la imagen de la oficina del olimpismo mexicano. No es más ni menos dramática de lo que ha sido desde mediados del siglo pasado: en las olimpiadas de 1948 –por poner una fecha- México obtuvo cinco medallas, dos de oro, una de plata y dos de bronce. En el 2016, nuestros competidores obtuvieron tres de plata y dos de bronce. Más de 60 años después: el mismo número, inferior la calidad.

Es claro que las potencialidades deportivas de los mexicanos no son ni mejores ni peores que las de cualquier país del mundo. La diferencia es que en los demás países el deporte, las políticas, sus instituciones, su práctica masiva o de alto rendimiento es de respeto, complemento de honor, de dignidad humana, de identidad nacional. En nuestro país no y no se vislumbran ni ajustes de cuentas ni modificación del timón del barco.

gnares301@hotmail.com

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Guillermo Nares

Doctor en Derecho/Facultad de Derecho y Ciencias Sociales BUAP. Autor de diversos libros. Profesor e investigador de distintas instituciones de educación superior