Credibilidad, ¿A quién le importa?

  • Carlos Alberto Juárez
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Cuando se cuestiona si debemos creer en las instituciones, la respuesta mayoritaria es que no. Y es que el descrédito de muchas instituciones o personajes no ha sido gratuito sino resultado de su actuar diario.

En el caso de nuestra clase política, que con frecuencia se molesta o se indigna porque se refieren a ellos como los sujetos con menos credibilidad (por no decir valores o ética profesional) argumentando que quienes los acusan ignoran lo que hay detrás de su actuar, son los que más ejemplos nos dan de lo que aquí se quiere comentar.

Sin embargo su trabajo diario muestra de que están hechos realmente. Son un grupo privilegiado (característica otorgada por ellos mismos) que decide cuánto deben ganar, cuándo deben descansar y a quien deben representar, si esto conlleva un beneficio extra. Para ejemplo, la decisión de tomarse seis semanas de vacaciones, olvidándose de los problemas que tiene el país (Ayotzinapa, Tlatlaya, Pemex-Oceanografía, etc.) nos muestra su real interés por sacar adelante a este país.

Seguramente merecen un descanso por todas las iniciativas que han llevado a mejorar la condición de país que tenemos, reduciendo la brecha de desigualdad social que existe, o la increíble desigualdad de nuestro sistema de impartición de justicia.

Pero qué pasa con nuestros empresarios, que teniendo la posibilidad  real de cambiar este país, decide seguir el juego de los políticos que toman decisiones para generar empleos. Si ellos decidieran denunciar las malas prácticas del gobierno para asignar obras y lo obligara a transparentar los concursos, se generaría más empleo, pero algunos deciden el camino fácil de la corrupción. Y nuevamente no son todos, afortunadamente, sin embargo, resulta difícil entender cuando la parte empresarial le pide a la población general abandonar la mala costumbre de la corrupción. Me parece que deberían empezar por sus agremiados para insistir que ellos son los factores de cambio importantes para este país.

Creerle a alguien que se dice indignado por lo que pasa en el país solidarizándose con los padres que sufren la desaparición de sus hijos, cuando no ha sido capaz de explicar su fortuna, sus nexos con las constructoras, su patrocinio mediático, resulta muy difícil. A pesar de tener comediantes y lectores de noticias que justificarán sus actos, decide no atender recomendaciones para no apoyar al teletón, y por el contrario, sentirse orgulloso de una empresa como televisa, resulta increíble.

Que los gobiernos de los estados decidan apoyar una campaña como la del teletón poniendo por delante a nuestros niños necesitados que ninguna culpa tienen en este juego sucio de la política resulta realmente indignante.

Si los políticos  se pusieran a hacer su trabajo, recordando que son empleados al servicio de la sociedad (pidieron el voto para servir, no para ser servidos), tal vez las cosas empezarían a cambiar, pues lo que necesita este país es una reconstrucción de valores y de instituciones y tal vez así puedan recuperar algo de crédito de lo mucho que han perdido.

Pero resulta difícil esperar de ellos este cambio y solo queda esperar que la sociedad civil bien organizada avance y vaya recuperando espacios que nos han sido arrebatados y no verlos como una graciosa concesión por parte de los políticos.

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Carlos Alberto Juárez

Es profesor de la UDLA desde 1981, empezando en el departamento de Ciencias y Matemáticas.

Trabajó durante doce años en el Centro Nacional de Control de Energía (CENACE) área Oriental de Comisión Federal de Electricidad como jefe de departamento de Programación y Equipos.

Es Licenciado en Ingeniería Electrónica y Comunicaciones egresado de la Universidad de las Américas. Tiene la Maestría en Sistemas de Información y Ciencias de la computación.

Obtuvo el grado de Doctor por la Universidad Politécnica de Cataluña con la mención “Excelente Cum Lauda”.