No creemos nada, porque creemos todo

  • Juan Martín López Calva
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“El conocimiento es reflexión sobre la información, es capacidad

de discernimiento y de discriminación respecto a la información que se

tiene, es capacidad de jerarquizar, de ordenar, de maximizar, etc., la

información que se recibe. Y esa capacidad no se recibe como información.

Es decir, todo es información menos el conocimiento que nos permite

aprovechar la información”.

Fernando Savater. Potenciar la razón.

La reciente captura de Joaquín “el chapo” Guzmán, el más buscado y poderoso narcotraficante sinaloense suscitó una enorme ola de escepticismo que sigue circulando por las redes sociales a pesar de todas las evidencias que se han venido presentando por parte de las autoridades a la sociedad.

Comentarios, chistes, fotografías comparativas e incluso reportajes con información falsa o tendenciosamente sesgada o exagerada expresaron la incredulidad respecto a que la persona capturada por la Marina fuera realmente el capo del cártel del Pacífico.

Pasando por alto que la fisonomía de todas las personas cambia con los años circulan fotografías del Chapo hace quince o veinte años y de la persona capturada señalando los rasgos que supuestamente no coinciden y a partir de estas fotografías algunos medios de dudoso prestigio señalaron incluso el nombre de la persona inocente que supuestamente habría sido detenida para simular la aprehensión del millonario líder delincuencial.

Los comentarios y reacciones frente a esta lluvia de información que cuestionaba la identidad del personaje hoy encarcelado coincidían en una idea que podría sintetizarse de la siguiente forma: “Digan lo que digan y presenten las pruebas que presenten, yo no creo que se haya capturado al Chapo Guzmán”.

El argumento más socorrido para explicar este fenómeno que no es nuevo, puesto que se presenta en la opinión pública cada vez que hay un caso de esta magnitud –el asesinato de Colosio o el de Ruiz Massieu, las muertes de los dos Secretarios de Gobernación durante el sexenio de Calderón por mencionar algunos- es el que se basa en el dicho popular: “la mula no era arisca…” y afirma que lo que pasa es que por la forma en que históricamente han procedido las autoridades, los mexicanos ya no creemos en nada.

Esta respuesta es parcialmente cierta, porque sin duda es verdad que la falta de transparencia y rendición de cuentas de las autoridades, la incapacidad para resolver clara y contundentemente los procesos de investigación, el alto índice de corrupción y de ineptitud que se combinan para que la impunidad siga predominando en lugar de la impartición de una justicia pronta y expedita, han contribuido y siguen contribuyendo a que los mexicanos tengamos la tendencia a “no creer” en las versiones oficiales –como si se tratara de un asunto de fe- a pesar de las evidencias que puedan ser presentadas.

Esta incredulidad generalizada resulta contraproducente en términos del derecho a la verdad por parte de la sociedad puesto que si el gobierno sabe que diga lo que diga no será creído, tenderá a dar la respuesta más conveniente políticamente aunque sea falsa.

Pero al mismo tiempo que los mexicanos no creemos nada, podemos afirmar también con razón que creemos todo.

Porque a la par de este escepticismo que nos lleva a la descalificación sin análisis de toda respuesta emanada del gobierno, los mexicanos hemos desarrollado una actitud de credulidad total a las versiones que contradigan lo que se afirma de manera oficial.

De manera que al mismo tiempo que nos cerramos a aceptar cualquier cosa que diga la autoridad y se presente en los medios de comunicación que consideramos “vendidos” o “cómplices del sistema”, estamos siempre abiertos a creer ciegamente y sin necesidad de ninguna prueba en todo aquello que digan los líderes de oposición y los periodistas o los medios que consideramos “críticos” o “no sujetos a intereses”.

Es así que aceptamos sin analizar teorías del complot, conspiraciones malévolas contra el pueblo, “cortinas de humo”, versiones inverosímiles y simplistas de hechos complejos y todo tipo de declaraciones y opiniones que, si son en contra de lo que afirman quienes detentan el poder económico o político, por ese simple hecho adquieren el estatus de verdades incuestionables.

Tenemos una educación que no desarrolla la capacidad de razonar, es decir, de entender, reflexionar, discernir y discriminar la información, una educación que se concreta a transmitir información y que supone erróneamente, como señala Savater, que tener acceso a mucha información va a desarrollar la razón.

Por eso se piensa que el problema es pasar del acceso a la información desde los medios, periodistas o políticos “oficialistas” al acceso a la información desde medios de oposición y “críticos” de las posturas gubernamentales. De manera que por eso llegamos a la situación en la que no creemos nada porque creemos todo.

La verdadera educación tiene que potenciar la razón. Capacitar a los estudiantes para cuestionar, analizar, reflexionar, discriminar, discernir y tomar postura frente a la información oficial y la no oficial. Desarrollar las competencias necesarias para buscar pruebas y ponderar las evidencias de aquello que se quiere saber con certeza.

Esta es la única manera de aspirar a la formación de ciudadanos libres, de hombres y mujeres verdaderamente autónomos para construir una sociedad racional y razonable.

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Juan Martín López Calva

Doctor en Educación UAT. Tuvo estancias postdoctorales en Lonergan Institute de Boston College. Miembro de SNI, Consejo de Investigación Educativa, Red de Investigadores en Educación y Valores, y ALFE. Profesor-investigador de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP).